Vivir juntos los distintos: dos críticas a 'Políticamente indeseable'
«En ‘Políticamente indeseable’, Cayetana se limita a llamar enfermos a los nacionalistas. No tiene nada más que decirles»
«Nunca he querido desmentir, ni siquiera matizar, la imagen de altiva, antipática, pija y facha que me ha endosado la izquierda, y no solo la izquierda». La frase refleja una manera de ir por la vida. Pisando fuerte y sin complejos. Desde la publicación de Políticamente indeseable, los medios se han ocupado de sus aspectos más anecdóticos: los dardos a Pablo Casado y a Teodoro García Egea, los paralelismos entre Cayetana Álvarez de Toledo e Isabel Díaz Ayuso, el envidiable tren de vida de la autora… Ciertamente, dado el corto período del que se ocupa (marzo de 2019 – agosto 2020), el libro puede parecer coyuntural. Sin embargo, siguiendo el modelo de Mario Vargas Llosa (El pez en el agua, 1993), Políticamente indeseable intercala en el relato político tanto memorias familiares como reflexiones de fondo. En mi opinión, estas son sus partes más valiosas. También las páginas sobre las dos campañas electorales de 2019, puntos álgidos de la carrera política de Cayetana.
Recordarán que la autora, que actualmente conserva su escaño por la circunscripción de Barcelona, fue criticada por no ser catalana y por no hablar catalán. Sin embargo, Cayetana fue una de las organizadoras de la importante manifestación del 8 de octubre de 2017 en Barcelona. En esos días aciagos del procés, ella fue un gran referente de la resistencia junto a Inés Arrimadas. Y también durante las mencionadas campañas, donde se enfrentó a las hoces de la Cataluña nacionalista. Llegaron a intentar cancelarla en la Universidad Autónoma de Barcelona. En la memoria reciente están los escraches en el mismo campus a la organización estudiantil S’ha Acabat. En este sentido, las lecciones del libro sobre la mal llamada cultura de la cancelación son especialmente valiosas. También lo es la recopilación de intervenciones de Cayetana en campaña. Descolocaba a sus adversarios, forzados a abandonar la doble superioridad moral del nacionalismo de izquierdas y ponerse a la defensiva.
Ahora bien, la estrategia de Cayetana frente al nacionalismo tiene una seria deficiencia: si bien reafirma a los catalanes constitucionalistas, no convierte a los nacionalistas, a quienes pide «que mediten ante el espejo», pues «la xenofobia tiene cura». Es decir, Cayetana se limita a llamar enfermos a los nacionalistas. No tiene nada más que decirles. Imagínense a Joe Biden usando esta fórmula para acabar con el racismo en Estados Unidos («¡Miraros al espejo, racistas!»). Ojalá fuera tan fácil resolver problemas profundos, que hunden sus raíces en la historia. A mi juicio, en estas materias la cuestión clave es cómo hacer la pedagogía adecuada. Cómo ir convenciendo a los votantes de que abandonen ciertas actitudes sin hacerles sentir xenófobos/racistas, acusación que rechazarán de inmediato y que quizás incluso anule la eficacia de la crítica.
Resulta costoso cambiar mentalidades. Y siempre habrá una minoría irreductible. Pero ellos no son el objetivo principal. Centrándonos en Cataluña, el grupo prioritario lo conforman los independentistas de buena fe, que causan daños por desinformación, pero no por malicia. Hay que aislar lo malo aumentando la extensión de lo bueno. Hay que hacer aliados. Hay que dar con la fórmula más eficiente y el tono adecuado. Sin estridencias, con cintura y mano izquierda. Ese es el método de las grandes causas. Por eso critico Políticamente indeseable. Defiende una gran causa, que es España entendida como «la empecinada voluntad de vivir juntos los distintos». Sin embargo, su diagnóstico del nacionalismo como patología es simplista y su estrategia frente a él, ineficaz. Incluso contraproducente.
Ahora bien, me interesa cómo Cayetana enmarca la cuestión catalana dentro de las grandes batallas culturales de Occidente. Seguidora de Ayaan Hirsi Ali y de Jordan Peterson, Cayetana es una de las grandes fustigadoras españolas de las políticas de la identidad. Es decir, aquellas que dividen a la población en función de su sexo, orientación sexual, raza, nación, o cualquier otro sentimiento de pertenencia. No en vano fundó la plataforma Libres e Iguales, sintagma que define «a los ciudadanos de una nación cívica, no identitaria». ¿Quién se opondría a este ideal? Si planteamos un debate político en términos de ciudadanía, nos movemos en el ámbito de los derechos y de las libertades, lo que Cayetana llama el «Espacio de la Razón». Si lo hacemos en términos identitarios, nos centramos en los rasgos contingentes que nos separan, por lo que la ciudadanía se fragmenta y la concordia resulta imposible.
Cayetana es una de las grandes fustigadoras españolas de las políticas de la identidad
Los argumentos de Cayetana son persuasivos, pero quiero romper una lanza por las identidades. Como recordaba Judith Butler en un reciente debate, si bien la derecha desprecia los movimientos sociales de izquierdas con la etiqueta de identity politics, estos no siempre se articulan en torno a la identidad. ¿Qué tienen en común un homosexual que se manifiesta por sus derechos en Hungría, un negro que protesta contra la violencia policial en Brasil, o un minusválido que pide accesibilidad en los edificios de Estados Unidos? En parte un elemento de reafirmación: «Mi identidad X, históricamente marginada, merece reconocimiento social». Pero no es lo más importante. Lo fundamental de estos proyectos es que nos obligan a preguntarnos si ciertos ideales abstractos, pretendidamente universales (libertad, justicia, igualdad…), están realmente al alcance de todos.
Los debates sobre cuestiones de raza, género, sexualidad, etc. resultan incómodos. No obstante, serán necesarios mientras estas categorías tengan un peso en la vida de la gente. Y todavía lo tienen. De iure todos somos libres e iguales. De facto no es lo mismo nacer blanco que negro, hombre que mujer, heterosexual que homosexual. Hay problemas que solo experimentan ciertos grupos. Coincido con Cayetana en repudiar la terminología neomarxista de los mencionados movimientos. Por ejemplo, la retórica de opresores y oprimidos. Pero hay un abismo de ahí a afirmar que ciertas reivindicaciones sociales carecen de razón de ser. En definitiva, Políticamente indeseable hace en el terreno de las ideas lo mismo que su autora en la arena política: negar al adversario cualquier vislumbre no ya de razón, sino incluso de racionalidad. Leyéndolo da la impresión de que todo movimiento social (LGBT, Black Lives Matter, #MeToo…) está formado por enajenados mentales que se ofenden ante agravios imaginarios. Desde luego, resulta más cómodo pensar así que ponerse en la piel de quienes sufren. En eso consiste la empatía, una virtud de la que Cayetana admite no ir sobrada. Pero lo preocupante es que ni siquiera la define correctamente. Empatía no significa «decir a cada cual lo que quiere escuchar», ni «agradar a todo el mundo». Tampoco es una sustituta «del coraje y la verdad». Empatía significa identificarse con alguien y entender sus razones, aunque no se compartan. Es una cualidad fundamental en una sociedad abierta. De otro modo, difícilmente viviremos juntos los distintos.