THE OBJECTIVE
José Rosiñol

¿Una solución para Cataluña? (I)

«Si de veras queremos un cambio en Cataluña, debemos aparcar las ocurrencias, soluciones mágicas y personalismos»

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¿Una solución para Cataluña? (I)

Manuel Valls. | Vincent Isore (Zuma Press)

En nuestro país parece que todo tenga que empezar por un manifiesto, especialmente en Cataluña, que somos muy dados a plasmar de forma obsesiva y tautológica en un papel esa especie de lista de buenos deseos constitucionalistas que al final (casi) siempre esconde algún tipo de interés partidista o político. Naturalmente, cuando te ponen delante el enésimo manifiesto que dice que hay que cumplir la ley, que el separatismo nos lleva a la decadencia o que los catalanes somos bilingües, pues oye ¿por qué no firmarlo? Sin embargo, cuando todo esto es para lograr una «confluencia constitucionalista», saltan las alarmas, ya es síntoma de una ocurrencia más, otra operación surgida de intereses y personalismos varios.

Y he aquí donde nos encontramos, en esta fiesta de la confusión, esta distopía catalana en la que aparecen soluciones mágicas que tan del agrado son en los cenáculos del poder capitalino. Casi todas ellas de la mano de personajes que hicieron del nacionalismo su modus vivendi y que han encontrado en su metamorfosis constitucionalista la nueva forma de seguir en la pomada de la política, de hecho siempre me ha resultado chocante lo atractivo que resultan los «conversos» para el poder económico y empresarial madrileño.

En este caso nos encontramos con los restos de la llamada «Operación Valls» (que algo sé de ella) que se ha transformado en «Valents!» de la mano de Eva Parera, ya saben, exsenadora de CiU, actual concejal de Barcelona pel Canvi y diputada por el PP en el parlamento catalán. Este nuevo partido, presidido por quien defendía el derecho de autodeterminación de Cataluña, es quien quiere aglutinar a todo el constitucionalismo (esto es, Ciudadanos y PP). Un partido que en la última encuesta publicada por El Periódico de Catalunya le daba un porcentaje de voto del 0,1% para las municipales en Barcelona.

Como ven, en la cada vez más disparatada distopía catalana, parece que somos el único lugar en el mundo donde el pez pequeño pretende comerse al pez grande. Aun más, ahora resulta que una opción socialdemócrata como era la apuesta de Manuel Valls quiere confluir con el centroderecha y la derecha catalana. Porque estos cantos de sirena (en la versión de «pase privado» que se da en Madrid) es básicamente hacer una especie de UPN catalana para hacerse con los despojos de Ciudadanos y para fagocitar las siglas del PP en Cataluña con la vista a dar el salto al Congreso y convertirse en la bisagra que no quiso ser Albert Rivera

Naturalmente, este tipo de operaciones y ocurrencias se dan por el estado comatoso de un Ciudadanos que aún no se ha atrevido a hacer un análisis realista de su situación, de su falta de relato y de su desconexión con la realidad social y política, y por la falta de proyecto y ambición de un PP catalán con un buen líder pero sin visión estratégica y proyecto rompedor. De hecho, de los que estuvieron en las manifestaciones que convocó SCC en octubre del 2017, el único que ha sabido interpretar la realidad catalana ha sido Salvador Illa y de ahí sus buenos resultados en las elecciones autonómicas.

Pero, más allá de la incoherencia de pretender acaudillar el constitucionalismo por quien defendía la autodeterminación de Cataluña, cabría analizar la conveniencia o no de una «confluencia constitucionalista». Soy de la opinión de que la sociedad catalana, es decir, la no ideologizada, donde precisamente residen las mayorías parlamentarias y que en gran medida se abstuvo en las últimas elecciones autonómicas catalanas, están por un lado hastiadas del relato separatista y por otro del eterno resistencialismo que no ofrece ningún horizonte de futuro más allá del constante enfrentamiento. De igual forma, los catalanes necesitan un proyecto de progreso y reforma, de esperanza y certidumbre. Por ello, proponer una política de frentes es una mala solución que encima llega muchos años tarde.

Tampoco hay que olvidar que más allá de la lógica identitaria del prusés (de acción y reacción) hay un sustrato ideológico que impide la maximización de resultados por incompatibilidad de votante, es lo que se llama habitualmente eje «derecha/izquierda» en todas las tonalidades. Por ello, a mi entender, es mucho más eficaz que las opciones constitucionalistas abarquen cada una de ellas el espectro ideológico que los caracteriza, con ello evitamos el efecto «confusión» de un electorado harto de fuegos de artificio y con necesidad de respuestas concretas a sus problemas concretos (desde su sesgo ideológico).

Finalmente, quiero detenerme en los posibles efectos en las próximas elecciones generales de una UPN catalana (que es la propuesta de «Valents!»), que básicamente supone que desaparezcan las siglas del PP en Cataluña. Primero de nada, hay una diferencia de magnitud, Navarra tiene asignados cinco diputados para el Congreso, solo la provincia de Barcelona 32 (48 el total de Cataluña). Segundo, ¿imaginan qué tipo de discurso tendría que articular Pablo Casado en las próximas eleciones generales si decidiese ceder las siglas y el protagonismo a un nuevo partido cuyo liderazgo defendía la autodeterminación de Cataluña y estuvo en una operación socialdemócrata como la de Manuel Valls? ¿Qué efecto tendría en el resto de España? ¿Cuál sería la dimensión del flanco que expondría frente a otras opciones como Vox? ¿Acaso no parecería (si fuese mal pensado) que esta operación estaría siendo «acompañada» precisamente por los que no quieren ver un cambio de inquilino en la Moncloa? 

En fin, Cataluña y los catalanes necesitamos proyectos sólidos y dejar atrás la lógica del enfrentamiento, debemos retomar la senda de la normalidad porque eso laminará la tensión que alimenta el proyecto separatista. Si de veras queremos un cambio en Cataluña, debemos aparcar las ocurrencias, soluciones mágicas y personalismos, porque de esto ya vamos sobrados.

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