Hillary Clinton, la mujer que pudo “reinar”
La campaña electoral fue dura, sucia, con un contrincante republicano como Donald Trump que se dedicó a insultarla, acosarla y amenazarla con llevarla a los tribunales por supuestos delitos relacionados con el conocido caso de los correos electrónicos. El verdadero enemigo de Hillary no fue al final el candidato republicano, sino el FBI que, en plena campaña electoral, investigó si la ex jefa de la diplomacia de EEUU había puesto en peligro secretos de Estado al usar el servidor de su cuenta personal para mandar correos de interés nacional. En agosto, tras una exhaustiva investigación, la agencia concluyó que no había motivo para procesar a Clinton. Ella se sintió aliviada y las encuestas comenzaron a darle ganadora en las elecciones del 8 de noviembre. Se esforzó por alejarse de esa imagen de mujer dura, distante, que le ha acompañado a lo largo de su vida desde que se convirtió en primera dama en los años 90, pese a que siempre participó en la defensa de los derechos de las minorías y de la igualdad entre hombres y mujeres. A una semana de las elecciones, todo se torció cuando el director del FBI reabrió por sorpresa el caso de los correos para cerrarlo unos días después. Pero el daño ya estaba hecho. Luchadora en la vida privada y en la pública, apoyó a su marido Bill Clinton en la carrera política que en 1993 le llevó a la Presidencia de EEUU; ella dejó de ser una reputada abogada para ejercer de primera dama. Pero Hillary no caía bien, quizá porque se le notaba demasiado que hubiera querido ser ella la que presidiera las reuniones en el Despacho Oval en vez de su marido. Sobre todo, después de que estallara el escándalo Lewisnky y se enterara, junto al resto del mundo, de que su marido, el líder político más poderoso del planeta, había usado la citada sala de reuniones para serle infiel con la becaria más famosa de la historia. Hillary aguantó el tipo como pudo y acabó perdonando a Bill – al menos públicamente – después de que éste se disculpara ante todo todo el país. Después de ocho años en la Casa Blanca, el matrimonio Clinton regresó a la vida privada y se dedicó a su Fundación. En realidad, fue él quien se retiró porque Hillary decidió que había llegado su momento. En 2001 obtuvo un escaño en el Senado donde inició una intensa carrera política que le llevó a ocupar importantes responsabilidades, incluida la de Secretaria de Estado. Su sueño se hizo añicos la noche del 8 de noviembre de 2016 cuando Trump ganó contra todo pronóstico las elecciones presidenciales. Ni siquiera fue capaz de salir ante sus seguidores y su jefe de campaña excusó su ausencia. Tardó varios días en reaparecer en medio de una gran expectación. Admitió que había pasado los peores momentos de su vida, que durante días no quiso levantarse de la cama. Su aspecto descuidado, con ojeras, dieron fe de ello, como también las caras de preocupación de su marido Bill y de su hija Chelsea. Hillary era la imagen de la derrota, de la desolación. Nada que ver con esa otra de triunfadora que le había acompañado hasta entonces. La mujer que pudo haber hecho historia se mostró frágil en su despedida de la vida pública, un amargo adiós de quien un día soñó con “reinar” el país más poderoso del planeta.
Quería ser presidenta de Estados Unidos. Hillary Clinton quería hacer historia convirtiéndose en la primera mujer en ocupar la Casa Blanca. No fue posible en 2012, cuando los demócratas decidieron que el primer presidente afroamericano de EEUU, Barack Obama, se presentase a la reelección, como así ocurrió. Ella recibió un importante premio de consolación al ser nombrada Secretaria de Estado de EEUU. Pasados cuatro años y sabiendo que Obama ya no se interpondría, volvió a intentarlo. Y entonces sí, en 2016 fue designada candidata del Partido Demócrata. Fue una labor complicada llegar hasta ahí, pero lo peor no había hecho más que empezar para esta mujer ambiciosa, admirada y odiada a partes iguales por la sociedad estadounidense.
La campaña electoral fue dura, sucia, con un contrincante republicano como Donald Trump que se dedicó a insultarla, acosarla y amenazarla con llevarla a los tribunales por supuestos delitos relacionados con el conocido caso de los correos electrónicos. El verdadero enemigo de Hillary no fue al final el candidato republicano, sino el FBI que, en plena campaña electoral, investigó si la ex jefa de la diplomacia de EEUU había puesto en peligro secretos de Estado al usar el servidor de su cuenta personal para mandar correos de interés nacional. En agosto, tras una exhaustiva investigación, la agencia concluyó que no había motivo para procesar a Clinton. Ella se sintió aliviada y las encuestas comenzaron a darle ganadora en las elecciones del 8 de noviembre.
Se esforzó por alejarse de esa imagen de mujer dura, distante, que le ha acompañado a lo largo de su vida desde que se convirtió en primera dama en los años 90, pese a que siempre participó en la defensa de los derechos de las minorías y de la igualdad entre hombres y mujeres. A una semana de las elecciones, todo se torció cuando el director del FBI reabrió por sorpresa el caso de los correos para cerrarlo unos días después. Pero el daño ya estaba hecho.
Luchadora en la vida privada y en la pública, apoyó a su marido Bill Clinton en la carrera política que en 1993 le llevó a la Presidencia de EEUU; ella dejó de ser una reputada abogada para ejercer de primera dama. Pero Hillary no caía bien, quizá porque se le notaba demasiado que hubiera querido ser ella la que presidiera las reuniones en el Despacho Oval en vez de su marido. Sobre todo, después de que estallara el escándalo Lewisnky y se enterara, junto al resto del mundo, de que su marido, el líder político más poderoso del planeta, había usado la citada sala de reuniones para serle infiel con la becaria más famosa de la historia. Hillary aguantó el tipo como pudo y acabó perdonando a Bill – al menos públicamente – después de que éste se disculpara ante todo todo el país.
Después de ocho años en la Casa Blanca, el matrimonio Clinton regresó a la vida privada y se dedicó a su Fundación. En realidad, fue él quien se retiró porque Hillary decidió que había llegado su momento. En 2001 obtuvo un escaño en el Senado donde inició una intensa carrera política que le llevó a ocupar importantes responsabilidades, incluida la de Secretaria de Estado.
Su sueño se hizo añicos la noche del 8 de noviembre de 2016 cuando Trump ganó contra todo pronóstico las elecciones presidenciales. Ni siquiera fue capaz de salir ante sus seguidores y su jefe de campaña excusó su ausencia. Tardó varios días en reaparecer en medio de una gran expectación. Admitió que había pasado los peores momentos de su vida, que durante días no quiso levantarse de la cama. Su aspecto descuidado, con ojeras, dieron fe de ello, como también las caras de preocupación de su marido Bill y de su hija Chelsea. Hillary era la imagen de la derrota, de la desolación. Nada que ver con esa otra de triunfadora que le había acompañado hasta entonces. La mujer que pudo haber hecho historia se mostró frágil en su despedida de la vida pública, un amargo adiós de quien un día soñó con “reinar” el país más poderoso del planeta.