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Pantalla bloqueada

Pantalla bloqueada

Llega un fin de semana más en el que el tablero catalán pone sus fichas de nuevo a funcionar. Lo hace de una manera un tanto peculiar, con una pandemia mundial galopante y una España noqueada por los ganchos que ha recibido por el coronavirus de derecha e izquierda. Aún aturdida, en esta región en concreto se han permitido celebrar unos comicios que tendrían que haber sido puestos en cuarentena hasta nuevo aviso. 

Se suele decir a menudo, desde hace años, que las elecciones en Cataluña son decisivas. Que es importante ir a votar, que hay mucho en juego. Quizá, y a pesar de la locura de celebrarlas ahora mismo, estas sean las más trascendentales de la última década. Ya les anticipo el ganador, y no soy sociólogo ni elaboro encuestas: va a ser la abstención. Se ha insistido en la seguridad sanitaria y las precauciones que se han tomado, pero en estas circunstancias es normal que baje de forma considerable la participación. 

Hay varios escenarios en los que debemos fijar nuestra lupa. Por un lado, hay que observar el músculo que pueda exhibir el independentismo, un poco más fragmentado que en otras ocasiones y podría perder fuelle en masa social votante, cercana a la mitad de escaños. Ya se ha visto que su laberinto de obsesión ideológica no llega a ninguna parte y muchos se han sentido estafados. Si miramos hacia el constitucionalismo, la situación tampoco es que sea para montar un festín. Ciudadanos, vigente ganador de las últimas elecciones —qué lejano suena eso ya a estas alturas— está en caída libre y sujeto a una cuerda que no se sabe cuándo le va a frenar. El viaje a Madrid y el resto de España salió muy caro. 

Luego está el PSC, que estrena candidato con el exministro Salvador Illa como primer espada. Blanco de todos los ataques, de un lado y de otro, es el favorito para ganar unas elecciones en las que tendrá que elegir entre un independentismo a la deriva o buscar acuerdos con los partidos nacionales. Moncloa dictará.

Después, toca analizar el estado de salud del PP, tan mermado en los últimos años en esta región. En Génova se teme un sorpasso de Vox como la embestida feroz de un Miura. Los de Santiago Abascal son conscientes de que es una oportunidad vital para irrumpir de forma implacable y plantar batalla al independentismo, previo terreno ganado a los populares. Y Pablo Casado mide su estrategia de moderación hacia el centro. A ver quién el avispado que pone de acuerdo a los que defienden la Constitución, cuando debería ser una bandera unificada. 

La situación política en Cataluña me recuerda a aquella misión imposible de un videojuego cualquiera. Tratabas, una y otra vez, de pasarte la pantalla, pero esta era como si estuviera bloqueada. Siempre te caías en el mismo punto. Llegaba un momento en el que, hastiado, tirabas el mando bien lejos y dabas por perdida la partida.

La gente está ya muy quemada. El procés ha erosionado la paciencia de un pueblo que no se merece una situación así. No creo ni que guste a los más cafeteros. No se atisba un cambio ni una mejora. Ni a corto, ni a medio y ni siquiera a largo plazo. Se han olvidado los problemas reales. La polarización política ha alcanzado su cota máxima y el clima es irrespirable, tóxico. Irreconciliable, si me apuran. Se habla y mucho de diálogo, pero cada vez me parece una palabra más vacía de contenido. 

Cataluña vuelve a decidir su futuro. Es una frase ya manida y puede que les esté engañando al decirlo, porque el panorama no va a ser muy distinto al que hay ahora. Es muy probable que sea igual de tétrico. Al final, el festín lo acaba pagando, como siempre, el ciudadano.

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