José Luis Ábalos: un pozo sin límite
«El caso del exministro de Transportes refleja perfectamente la dudosa autenticidad de las lealtades en política»
El olor del dinero no atiende a amistades ni lealtades. Bien lo debe saber José Luis Ábalos (Torrente, Valencia, 64 años), el exministro de Transportes y antaño todopoderoso número tres del PSOE. Se ha visto obligado a pasar al Grupo Mixto en el Congreso y ha sido expulsado del partido por responsabilidad política en el presunto enriquecimiento de uno de sus peculiares colaboradores, Koldo García, en la venta irregular de mascarillas durante la pandemia de la covid-19. Él y otros se embolsaron, al parecer, cerca de diez millones de euros en comisiones fraudulentas. Ábalos, de momento, no está siendo investigado ni está acusado de complicidad en la operación —si acaso de intermediario— en la que habrían participado entre otros un empresario zaragozano y un facilitador, que tenía acreditación en el ministerio y que era también presidente del Zamora Club de Fútbol.
La prensa comenzó a denominar al principio la trama como el caso Koldo. Luego lo amplió al caso Ábalos y algunos lo tildan ahora directamente como el caso PSOE. «No voy a tirar de la manta, porque no la hay», se defendió el exministro y ex secretario de Organización del partido en una de sus numerosas entrevistas a principios de semana. Le han solicitado casi una treintena y está satisfaciendo casi todas las peticiones pese al riesgo de caer en contradicciones como así está ocurriendo. Dijo que hacía tiempo que no veía al tal Koldo y sin embargo al inicio de enero se reunieron en un restaurante madrileño para que éste le pusiera al día de las investigaciones practicadas por le Guardia Civil.
El que la hace la paga, sentenció cual tribuno moderno Pedro Sánchez. El jefe del Gobierno era consciente que había llegado al poder enarbolando la bandera contra la corrupción. El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, le acusó el miércoles de conocer la trama y de querer taparla en uno de los intercambios más duros entre ambos desde que comenzó la legislatura hace apenas tres meses. Ábalos, en un discurso sin leer papeles, espléndido en prosodia y control de tiempos y pausas, les dijo a los periodistas esta semana que no era su intención entregar el acta de diputado como le exigió su partido, en el que milita desde hace más de cuatro décadas, y que había decidido pasar al Grupo Mixto a fin de defender su honorabilidad. «Ha habido un populismo justiciero», confesó en una entrevista radiofónica en Onda Cero cuestionando la tesis de la responsabilidad política. Unas palabras que sentaron muy mal en Moncloa. Puestos a cuestionar, la responsabilidad final recaería en Sánchez.
El caso de Ábalos y sus derivadas con Koldo García y a la postre con el propio Sánchez reflejan perfectamente la dudosa autenticidad de las lealtades en política: la confianza absoluta del superior hacia personas fuera del ámbito funcionarial, pero que luego se comportan como individuos ávidos de poder y de dinero. En definitiva, la condición humana y la propia miseria de los seres humanos.
El exministro y antaño estrecho colaborador y amigo íntimo del inquilino de La Moncloa —intervino en nombre del PSOE en la moción de censura que significó la caída de Mariano Rajoy en 2018— se siente traicionado por el líder, con quien, según él, no habla desde hace tiempo. En cualquier caso, es difícil creer que apenas supiera las andanzas de su colaborador, un portero de un club de alterne de Pamplona y luego vigilante de seguridad en dos empresas de la ciudad, con las que su celo le valió dos antecedentes penales por sendas palizas.
De Koldo hemos conocido en apenas una semana todo o casi todo, más allá de ser un osado golferas que se identificaba supuestamente con el ideario socialista y cuya simpatía, y sobre todo lealtad ciega al superior, contagió hasta al propio Sánchez. Éste lo elogia en su primera autobiografía por su entrega y disponibilidad. Un individuo grande, fuerte, un aizkolari, sin estudios, que se topó casualmente con otro sin apenas formación, el hoy todopoderoso de Ferraz, Santos Cerdán, sucesor de Ábalos en la secretaría de Organización del partido. Cerdán es un gris apparatchik pero actualmente clave en las negociaciones sobre la amnistía con Carles Puigdemont. Cerdán se lo llevó a Madrid, lo ofreció a Ábalos y éste, con su campechanía y condescendencia habituales, lo puso como su chófer y empleado para todo. Al final, García era más importante que cualquier otro funcionario del ministerio. Todo pasaba por sus manos hasta el extremo de que el jefe lo puso como consejero de Renfe Mercancías y Sociedad del Puerto. «Me representaba. No hace falta tener tanta formación para ello», explicó el exministro en la radio. Pero antes de eso, Koldo fue presentado a Sánchez, y hubo química, tras su apartamiento en el liderazgo del PSOE y su marcha por media España para recabar el apoyo de las bases en 2017. Fue bautizada La banda del Peugeot, y en ella el intrépido asistente hacía de chófer del coche de Sánchez, acompañado de Ábalos, Cerdán y a veces también de Adriana Lastra, la que luego sería portavoz del Grupo Parlamentario y se pelearía con Cerdán.
Cerdán, otro oscuro individuo con un título de formación profesional en electrónica como único currículo, es quien ha intentado estos últimos días convencer a su amigo Ábalos para entregar el acta parlamentaria con la promesa de que el partido no le dejaría tirado. Vano intento. El propio exministro ha insinuado que a su todavía amigo Santos se le veía incómodo en un par de reuniones que tuvieron. El jefe del Gobierno en ningún momento ha querido mancharse las manos reuniéndose con su antiguo colega. La gran pregunta, que no han respondido ni Sánchez ni Ábalos, es el motivo por el cual el primer ministro decidió en 2020 destituirle sorprendentemente, y sin dar razones explícitas, como ministro y secretario de Organización del PSOE. ¿Conocía ya las presuntas irregularidades que se producían en su departamento? ¿Por qué quiso rescatarlo en julio pasado colocándole de número dos de la lista por Valencia?
Como mínimo se puede concluir que la dirección socialista ha jugado muy mal las cartas en este escándalo. Primero, al recurrir a un ultimátum de 24 horas para forzar la devolución del acta parlamentaria sin ni siquiera hablar con él y sin sopesar las consecuencias de un rechazo. Deja muy tocado a Sánchez y a unos cuantos de sus ministros (Marlaska, Puente, Torres y Montero). Especialmente, al titular de Política Territorial, el canario Ángel Víctor Torres, por su mala actuación en la compra de mascarillas cuando presidía el Cabildo Insular. Y sobre todo a la presidenta del Congreso, la socialista Francina Armengol, cuando gobernaba Baleares, en la compra de mascarillas defectuosas a la empresa zaragozana proveedora Soluciones de Gestión, una firma que en plena pandemia pasó de facturar apenas nada a más de 50 millones de euros. Armengol fue estafada por un pedido de mascarillas en mal estado por las que pagó 3,7 millones de euros e intentó antes de dimitir tras su derrota en las elecciones de mayo pasado avalarlas con fondos europeos por lo que Bruselas se prepara para abrir un expediente. Su carrera política pende de un hilo.
Hay quienes sostienen que el escándalo de las mascarillas puede ser la tumba de Sánchez. Sin embargo, éste ha dado muchas muestras de resistir y resucitar cuando se le daba por muerto como antes de las elecciones generales del pasado julio. Ahora ha salpicado a su esposa, Begoña Gómez, por haber mantenido reuniones de negocios con uno de los cabecillas de la trama, Víctor de Aldama, un facilitador que entraba y salía en el Ministerio de Transportes como si fuera su casa, que se inventó que era cónsul honorario, que asistió a reuniones ministeriales y acompañó al ministro en viajes de trabajo fuera de España y que ayudó al rescate de la compañía Air Europa.
Koldo García es un personaje de novela pícara de Luis Landero. Su nombre apareció en aquella visita siniestra de Delcy Rodríguez, la vicepresidenta venezolana, cargada de maletas y que arriesgaba ser detenida en Barajas por estar prohibido su paso por territorio europeo. Fue él quien acompañó a su jefe, quien balbució justificaciones poco claras al referirse haber ido al aeropuerto acompañado de un amigo (Koldo) y en coche particular y no haberse entrevistado con la dirigente de Nicolás Maduro fuera del avión.
«Es muy probable que la lealtad manifestada por este brusco y grandullón chicarrón de Barakaldo cause el fin de la larga carrera política de Ábalos»
El chico para todo y el exministro empatizaron desde el primer instante. García le acompañaba a viajes oficiales y a juergas menos oficiales. Koldo, inquilino en un piso pequeño que Ábalos tiene en Madrid, era y seguramente lo sigue siendo un individuo ordenado y sabedor del poder que otorga el dinero. Había comprado dos apartamentos en Benidorm —uno de ellos inscrito a nombre de una hija pequeña—, cobraba sueldo como asesor del ministro y un subsidio por una supuesta invalidez parcial. Debió tentarle el provecho que podría sacar de la tragedia de la pandemia percibiendo presuntamente comisiones. Ábalos sostiene que nunca sospechó de él, aunque era conocedor de algunas cosas que le disgustaban. No ha dicho cuáles. Seguramente miraba para otro lado cuando su leal servidor tiraba de billetes de 500 euros para el pago de hoteles y juergas. Koldo gestionaba muy bien los gastos y el ministro no se entrometía. Disponía de tres sobres con dinero. Uno para los pagos del ministerio, otro para los del partido y finalmente otros «para lo de José».
Es muy probable que la ciega lealtad manifestada por este brusco y grandullón chicarrón de Barakaldo cause el fin de la larga carrera política de Ábalos, iniciada en el partido comunista. Estudió Magisterio, pero nunca ejerció. Hijo de un novillero, se ha casado tres veces, divorciado de los dos primeros matrimonios y padre de cinco hijos. Cuando fue cesado como ministro aseguró que su patrimonio había disminuido. Con esa voz pausada de buen locutor de radio y ese porte de galán de los cuarenta que le caracterizan, afirmó el día que anunció su pase al Grupo Mixto que se sentía un apestado. «Me he quedado sin secretaria, sin coche oficial y sin chófer», dijo con tono irónico. Habrá que ver si al final encontrará la manta y si empezará a tirar de ella. Por si acaso él tranquiliza a quienes están en aprietos más serios que el suyo: «Yo siempre me he portado bien con la gente»