Entre los momentos más bochornosos (y saben mucho los políticos de bochorno) que tuvo que vivir Cospedal en su etapa de gobierno, brilló radiante aquel inefable despido en diferido que nos dejó a todos patidifusos ante el rostro de cemento armado y el rictus de impasible farolera.
A principios de octubre se celebrará el Festival del New Yorker y lo hará sin la presencia de Steve Bannon. Ya sé que esto es parece como decir que según los organizadores no se espera la presencia de marcianos, pero no es lo mismo porque a Bannon el extraterrestre sí que lo habían invitado.
La Fiscal General del Estado, a quien llamaríamos “la fiscala” con un lenguaje inclusivo, ha dado su opinión sobre las manchas amarillas en el espacio público: ocupar el espacio público con símbolos gualdos, y retirarlos, son ambos actos amparados por la libertad de expresión. Bien está.
Hace ya mucho que trabajo muy poco en lo que no me gusta y por eso, cuando la gente me dice “descansa” los días previos a mi salida vacacional, me siento un poco culpable. Trabajar en lo que me gusta no me cansa, y descansar de lo que me gusta, me agobia.
Recorro estos días paisajes lunares. Cañones, valles desérticos, nombres evocadores que aparecen en el mapa cuya realidad está alejada de la evocación que promete su nombre. A través de las ventanas del coche, que siempre se dirige hacia una misma dirección –como si hubiera un tesoro encerrado en esa “x” imaginaria a la que me aproximo–, observo cómo la luz va cambiando y cómo los paisajes parecen siempre distintos en su infinita sucesión.
De todos los bulos que ha engendrado el procés, el del Estatut es sin duda el más resistente. A diferencia de otros —sean las famosas balanzas fiscales o la catalanidad de Cervantes— este se ha mostrado impermeable a toda refutación racional, convirtiéndose en uno de los casos más exitosos de posverdad que se han dado en la España democrática.
No se puede interpretar una época sin tener en cuenta su sentido del tiempo, nos advierte el filósofo Rémi Brague en Moderadamente moderno. Sospecho que tiene razón. El invierno demográfico hace patente los innegables rasgos distópicos de nuestra actual percepción del futuro. La modernidad se ve a sí misma desligada del pasado, al cual ya no reconoce autoridad alguna, más allá de un uso victimista de la Historia que busca a menudo reforzar las trincheras divisivas de la identidad. Queda entonces el presente, como un dios sanguinario que exige una cuota de sacrificios ante su altar.
Algunos chavales de una escuela de teatro municipal, junto con su profesora, se han embarcado en el proyecto de formar una compañía joven. Para su primer montaje, escogieron una comedia co-escrita por mí y a lo largo de los meses han ensayado, han sacrificado horas de sueño, se han ilusionado con la idea de llegar, incluso, a conseguir un teatro en Madrid.
Querida Joan: cada vez que abro mi libreta, esa que siempre llevo en el bolso, me sorprende, anotada en una esquina, tu dirección postal. Hace un par de años, cuando trabajaba en una pequeña editorial de Nueva York, la encontré entre archivadores, papeles y contratos, y la apunté. Fue un instinto, algo que hice rápido como si hubiera cámaras y estuviera asumiendo un riesgo mortal.