THE OBJECTIVE
Manuel Llamas

Riqueza, única solución al cambio climático

«El crecimiento, la innovación y la tecnología son las únicas vías posibles para reducir las emisiones de forma eficiente y efectiva, sin dañar la economía»

Opinión
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Riqueza, única solución al cambio climático

Ilustración de Alejandra Svriz.

«El fin está cerca. Vamos a morir todos». Éste es, a grandes rasgos, el mensaje que trasladan la mayoría de gobiernos y medios de comunicación en los últimos años sobre las terribles consecuencias que tendrá el calentamiento global originado por el hombre. Es lo que se conoce ahora como «emergencia climática», una especie de apocalipsis al que está condenada la humanidad en caso de que no se adopten medidas drásticas para frenar el aumento de las temperaturas mediante la reducción de emisiones contaminantes.

Madrid acogió el pasado lunes una nueva cumbre mundial de ministros de Energía y Medio Ambiente de decenas de países, con el fin de redoblar los esfuerzos para cumplir el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5 grados centígrados durante el presente siglo, según establece el Acuerdo de París de 2015. Este evento se produce semanas antes de que se celebre la Conferencia de las ONU sobre el Cambio Climático COP28, de Dubai, donde se prevén adoptar nuevas medidas para descarbonizar la economía.

Y la conclusión, una vez más, es que urge triplicar la capacidad de energía renovable, al tiempo que se reduce prácticamente a cero el uso de combustibles fósiles y se siguen destinando decenas de miles de millones de euros en ayudas a los países más pobres y vulnerables para que avancen en su particular «transición» hacia energías limpias.

Pues bien, la realidad, por mucho que sorprenda, es que no hay apocalipsis; la política verde dominante supondrá un frenazo económico de graves consecuencias, especialmente en los países emergentes y del Tercer Mundo; e incluso en el improbable caso de que las economías más ricas alcanzasen sus objetivos de reducción de emisiones, su impacto sobre la temperatura global será nulo o imperceptible. Las potencias más contaminantes, como China, India o Rusia, no participan activamente en estos acuerdos y, aun en el improbable caso de que lo hiciesen, el freno al calentamiento sería muy reducido, de modo que las consecuencias serían similares.

«Una cosa es que el cambio climático exista y otra muy diferente es que vaya a provocar la destrucción del planeta»

Una cosa es que el cambio climático exista -ha existido siempre- y otra muy diferente es que vaya a provocar la destrucción del planeta y el fin de la humanidad. Semejante alarmismo carece de fundamento desde el punto de vista científico. Se trata de una artimaña, un engaño, una gran operación de marketing impulsada por intereses políticos y empresariales para poder vender a la población la necesidad imperiosa de realizar sacrificios y aguantar incomodidades bajo la promesa de la salvación.

Son muchos los científicos y expertos que coinciden en señalar que el calentamiento traerá más olas de calor, sequías y tormentas de intensidad algo mayor, sin que ello tenga que suponer el fin del mundo. La vida continuará y, con ella, también la humanidad, al igual que ya sucedió en el pasado. Hace 500 millones de años, durante el período Cámbrico, los niveles de CO2 en la atmósfera eran 20 veces superiores a los actuales, con temperaturas medias globales 10 °C más altas, y el planeta, sin embargo, registró la mayor explosión de vida de su historia. Nuestros antepasados, en la era del Homo sapiens, sufrieron tres glaciaciones y dos catastróficas erupciones volcánicas y, pese a ello, sobrevivieron con poco más que fuego, pieles y piedras.

Este tipo de profecías no son nuevas. Siempre han existido y siempre existirán, pero nunca aciertan. En los años 70, los científicos predecían la llegada de una «nueva edad de hielo» para el siglo XXI; en los 80, el Club de Roma pronosticaba grandes hambrunas y el fin de la civilización como consecuencia del aumento de la población y el agotamiento de los recursos naturales; y en los 2000 alertaban del derretimiento de los glaciares y la ausencia de nieve en tan sólo 20 años. Nada de eso ha pasado, pero el alarmismo continúa.

Lo peor, sin embargo, no es ya el diagnóstico, que está errado, sino la nefasta solución que proponen la mayoría de gobiernos para evitar ese exagerado e irreal desenlace: decrecimiento y descarbonización. Eso es lo que esconde la tan cacareada «transición energética». La sustitución abrupta y acelerada de combustibles fósiles por la producción de renovables, rechazando incluso el uso de energía nuclear como fuente de respaldo, junto a la aplicación de estrictas regulaciones y gravosos impuestos a todo tipo de bienes y servicios, constituyen un nuevo intento de planificación central de la economía. Y el resultado de dicho experimento ya es sobradamente conocido: menos crecimiento, en el mejor de los casos; destrucción de riqueza y, por tanto, más pobreza, en el peor.

«No es casualidad que los países más libres y ricos sean también los que registran un mayor desempeño ambiental»

Por el contrario, la solución al cambio climático, la única posible, en realidad, es más libertad y más capitalismo. Es decir, más riqueza. El crecimiento, y con ella la innovación y la tecnología, es la única vía posible para reducir las emisiones de forma eficiente y efectiva, sin necesidad de dañar la economía, y la mejor forma de adaptarse al calentamiento y sus efectos. La clave, tanto del desarrollo como de la supervivencia, es la capacidad de adaptación del hombre.

No es casualidad que los países más libres y ricos sean también los que registran un mayor desempeño ambiental. No en vano, si eres pobre la última de tus preocupaciones es el cuidado del medio ambiente. Y tampoco es casualidad que el número de muertes causadas por catástrofes naturales se haya desplomado en el último siglo, desde los 470.000 fallecidos en 1920 a los poco más de 30.000 en 2022. La diferencia es que hoy somos mucho más ricos que entonces y, lógicamente, nos adaptamos mejor. Aire acondicionado, diques, construcciones mucho más sólidas, grandes infraestructuras, importantes avances tecnológicos y sanitarios.

Esto mismo es lo que explica la brutal diferencia de fallecidos que causó a su paso el temporal del pasado septiembre en Grecia y Libia. En Grecia, país rico, se cobró 17 vidas; en Libia, pobre, se cobró más de 10.000. No. La respuesta correcta al cambio climático no es el socialismo, es mucho más capitalismo. La riqueza es la única solución.

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