Días atrás resultó bastante ridículo oír algunas voces invitando a rasgarse colectivamente las vestiduras al ver que las espartanas de Coca-Cola, tras años de conflicto laboral, habían logrado captar la atención de la gente sólo al desnudarse en Interviú.
Han pillado al senador Espinar con un par de aquellas Coca-colas que pretendía prohibir. Y le han acusado de hipocresía e incoherencia. Injustamente, a mi parecer. Porque el único vicio de Espinar ha sido el de no ser lo suficientemente fuerte como para resistir a la tentación. Y lo único que debería preocuparnos es que ese vicio privado pretenda hacerse pasar por virtud pública.
Es curioso que en los lugares más recónditos del tercer mundo, allí donde no hay electricidad ni agua corriente, entre construcciones cochambrosas aparezca deslumbrante la omnipresente Coca-Cola.