«Es probable que pronto veamos también a los conservadores españoles disolver su pacto con el liberalismo y aliarse con la izquierda en cuestiones como prohibir la prostitución, restringir la pornografía o limitar la libertad de expresión»
«Lo habitual es identificar a la derecha, los conservadores, con una política económica neoliberal. Y ejemplos no faltan en la historia reciente para sustentar esa opinión»
En 2013, en un acto de conmemoración a Margaret Thatcher, el político tory Boris Johnson dijo que “la desigualdad es esencial para despertar la envidia y permitirnos estar a la altura del vecino; es, como la codicia, un valioso estímulo de la actividad económica”. A continuación elogió a los “Gordon Gekkos” (el personaje del inversor en la película Wall Street, interpretado por Michael Douglas) de Londres y su papel en el crecimiento económico.
Se ha dicho, y no sin motivos, que en política el mejor medio de saber es no preguntar. Como nadie me ha preguntado, no descarto que alguien pueda aprender algo de lo que sigue.
Elegido embajador de Tabarnia en su ciudad natal, José Manuel Soto declara en un medio digital sevillano que se siente “un poquito como los cantautores que hacían canción protesta en los años sesenta”. Obviamos la diferencia primera, que es ética y política: en aquellos años hubo dictadura autoritaria donde hoy hay democracia liberal. Obviamos la diferencia segunda, que es estética: el interés que sugieren las canciones de unos comparado con las canciones del otro: donde antes escuchábamos reivindicaciones hoy tan sólo oímos folclore. Y que no podemos equiparar la censura franquista con el aburrimiento de tuiteros desahogados, que es lo que muchas veces pretende nuestro cantante embajador: posicionarse como alguien que sufre por decir sus verdades. Todo, apuntamos, por comentarios con faltas de ortografía en una red social.
Tras la etapa de gobierno de Rodríguez Zapatero, muchas de las certezas sobre la supuesta fortaleza del régimen político y de la sociedad española en su conjunto se habían, en gran medida, evaporado. Muchos de los problemas que se creían superados salían de nuevo a la luz con singular virulencia. La cuestión religiosa continuaba viva, […]
La IV Asamblea de Ciudadanos se ha saldado con la definición de un partido que adolece de un estilo más sólido en su retórica que en su práctica. Y de enormes diferencias según qué regiones: el Ciudadanos de Andalucía y el de Cataluña son dos partidos distintos. Al contrario de lo que sucedía en UPyD, quien pudo ser su socio y terminó de enemigo, Ciudadanos es un partido fuerte en el liderazgo y débil en el peso de su ideario. ¿Por tesis? No: por los nombres que lo defendían, o defienden. Con frecuencia desencantados de uno y otro partido mayoritario que más que convicciones en el cambio y en el atractivo modo del pragmatismo idealista de la nueva formación vieron la oportunidad de destacar y hacer carrera política en un lugar en donde los puestos relevantes los adjudicaban a medida que los candidatos iban llegando. Si no, reitero, que pregunten en Andalucía, donde Juan Marín, predispuesto al pacto con el poder de Susana Díaz antes que al complicado ejercicio de oposición, prometía consejerías a antiguos simpatizantes del Partido Popular. Simpatizantes que vieron una oportunidad única. Y que ahí están.