Hace ocho siglos ser, como era Mansa Musa (emperador del Tombuctú y de sus minas de oro), el hombre más rico de la historia del mundo te compraba: cincuenta y siete años de vida, doce mil esclavos vestidos de seda, veinte ciudades de lodo y el más esplendoroso Hajj a la Meca en la historia del Islam. Es decir, cosas mínimas. Hoy en día el mismo viaje que le tomó al rey Mali más de diez meses en completar (inmersos, no olvidemos, en las ardientes arenas del Sáhara, al ritmo del camello taciturno y sin Youtube), además de media tonelada de oro, la hago yo, por ochocientos euros, en seis horas y media de avión, con audífonos, un libro traducido y un bote de aspirinas. Y eso no siendo ni Bill Gates ni muchísimo menos, sino ganando el salario medio en España en este siglo veintiuno.