Scoot Fitzgerald sabía bien de lo que hablaba cuando dejó escrito que “no hay segundos actos en las vidas americanas”. Podríamos decir que ni en las americanas, ni en las africanas, ni en las asiáticas, ni en las oceánicas, ni en las europeas. Sin embargo, de un tiempo a esta parte y obcecados en enmendarle la plana al bueno de Fitzgerald, las autoridades competentes, en un esfuerzo por disimular su flagrante incompetencia y reconociendo las evidentes fallas del sistema, se empeñan en proponer una suerte de universalización de las segundas oportunidades. En la educación pública, donde el fracaso sistémico se conjuga con la inepcia de la clase política, incapaz de consensuar un modelo decente de enseñanza, la cuadratura del círculo lleva el fantástico nombre de Escuela de Segunda Oportunidad (E2O). Barcelona, sin ir más lejos y cómo no, pondrá en marcha después de vacaciones el primer centro para ninis de titularidad pública de Cataluña con el objetivo de que una treintena de jóvenes consiga “una formación que les ayude a reconectarse a los estudios o insertarse en el mercado de trabajo con un cierto grado de especialización”.