Siempre he pensado que la tecnología y las redes sociales facilitan las cosas a la gente, pero a los que tienen (tenemos) la mente perversa, más aún. Da igual que seas un ladrón, un bromista o un infiel, siempre puedes sacarle provecho.
Era tan sólo cuestión de tiempo que un caramelo tan goloso como dejar en paños menores a millones de infieles con una doble vida se hiciera realidad. Se abrió la caja de Pandora que contenía los datos personales de todos los usuarios que – ¡ingenuos ellos!- habían facilitado por propia voluntad. Desconfiaron de la huella de su smartphone pero confiaron sus datos a una web de infidelidades que ha resultado ser tan discreta como el coro de Sálvame.
Siempre me rijo por este proverbio chino: sin no quieres que se sepa, no lo hagas, en informática no existe la seguridad, de ninguna clase, la seguridad consiste en que a los hackers se lo pones tan sumamente difícil que llegar a su objetivo les cueste tanto tiempo y esfuerzo que le hagas desistir para que se centren en otros objetivos más vulnerables.
Y hemos cruzado la línea de lo que era un proceder humano. No existe la comunicación no verbal porque sólo existe la verbal. Y para ella necesitamos un cargador. Y si antes éramos infieles de la manera más tonta, facilona y lógica, ahora sobrevivimos presos de lo que hemos inventado.
Siento asco de estos piratas y lástima de los infieles clientes del negocio. La tecnología, los móviles y las tabletas, creadas para comunicarnos desde la distancia han conseguido incomunicarnos cuando estamos al lado.