Imagine que usted, amable lector, va leyendo absorto, por mitad de la calle, La República de Platón. Acompañado de Glaucón, el hijo de Aristón, bajé ayer al Pireo con propósito de orar a la diosa… Es un relato apasionante, repleto de claves que el paso del tiempo ha hecho que escapen a nuestra interpretación. Camina distraído, la cabeza gacha, los ojos fijos en el smartphone. Imagine también que, llevado por su obnubilación, no ha detectado el adoquín roto que se anuncia a solo tres, dos, un metro de distancia. Que da un tropiezo y, entonces, ¡ay! Todo pasa deprisa. Cae al suelo, fractura abierta de tibia y peroné, entre alaridos de dolor.