Casado y su equipo de dirección no ilusionan y es urgente que lo hagan porque Vox empieza a comerles por los pies
«Cuando se habla del reparto de los rescatados, puede que no haya otra manera de hacerlo, pero resulta deshumanizador, y nos hace olvidar que lo que hay en ese barco son personas»
La Unión Europea saca músculo. Puede que su popularidad se haya deteriorado por la gestión de la reciente Gran Recesión pero no su determinación a ejercer su autoridad.
En los últimos días han tenido protagonismo noticias relacionadas con asuntos fiscales. Por un lado, el Gobierno ha anunciado su intención de aumentar la recaudación subiendo algunos tributos –esencialmente en sociedades vía el control de las deducciones y con la creación de nuevas tasas a las grandes tecnológicas–, y además el presidente Sánchez habló el martes en el Congreso de una nueva ley para prohibir las amnistías fiscales. Todo lo concerniente a los impuestos tiene y tendrá una importancia clave en el rediseño de nuestros anémicos Estados de Bienestar, y en concreto con el futuro de la socialdemocracia y de la democracia cristiana en Europa. No es sólo el centroizquierda el que sufre el declive electoral ante el empuje populista.
Casi todas las familias contienen algún miembro problemático que, por el solo hecho de serlo, recibe un trato diferenciado. Hace menos, pero obtiene más; sus faltas se juzgan con menor severidad; sus demandas gozan de prioridad. Son, en una palabra, receptáculos de atención preferente. Y es que jamás se cansan: nunca dejan de expresar sus demandas, acompañándolas de una gestualidad exagerada o de la amenaza de romper la baraja. Ignorarlos es imposible.
Italia dio un giro en su reciente historia la noche del 4 de diciembre de 2016. Los italianos rechazaron la reforma constitucional de Matteo Renzi, quien dimitió, y abocaron al país a un futuro incierto.