THE OBJECTIVE
Antonio Elorza

La infamia

«La más grave de las abyecciones de Pedro Sánchez, la subversión del orden democrático es ya un hecho, como lo es un país partido en dos»

Opinión
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La infamia

Ilustración de Alejandra Svriz.

El diccionario acota los rasgos negativos que permiten a un hombre o a una mujer alcanzar el galardón de la infamia: carecer de honra, de crédito y de estimación, y ello no por una opinión ocasional, sino como resultado de la perversión que caracterizó a su comportamiento. Para el personaje que nos ocupa, quede claro que la calificación de infame no afecta a su vida privada, sino a su actuación política. Posiblemente sea el más virtuoso de los hombres, en el sentido de la moral cristiana, y en cambio el más ajeno, como es el caso, a la práctica de la virtud política. Y al igual que sucede en los relatos breves de la Historia universal de la infamiade Jorge Luis Borges, no basta el denominador común de una ambición personal desmesurada para recibir el título de infame, debiendo estar acompañada por la sucesión de acciones calificables de abyectas, que ha de llevar a consecuencias catastróficas. Como ocurre con el primer biografiado en la Historia borgiana, Lazarus Morell, estamos en nuestro caso ante un método original para ir hacia ese final, dada «la abyección que requiere, por su fatal manejo de la esperanza y por el desarrollo gradual, semejante a la atroz evolución de una pesadilla».

Hay que remontarse a los orígenes para entender lo sucedido. El último medio siglo en la historia del socialismo español estuvo marcado por una situación paradójica: su extrema debilidad orgánica al abordar la transición democrática, al mismo tiempo que se abría un horizonte político muy favorable para la socialdemocracia en la Europa de la década de 1970. Las elecciones de junio de 1977 confirmaron tales expectativas, bajo la eficaz dirección del grupo de Sevilla (González, Guerra) y con ellas la atracción ejercida sobre jóvenes antifranquistas formados en la izquierda no comunista (ejemplo, el FLP, del que procedieron Leguina, Maragall, Maravall, Narcís Serra), así como sobre una amplia masa de ciudadanos sin adscripción política previa. La heterogénea composición del partido de aluvión resultante se reflejó en la crisis de identidad suscitada por el abandono del «marxismo». Fue la clave de un futuro de uniformidad impuesta por Alfonso Guerra, no solo hacia el interior, sino también sobre los medios de comunicación públicos cuando el PSOE ejerció el poder. Nació un partido de gobierno; paralelamente iba tejiéndose la camisa de fuerza.

Solo que esa restricción no fue el mejor medio para crear el intelectual colectivo y los ascensos al vértice, tras el fin de la era González, mostraron la primacía de un nuevo tipo de líderes, ambiciosos, culturalmente débiles, y por contraste, hábiles en el uso de la palabra y en ascender sin particulares méritos políticos. Dos líderes sin notables cualidades, Zapatero y Pedro Sánchez, son ejemplos inmejorables de este tipo de ascensión resistible.

«Paradójicamente, es la salida de Iglesias del Gobierno lo que hace posible revelar un auténtico endiosamiento de Sánchez»

La crisis económica truncó la ascensión de Zapatero; la crisis política, tras las elecciones de 2015, estuvo a punto de hundir la de Sánchez, pero éste exhibió entonces su principal baza, la capacidad de subordinarlo todo a su ambición de ganar el poder y de ejercerlo. Una oposición rotunda, escasamente argumentada, pero atractiva, el «no es no», le llevó a recuperar el poder en el partido. Dejó claro entonces que bajo su mando no habría conciliación alguna ni piedad para los rivales internos y que su legitimación para el poder residía en un dualismo similar hacia fuera, aplicado a la oposición del PP. Más pragmatismo con tal de permanecer. No iba a dormir con Pablo Iglesias en el Gobierno, pero pactó con él de inmediato tras las elecciones de noviembre de 2019 y se dispuso a recibir sus enseñanzas en cuanto a las ventajas de mantenerse en pie de guerra contra la oposición y de blindarse contra toda crítica al llegar la crisis del covid. Los bandazos en la gestión de la misma fueron cubiertos por la política de información, el cuidadoso alejamiento de toda compresencia entre su imagen personal y de la de la pandemia, y el final relativamente feliz, que lógicamente atribuirá a los éxitos de su gestión.

Paradójicamente, es la salida de Iglesias del gobierno, lo que hace posible revelar un auténtico endiosamiento de Pedro Sánchez y la voluntad consiguiente de control omnímodo del sistema político. Más allá del caudillismo de partida, pasando del márquetin de Redondo a la agresión permanente al otro con Bolaños, cuando entran en juego la decisión de resolver todo modo el problema de Cataluña y también la amenaza representada por un nuevo líder del PP, que no se presta al menosprecio de que fuera objeto Casado en la etapa anterior. Como ahora lo que está en juego es su mando, de forma aún  más evidente tras las elecciones de este año, Pedro Sánchez se ha visto empujado a culminar su subida a la cima de la infamia, acumulando las abyecciones que han provocado el caos actual, recompensadas eso sí al parecer con su permanencia el la Moncloa.

Caos en la política, no en su lógica de actuación, que casi nunca es fácilmente legible, y menos a posteriori, ya que el equipo de Pedro Sánchez, armado verosímilmente con un sólido respaldo informático, del tipo de la Bestia utilizada por Salvini en Italia, se ocupa siempre de imponer su visión y de borrar las propias pistas de esta primera abyecciónel recurso sistemático a la mentira y el engaño, a una manipulación de la opinión pública que elimine la posibilidad de una información veraz, y consecuentemente de un debate libre. Lo que está sucediendo con la amnistía es un ejemplo de libro. Primero silencio, luego progresiva presencia en los medios como algo deseable, siempre ocultación de lo que tal amnistía representa, de su posible inconstitucionalidad, de sus consecuencias, para terminar como quien se acerca al happy end de un thriller, cuando de antemano el policía estaba dispuesto a entregar sus armas al delincuente.

Más sofisticada fue la rectificación de la ley del sí es sí: había que contar con el PP para arreglar el entuerto y ocultar al mismo tiempo esa colaboración a fin de seguir satanizándole. Y más burda, la eliminación de responsabilidades por la manifestación del 8-M bajo el covid, que partió de borrar los mensajes optimistas de Fernando Simón en sus preliminares. El bombardeo sobre la jueza que intentó esclarecerlas y la persecución del guardia civil investigador fueron las mejores pruebas de que muy pronto, al lado de la isegoría, la libertad de expresión y de información, era el Estado de derecho el que sufría una grave erosión.

«¿Qué decir ahora, con el principal autor del intento secesionista de 2017, convertido en legislador de su propia impunidad?»

 Algo congruente con una segunda abyección, la práctica reiterada de la injusticia, tanto en la esfera internacional como hacia el interior. En la primera, hasta caer en el ridículo con la carta redactada por el propio Gobierno marroquí que sella el abandono por España de la causa saharaui. Y nada de meterse en problemas de derechos humanos, como el de las mujeres iraníes asesinadas, torturadas y encarceladas, mientras nuestro Gobierno «progresista» da gritos de vivan el feminismo y los trans locales, aprobando como colofón el «sí es sí». Nada tampoco de defender la exigencia de un Estado palestino hasta que llega el momento de surfear sobre la ola de una opinión anti-israelí. Aquí el Gobierno Sánchez juega a fondo con sus medios domesticados, hasta niveles inverosímiles. Otro tanto sucede con la entrada en vigor de una Memoria Democrática que se refugia en la sombra de 1936 para fundamentar su maniqueísmo político, mientras olvida y justifica el legado que representa Bildu. Injusticia económica, con una condonación privilegiada de la deuda catalana, en detrimento de las restantes comunidades. Y last but not least, ¿qué decir del episodio que ahora contemplamos, con el principal autor del intento secesionista de 2017, convertido en legislador de su propia impunidad?. Es más, con la ayuda de Sánchez, en autor de su inesperada y triunfal resurrección política.

 En detrimento también del sistema político establecido por la Constitución de 1978, convertida ésta en un «marco» dentro del cual caben, hasta la humillación, todos los contenidos inconstitucionales, desde la amnistía comprada e impuesta para todo tipo de delitos políticos y económicos, al desplazamiento del papel que la Ley Fundamental reconoce al idioma español o a la falta de todo respeto institucional por parte de agrupaciones políticas que forman parte del Gobierno presidido por Pedro Sánchez. «No se puede humillar al país», dijo cautelosamente García Page cuando quería decir «humillar a España». Y humillar también a quienes aplicaron la justicia a los sediciosos y a todos los ciudadanos que en las comunidades periféricas permanecen leales al patriotismo constitucional cuya transgresión el Gobierno avala «por un puñado de votos», que diríamos citando al maestro Sergio Leone.

Permisividad que es signo de esa prepotencia que nuestro presidente exhibe en la foto oficial de la web de la Moncloa, donde es presentado a modo de poderoso sex symbol masculino. Pedro Sánchez es un discípulo primario de Carl Schmitt, que no necesita sofisticados argumentos para justificar su decisionismo por encima del orden constitucional. El argumento de que cambia de opiniones, es impreciso, ya que en realidad lo que cambia es su percepción de los propios intereses políticos, en función de la cual modifica la opinión emitida. Parafraseando la máxima de Campoamor: nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que él lo mira. Para imponer su concepción del poder, una vez sometidos el Legislativo y el Judicial, no necesita dar un golpe de Estado. Con el «constructivismo» de Conde-Pumpido puede tener suficiente para dar la vuelta al «régimen del 78», incluido el sistema electoral. En buen discípulo aquí de Pablo Iglesias, Pedro Sánchez ha aprendido la lección de los falsos plebiscitos, con el voto del PSOE reemplazando al de la ciudadanía sobre la amnistía y rizando el rizo, tampoco preguntándoles por eso a sus obedientes militantes, sino sobre el acuerdo con Sumar. El papel político PSOE se desvanece como partido, salvo para actuar siguiendo al pie de la letra sus dictados. Por aclamación, la cual, según el citado Carl Schmitt, estaba llamada a reemplazar al voto democrático.

«La siembra del odio se ha convertido en una clave para el éxito del objetivo esencial de Sánchez, su perpetuación en el poder»

No es cuestión de lecturas, sino de oportunidad para atender a su ambición, como en el caso de sus precursores políticos, Benito Mussolini y François Mitterrand. Al igual que sucediera con Zapatero, la ignorancia culpable facilita para Pedro Sánchez el ejercicio de un mando satisfecho de sí mismo. En primer lugar, ignorancia de Derecho Constitucional y de la historia, fuentes de inútiles problemas y explicaciones. Tampoco acerca de la economía, su discutido título profesional, se le ha escuchado nunca un argumento hilado. Con falsas evidencias y descalificaciones contra el adversario, tiene más que suficiente.

De nuevo en seguimiento de Pablo Iglesias, ha practicado con intensidad una nueva abyección, pensando en las condiciones requeridas para una vida democrática: la siembra del odio se ha convertido en una clave para el éxito del objetivo esencial de Pedro Sánchez, su perpetuación en el poder. Es la aplicación de lo que un lúcido comentarista, Ignacio Varela, formuló en El Confidencialal reproducir las expectativas de Pablo Iglesias, vampirizadas por Pedro Sánchez, del mismo modo que hace casi un siglo José Antonio se apropió de las ideas de Ledesma Ramos.

El «teorema de Pablo Iglesias» unía dos ideas. La primera, que «la alianza estable de las formaciones de izquierda de ámbito nacional con todos los partidos nacionalistas de vocación disgregadora» proporcionaba una suma de votos imbatible, siempre que se estableciera «un cordón sanitario sobre la derecha democrática» (para lo cual Vox fue una bendición). Añadiríamos que ese afortunado planteamiento requería -y requiere- un maniqueísmo extremo, la satanización del conjunto de la derecha, para mantener en pie la coalición heterogénea de gobierno; lo que puede llamarse «un país de enemigos».

La segunda idea de Iglesias consistía en que una vez formada la alianza, la orientación desestabilizadora de Podemos e independentistas catalanes y vascos, acabaría determinando la orientación, léase degradación, de la política propia del componente central, el Partido Socialista.

«La deriva populista del bloque, que Podemos hubiera debido encabezar, ha sido asumida por Sánchez»

Desde el punto de vista de la prioridad otorgada por Pablo Iglesias a la erosión del «régimen del 78», tal perspectiva se encuentra en vías de realización, gracias a la estrategia de salvación personal de Pedro Sánchez y a la importancia decisiva que el azar de unas elecciones ha otorgado a los partidos independentistas. Ocurre, sin embargo, que la deriva populista del bloque, que Podemos hubiera debido encabezar, en la visión de Iglesias, ha sido asumida por Pedro Sánchez, lo mismo que su premisa de satanización de la derecha, por lo cual ha sido el fundador de UP quien quedó desplazado. Solo se mantiene el recurso de que en su ceremonia de la confusión, cargada eso sí de ambición personal, Yolanda Díaz convierta a su arca de Noé en un instrumento político que enlace con la función desestabilizadora que Iglesias pensó para Podemos. Lo más probable, sin embargo, es que Pedro Sánchez decida asumirla, a la vista de que el populismo funcionó económicamente en el primer semestre de este año, lo justo para su supervivencia política. La santa ignorancia le exime de mayores preocupaciones, ya que la culpa del mal será siempre de la derecha.

El final catastrófico de la infamia no es seguro todavía en el plano económico, aunque resulte inevitable en el político. La más grave de las abyecciones, la subversión del orden democrático es ya un hecho, como lo es un país partido en dos, y como lo es el armisticio con los independentismos, pagado a cambio de la puerta legalmente abierta y de la legitimación por la amnistía de su pasada rebelión de 2017 para que logren sus objetivos. Dada la tiranía de las palabras y de los silencios, impuesta siempre por Pedro Sánchez, no existe la menor posibilidad de que nos cuente cuáles han sido sus compromisos efectivos sobre el referéndum de autodeterminación, o sobre qué piensa él hacer, supuesto que piense en algo diferente de su futuro personal. Por su astucia y falta de prejuicios, cabe temer que culmine la apoteosis, a costa de asentar su autocracia sobre un castillo de naipes. Por el momento queda la duda, expresada por Borges para dar cabida a la incertidumbre sobre el futuro feliz que aguardaba en apariencia  a uno de sus infames: «El Destino (tal es el nombre que aplicamos a la infinita operación mezcla de causas entreveradas) no lo resolvió así». Amén.

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