«Podría decir que el mayor don es recibir la vida, pero no sé si se me entendería, dado que estamos muy desganados a la hora de transmitirla»
«Vamos hacia un mundo diferente, impulsados también por una nueva revolución industrial que genera tantas oportunidades como miedos»
Nuestro mundo se dirige ciego a los extremos. El filósofo francés René Girard planteó esta posibilidad en uno de sus últimos libros, dedicado al pensamiento del gran teórico de la guerra Carl von Clausewitz. Si los habituales diques de contención fallan –ya sea la legitimidad del mito en que se sustenta una cultura o la robustez del pacto constitucional–, se abre paso el contagio vírico de los fanatismos.
Cuando yo era niño, con el calor llegaban las medusas, los alemanes y el olor a Nivea. Es un mundo que sigue ahí, imperturbable, un verano tras otro, aunque se escurra entre mis manos como la arena de la playa.
El filósofo Michael Oakeshott solía decir a sus discípulos que durante su larga vida había logrado mantener a raya el principal vicio de los seres humanos, en especial de los intelectuales: la propensión a tomarse demasiado en serio.
Toda religión hace referencia a algo que sucedió antes del tiempo y que puso en marcha el tiempo.
Detrás de todas las falsas noticias, hay una falsa noticia mayor: la premisa. El Papa que hubiese votado por Trump, el inmigrante musulmán que nos acecha, el latinoamericano que nos quita el trabajo, la estadística embustera que promete futuros utópicos y varias dádivas de dinero son, en su conjunto, más que un puñado de mentiras. Entrelazadas en fábulas y conspiraciones, son la superficie de una visión coherente –aunque falsa– del mundo. Una que tiene como premisa, por qué no, una solución. Una esperanza. Una mentira mayor.
El tema de los límites del gobierno solía ocupar poco a los pensadores europeos.
A una librería no hay que ir (¡contra todo pronóstico!) a comprar libros. No, al menos, desde que el progreso nos permite comprar cualquier cosa en pijama y babuchas. Es cierto que el librero te recomienda buenos libros, pero, ¿no hay algoritmos de publicidad mucho más documentados (y con mucho más empeño)? La única diferencia es eso que se llama «el toque humano». Y no exageres: todavía existen los culturales y la crítica; y algún amigo lector tendrás, digo yo.