«Ahora el tiempo nos ha traído a Bosé, que ya es como nosotros. No sé si a él le quedará el consuelo de que nosotros nunca fuimos como él, cuando brillaba»
«Máximo Pradera, haciendo honor a su nombre, que es a lo único que hace honor ahora, se ha vuelto romano sector Calígula y no para de decir disparates»
«De todos es sabido que doña Emilia sentía una gran admiración (que nunca la cegó) por la obra y la persona del fundador del naturalismo»
Saltó la noticia días atrás: en Chile se ha desatado la polémica a cuenta del nuevo nombre que habrá de tener el aeropuerto de Santiago. En un primer momento se había decidido que lo más conveniente sería rebautizarlo con el nombre de «Pablo Neruda», por ser éste un poeta de reconocido prestigio, pero los distintos movimientos feministas del país andino han montado gresca alrededor del asunto, pues consideran que el bardo de Parral es un violador que no merece semejante reconocimiento.
Provinciano: dícese de aquella mente que solamente puede leer la realidad desde su particular estrechez de miras. Se trata de una mentalidad típica de estos tiempos paradójicos. Puedes, por ejemplo, pertenecer a esa élite político-cultural que conforman los newyorkers y comportarte como un provinciano de libro. Quizá esa sea la auténtica marca de identidad de este tipo de intelectualidad global. Pero el provincianismo, aunque se vista de universalidad, sigue siendo un planteamiento tosco e insulso.
Podría ser el argumento de una novela de Milan Kundera ambientada en una democracia posmoderna: un cómico interpreta un sketch en un programa satírico de televisión.
Conversaciones que en las redes sociales se definen como “guerras culturales” no pasan de anodino intercambio de impresiones en la sobremesa. Lo que en un lugar se predispone a palabras como “incendiar”, “polémica” o “ruido”, en el trato personal no va más allá de un debate moderado donde se exponen dos versiones de un mismo hecho.
“¿A qué te dedicas, Miguel Ángel?”. “Soy profesor. De Ética. Por ejemplo, Ética del periodismo”. “Ah, pero ¿los periodistas tienen ética?”. He escuchado el mismo chiste tantas veces. Supongo que todos soportamos monotonías semejantes con nuestro trabajo: a Jordi Hurtado seguro que le han hecho mil chanzas sobre su eterna juventud. Y a fe que tiene especial mérito en su caso: no es fácil aguantar la misma broma doscientos años.
Las polémicas se suceden a tal ritmo que caen líderes, ídolos y referentes morales que todavía no sabía que existían. Así la actriz Asia Argento que, por si ustedes tampoco la conocen, parece ser una de las voces cantantes del #MeToo, que había denunciado públicamente que Harvey Weinstein abusó sexualmente de ella.