La fiesta mayor de los ingenuos
«Dicen que es autónomo quien no depende de nadie, pero bien pudiera ser que la autonomía dependa de un tropiezo que nos ponga, de repente, de rodillas»

«Dicen que es autónomo quien no depende de nadie, pero bien pudiera ser que la autonomía dependa de un tropiezo que nos ponga, de repente, de rodillas»
Cuánto añoro las Navidades sin afeites ni plusvalías, aquellas en que sólo se celebraba eso, la Navidad
No me escandaliza demasiado que los padres eduquen a sus hijos en lo que consideran bueno. Mucho peor sería que los educasen en aquello que consideran malo o que no los educasen en absoluto, si tal cosa fuese posible. Por eso no logro tirarme de los pelos al ver que algunos de mis compatriotas llevaron a sus hijos a las cabalgatas de los farolillos independentistas o, mejor dicho, llevaron farolillos independentistas a las cabalgatas de reyes de sus hijos. Como no me escandalicé al ver que los llevaban a las manifestaciones del 11-S, o a las contrarias a la Guerra de Irak o a las en defensa de la vida y de la familia. Y todavía menos me indigna que los lleven al futbol o a los toros, para que aprendan allí a ver más y mejor y se curen de ser aquellos ciegos que no ven más que a 22 tipos corriendo en calzoncillos o a un sádico en mallas torturando a un pobre animal indefenso. Tienen, al menos, derecho a intentarlo. Porque es sabido que los niños tienen su propia lista de prioridades, y me imagino que la luz de un farolillo indepe poco podría hacer para eclipsar la llegada de un rey mago.
Si, como dice Manuel Arias en su reciente La democracia sentimental (Página Indómita, 2016), las ideologías son “atajos cognitivos” que simplifican y empaquetan una realidad cuya complejidad lo exige para que podamos asimilarla y lidiar con ella, lo primero que ha de hacer un partido político al representarlas es cumplir ese mandato básico: no añadir bruma y ruido a lo que ya de por sí nos desborda cada día. El PSOE, más que un “atajo cognitivo”, ha sido este año una “distracción decepcionante”. No ha sido ningún faro contra la incertidumbre, sino la incertidumbre misma.
Amanece tras una noche mágica, para los niños y para los adultos con sensibilidad. Llamándome como me llamo y siendo mi santo desde que tengo uso de razón es un día más que especial para mí. Siempre me he dado mucha cátedra con los niños en materia regia y he presumido de una influencia inexistente para que mi mediación con Sus Majestades tuviera éxito. Los sueños, sueños son, y muchas veces se hacen realidad.
De ahí la alegría con la que deberíamos recibir estos días, de ahí la necesidad de desterrar ese «a mi no me gusta la Navidad» que con tanta frecuencia escuchamos.