En cuanto supe que había muerto Chuck Berry fui a escuchar “You never can tell”, su alegre canción de 1964, también conocida como “C’est la vie”: música rock, letra bien articulada y tono afectuoso, levemente burlón, sobre el matrimonio de dos adolescentes de Nueva Orleans sin un chavo, que –“you never can tell”, nunca se sabe– sale bien; “Pierre” y la “mademoiselle” prosperan, él encuentra trabajo, ella aprende a cocinar, con el paso de los años su modesto piso se va llenando de estupendos artículos de consumo, incluidos 700 discos de jazz y rock, y, en fin, hasta trucan un viejo coche para volver a Nueva Orleans y celebrar el aniversario de su boda.
El episodio del autobús naranja -respuesta a una previa campaña en marquesinas en el País Vasco afirmando lo contrario- revela un gran desencuentro, que debemos reconducir a un desacuerdo civilizado. Para unos la conversación sobre el sexo empieza y termina con un dato biológico, en sí mismo innegable: “los niños tienen pene, las niñas tienen […]
Aunque se extrañen nuestros hijos y ya, en algunos casos, ¡ay!, nuestros nietos-, los que tenemos gustos musicales blueseros y rockeros pero una edad ya bastante provecta no pertenecemos a la cultura de los llamados festivales o conciertos masivos al aire libre.