«Los datos son oro puro en manos, por ejemplo, de las aseguradoras a la hora de establecer primas ante las que el usuario no tiene margen de negociación y restringiendo su capacidad de elección»
Qué tendrá España que es paraíso propicio para las microrevueltas. Tal vez sea el carácter impetuoso del español sentado. Del español sentado en el bar, en un parlamento o en un taxi, entienda el lector.
Al terminar el largo ritual de vestirme formalmente, ya amarrándome la corbata, me veo al espejo, saco pecho, y me repito: “soy un científico y la ciudad es mi laboratorio”. Esos suelen ser los días que cojo taxis.
Hay tregua de los taxistas de Madrid y Barcelona. Pues muy bien. Dicen que por ahora se dan por satisfechos con que la Conferencia Nacional del Transporte haya decidido traspasar la competencia sobre las licencias de vehículos de alquiler con conductor (VTC) a las Comunidades Autónomas que lo soliciten. Y el ministro del ramo, Ábalos, el colega de Sánchez, propone a los gobiernos autonómicos que se acojan a un nuevo marco normativo que estará listo en septiembre y les habilitará para tener capacidad regulatoria en materia de licencias VTC, mientras las que no lo deseen seguirán bajo el marco estatal.
Los taxistas han parado Madrid y Barcelona en protesta contra el incumplimiento de las cifras de licencias de VTC. La normativa dice que debe haber una proporción de una VTC por cada 30 taxis, pero las cifras dicen que estamos en una VTC por cada siete.
Sin ánimo de redactar un estudio de mercado o un folleto turístico, es patente que la exclusividad de la que hasta hace muy poco ha gozado el gremio del taxi ha ido erosionando la calidad de su servicio.
Un conductor toma la decisión de saltarse un ‘ceda el paso’, y el Volvo que intentaba cambiar el sentido choca contra él. La noticia no habría aparecido siquiera en la prensa local si el segundo vehículo hubiese estado conducido. Pero es uno de esos drones sobre ruedas que constituyen la promesa de un mejor transporte; un coche que se gobierna de forma autónoma, sin conductor. Como la tecnología no está madura, circulan con un piloto que, llegado el momento, retoma el control. En esta ocasión, la precaución no ha sido suficiente.
El asunto me parece delirante, pero ha despertado mi interés. Achacarle a Uber la responsabilidad de su divorcio, como ha hecho un ciudadano francés, y reclamar una indemnización de 45 millones de euros resulta de coña, sin conocer el detalle de la causa judicial. Dice el tipo que contrató los servicios de Uber desde el teléfono de su esposa, tras solicitar el servicio y cerrar la sesión, ella estuvo recibiendo notificaciones de sus viajes, el nombre del conductor y la hora de llegada, lo cual despertó dudas en la señora de posibles infidelidades, en un conflicto que terminó en divorcio.
“Esto no puede seguir así”, ha dicho Florencio Almeida, portavoz de la asociación portuguesa de los taxis. “Esto” es que hay una tecnología que hace que su negocio sea obsoleto, como los conductores de rickshaw, esos carritos chinos de tracción humana, frente a la moto que circula por las calles de aquél país en ruidosas riadas.