Ted Chiang: «Las máquinas no están ni remotamente cerca de la inteligencia humana»
A su paso por el festival Kosmopolis, el escritor, uno de los autores de ciencia ficción más aclamados hoy, conversó sobre su último libro ‘Exhalación’ y sobre algunos de los temas más recurrentes de su narrativa como la Inteligencia Artificial, el libre albedrío, la realidad virtual o los viajes en el tiempo
Popularizado especialmente desde que Denis Villeneuve adaptó uno de sus relatos a la gran pantalla con La llegada, en treinta años Ted Chiang (Nueva York, 1967) ha publicado apenas una veintena de relatos y solo dos libros. Suficientes, eso sí, para amontonar cuatro premios Nébula y cuatro Hugo, entre otras distinciones. Su palmarés podría haber sido mayor si en 2003 no hubiera rechazado uno de estos galardones por su relato ¿Te gusta lo que ves? Documental. Simplemente, explicó, no estaba conforme con el resultado de aquella historia que había tenido que terminar bajo presión en menos tiempo de lo que a él le hubiera gustado.
No sin razón, este empeño por cuidar sus historias, por cocinarlas a fuego lento, ha convertido a Chiang en uno de los autores de ciencia ficción más aclamados. Considerado por muchos como el heredero de Isaac Asimov, antes de ponerse a escribir, cuenta que ya sabe cómo va a terminar su relato. «Normalmente –comparte-, el primer párrafo que escribo es un párrafo del final de la historia, que para mí representa al destino. Después suelo pensar qué punto de vista adoptaré, si será en primera o tercera persona el narrador. Muchas de las decisiones ya las he tomado cuando empiezo a escribir ese primer párrafo», explica durante su intervención por videoconferencia en una de las citas organizadas por el festival Kosmopolis en Barcelona a lo largo de este fin de semana.
Bajo el título El universo empezó como un soplo, y en conversación con la científica y escritora Carme Torras y el periodista Toni Pou, Chiang se muestra afable y dispuesto al otro lado de la pantalla, desde donde aborda algunas de las grandes cuestiones que recorren su último libro, Exhalación (Sexto Piso), desde el libre albedrío o la Inteligencia Artificial hasta los viajes en el tiempo, la realidad virtual o la exploración de la mente humana.
La compleja mente humana
Precisamente sobre el funcionamiento del cerebro trata el relato que da título a su libro, Exhalación. Su protagonista, explica el escritor, tiene una ventaja sobre los demás, nadie sabe cómo funciona exactamente un cerebro y para él, descubrir una parte mínima de ese funcionamiento, supondrá un «descubrimiento descomunal». Entre otras cosas, señala, porque no existe nada tan complejo como la mente humana. «Hay sistemas que son difíciles de entender, pero ni de lejos tanto como el cerebro. Tal vez un día comprendamos al cien por cien el cerebro de un ratón y evidentemente hay muchas cosas que sí somos capaces de entender, pero el cerebro humano es tan complejo que probablemente podríamos estudiarlo eternamente sin dejar de descubrir cosas nuevas», añade.
Aunque en sus historias juega con los límites y las alternativas futuras, el escritor —que compagina la literatura con su trabajo como redactor técnico en la industria del software— se muestra más reacio con la realidad. «No creo que las máquinas estén remotamente cerca de la inteligencia humana y no creo que sean capaces de hacer las cosas que hacemos nosotros —afirma—. Tampoco está claro qué significará para las máquinas acceder a nuestra capacidad humana. Pero hay una tendencia muy común de confundir la inteligencia con el número de operaciones que un ordenador puede hacer por segundo. Eso es como creer que puedes pintar la Mona Lisa si has leído mucho de pintura. Tener la materia prima no equivale a poder hacerlo», argumenta.
La escritura, tecnología avanzada
Preguntado por otro de los aspectos habituales de sus narraciones, cómo influirá la tecnología en nuestras mentes, el escritor también se muestra escéptico. «No pienso que sea posible que la tecnología nos transforme de una manera calculable y controlable. El resultado siempre será impredecible», aventura.
Como en una de sus historias, La verdad del hecho, la verdad del sentimiento, Chiang recuerda que, aunque hay sociedades que no usan la escritura y sobreviven, «nosotros, que vivimos en sociedades alfabetizadas, hemos tenido que pasar miles de años practicando la escritura y hemos construido nuestra sociedad sobre la palabra escrita. La escritura es también una tecnología y la palabra escrita tiene un papel fundamental en la manera en que pensamos». En este sentido, predice, la tecnología que cambiará nuestro modo de pensar será algo parecido. «No será un implante cerebral como alguna gente piensa o una cirugía invasiva, será más bien una melodía de la escritura, una versión gráfica e informática. Imagino que será algo que nos ayudará a pensar o tener pensamientos que no podíamos tener antes, igual que cuando aprendes una operación matemática nueva, o cuando aprendes a leer y escribir».
Concede, eso sí, que aunque es imposible saber qué aspecto tendrá esta nueva tecnología podría estar relacionada con la forma en la que las nuevas generaciones usan los videos. «A partir de la invención del cine o la imagen en movimiento la gente comenzó a pensar de otra manera —desarrolla—. Si vemos ahora aquellas primeras imágenes es una muestra visual completamente diferente a lo que estamos acostumbrados. Se utilizaba un lenguaje visual más crudo porque la gente no estaba acostumbrada a recibir la información de esa manera. Pero el lenguaje visual de las películas se hizo más complejo y las películas de los 50 o 60 son diferentes a las de los 90. Ahora tenemos video y hay generaciones que crecen saturadas de él. Son videos que utilizan un lenguaje visual que creo que a la mayoría de la gente le cuesta entender. Son muy fluidos, por así decirlo. Y eso para mí sería una forma muy mínima o muy sencilla del tipo de cosas que puedo imaginar».
El poder del libre albedrío
Otro de los temas recurrentes en la literatura de Chiang es sin duda el libro albedrío y nuestra capacidad de elección. «Mi mensaje es este: finjan que tienen libre albedrío. Es esencial que se comporten como si sus decisiones contaran, aun cuando sepan que no es así», escribe con cierta ironía en una de sus narraciones —Lo que se espera de nosotros— poco después de hacernos atravesar las puertas del tiempo en El comerciante y la puerta del alquimista. «Yo creo que sí tenemos libre albedrío, pero habría que definir a qué nos referimos con ello —tercia ahora—. Una de las razones por las que la física dice que no lo tenemos es porque el cerebro es una máquina que sigue las leyes de la física y si eso es así, no son libres. Pero yo opino que eso es incorrecto», refuta.
«Que nuestro cerebro sea una ‘máquina’ que siga las leyes de la física —continúa— es exactamente lo que nos permite el libre albedrío, porque nuestras decisiones no son aleatorias, no consisten en tirar una moneda al aire. Tienen que partir de cierta base, son el resultado de todo lo que experimentas a lo largo de la vida, de lo que lees, sientes y vives. De manera que son una combinación compleja que solo puede hacer tu cerebro. Esa elección es única y exclusivamente tuya. Así que no, no tenemos libre albedrío a pesar de ser máquinas complejas, sino porque somos máquinas complejas».
El dolor de las máquinas
Acostumbrado a utilizar bucles narrativos en sus relatos, el escritor señala que una de las razones por lo que le interesan «es la posibilidad de recontextualizar los acontecimientos. Cuando vemos algo nuevo en un contexto diferente, lo vemos de una manera diferente. Nada ha cambiado, pero basándonos en la nueva información que tenemos, ahora parece diferente», afirma.
Como en un capítulo de Black Mirror, las máquinas cobran vida entre las páginas de Exhalación hasta llegar a simular emociones y experiencias subjetivas. Sin embargo, señala Chiang, «a mí me interesa más cómo reaccionaría la gente ante máquinas con emociones reales». ¿Podría una máquina realmente llegar a sentir dolor?, se pregunta. «Lo que me preocupa es saber cuál es el objetivo de hacer que una máquina tenga o imite sentimientos. Porque la máquina no está realmente contenta o triste. Si lo está es porque una persona la ha programado. Es probable que se haga por razones no muy nobles, como ganar dinero o adoctrinar a la gente».
Preocupado por las cuestiones éticas y filosóficas, el escritor reconoce que no le interesa mucho la exploración del espacio como motivo literario. «No creo que sea una manera habitual de explorar las cuestiones filosóficas, así que no es útil para mí como escritor», comenta. Eso sí, añade, «me agrada la idea, es atractiva, pero probablemente no servirá para escapar de los problemas de la Tierra, como la catástrofe climática, que hay que abordar y afrontar. Irse a Marte suena bien, es muy cool, pero no sirve para solucionar los problemas de la Tierra», reflexiona.