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Así te puede hacer engordar la fructosa (y parte de la culpa es de nuestra propia evolución)

De cómo un mecanismo de supervivencia puede haberse convertirse en una bomba calórica

Así te puede hacer engordar la fructosa (y parte de la culpa es de nuestra propia evolución)

Vista de varias frutas | ©Freepik.

Juntas, fructosa y glucosa, forman la denominada sacarosa, un disacárido al que popularmente llamamos azúcar de mesa. Ambas llevan formando parte de nuestra dieta desde tiempos inmemoriales y, a pesar de la cierta buena fama que tiene la fructosa, un reciente estudio apunta a que su consumo podría estar detrás de nuestro aumento de peso.

Como es lógico, no es la única culpable de que las sociedades occidentales presenten cada vez mayores tasas de sobrepeso en su población, pero sí que puede jugar un papel relevante. O, al menos, más relevante de lo que se pensaba. Es evidente y cientos de investigaciones ratifican que el azúcar, entre otras causas, está detrás de estos índices de obesidad.

No está solo, evidentemente. Sin embargo, aunque la genética juega papeles fundamentales, así como las propias condiciones socioeconómicas, la realidad dietética es capital. En ella, aunque no reparemos a menudo, la forma en la que hemos evolucionado como especie y la forma en que vivimos en el siglo XXI influyen sobremanera.

Aunque parezca una perogrullada, en circunstancias generales, la humanidad nunca ha tenido tanta comida ni tan fácil acceso a ella como en el último siglo. Es evidente que hay excepciones y países donde la situación es crítica, aunque en el global de la población mundial el acceso es relativamente sencillo.

Una situación para la que nuestro organismo no está preparado. Milenios de evolución como Homo sapiens han llevado a nuestro cuerpo a una gran eficiencia nutricional, aprovechando ciertos resquicios para maximizar cualquier tipo de nutriente. Algunos, incluso, aparentemente inocuos como la fructosa.

Cómo la fructosa puede hacernos engordar

La miel también es rica en fructosa
Un estudio apunta a una evolución de nuestra especie y al aprovechamiento de la fructosa que supondría en períodos de carestía. ©Freepik.

Un reciente estudio publicado en la revista científica Obesity apunta a que la fructosa, dentro de los azúcares, puede tener un papel clave en el aumento de peso. ¿Cómo es eso posible si la fructosa, un azúcar natural presente en frutas, zumos, algunas verduras y la miel parece un nutriente saludable? A veces, por desgracia, convertido en azúcar invisible, tal y como ya te contamos en THE OBJECTIVE.

Pues lo que han averiguado en la University of Colorado Anschutz Medical Campus, en Estados Unidos, es que depende de cuándo consumamos la fructosa. Según sus investigaciones, cuando el organismo se encuentra en estado de inanición y no ingiere nutrientes, la fructosa que se haya ingerido actúa como esos nutrientes, restaurando la energía de las células. Este proceso, parte de un nucleótido fundamental, se llama adenosín trifosfato (ATP) y es vital en cómo las células obtienen energía.

Sin embargo, lo que es una ventaja cuando estamos bajos de nutrientes, es desventaja cuando nos sobran los nutrientes. De nuevo, volvemos a ese siglo XXI donde el acceso a los alimentos es relativamente fácil. Lo que sucede cuando tenemos los depósitos llenos, la fructosa reduce el ATP y, al mismo tiempo, bloquea el repostaje del ATP de los depósitos de grasa.

La hipótesis de la fructosa de la supervivencia

Resumido de forma muy somera, diríamos que la fructosa, en cierto modo, ni nutre ni deja nutrir. Al pasar esto, la célula percibe que su nivel de energía baja, por lo que el cerebro activa diversas respuestas biológicas. Ante este escenario, las señales son claras: hambre, sed, necesidad de comer algo, aumento de la resistencia a la insulina… Nuestro organismo entra en un escenario de batalla, pidiendo comida y también siendo eficiente con los ‘pocos’ nutrientes que tengamos. Dicho también de otro modo, entra en un escenario de bajo consumo, pero pide combustible.

El azúcar está compuesto de glucosa y fructosa
El azúcar de mesa es un disacárido compuesto por glucosa y fructosa. ©Freepik.

Lo malo, como es evidente, es que esa búsqueda de combustible nos lleva a alimentos ricos en calorías como más azúcares y grasas. Esto es lo que se ha denominado hipótesis de la fructosa de la supervivencia, tal y como avala el trabajo del doctor Richard Johnson. Johnson, miembro de ese equipo universitario, considera en esta teoría que hay un mecanismo que hemos ido desarrollando durante milenios para ser eficientes. Con él, conseguimos no malgastar nuestras pocas energías, pero cuando topamos con un escenario rico en nutrientes, la cosa cambia.

Lo que era una forma de aprovechamiento energético se vuelve en nuestra contra. Al bloquear esa relación con el ATP, nuestro organismo demanda más nutrientes y más calorías, pensando que está en un estado de inanición. Salvando mucho las distancias se parecería a los períodos de hibernación de determinados mamíferos que acumulan nutrientes para pasar un largo plazo. De esta manera, baja su actividad y también su consumo energético. No obstante, lo que hacemos en este caso es mandar una señal errónea.

La fructosa como azúcar añadido

El cerebro, al comprobar que estamos con el depósito en la reserva, ‘ordena’ que repostemos. Al hacerlo, lo que realmente provoca es que sigamos añadiendo calorías. Bien sea en forma de azúcares o de grasas, lo cual es otra respuesta neurológica pidiendo alimentos más nutritivos y energéticos. El problema final con la fructosa estaría en que este monosacárido no era especialmente abundante en nuestro día a día.

A pesar de estar presente en frutas, sus zumos y la miel, la realidad es que el ser humano nunca lo había ingerido en grandísimas cantidades. Hasta hace unos cuantos años, cuando lo encontramos en combinación con la glucosa formando la sacarosa, o en preparados como el sirope de maíz, que se elabora a partir del almidón de este cereal. Con una fama de azúcar más ‘sano’ al alza por no ser puramente sacarosa, la realidad es que la fructosa como azúcar añadido sigue siendo una bomba de calorías a la que conviene poner bajo custodia.

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