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Hambre fisiológica: qué es y cómo se identifica (y cómo distinguirla del resto)

Los dos fenómenos se originan en nuestro cerebro

Hambre fisiológica: qué es y cómo se identifica (y cómo distinguirla del resto)

Un hombre comiendo un bocadillo | ©Freepik.

Aunque parezca evidente, hay varios tipos de hambre, pero hoy nos vamos a centrar en lo que se considera hambre fisiológica, una realidad que nuestro organismo manifiesta y que es fundamental para comprender cómo funciona. Lo curioso es que el ser humano no come simplemente por nutrirse o por alimentarse.

De hecho, somos el único ser vivo que puede comer sólo por sentir placer en el hecho de comer. O también somos el único ser vivo que come para mitigar sensaciones de ansiedad. Por este motivo, conviene realmente comprender qué es el hambre fisiológica, un concepto largamente estudiado y que pone la mesa varias realidades.

Distinguir el hambre fisiológica del hambre emocional, comprobar cuándo hablamos de una y de otra o entender la vinculación de ambas con los trastornos alimenticios es fundamental. Especialmente también en personas jóvenes o, por poner más casos, en personas que por episodios de estrés y otras realidades psicológicas acaben comiendo más de la cuenta.

Hambre fisiológica: qué es y dónde se origina

Aunque creas que el hambre fisiológica es algo que tu estómago ordena, nada más lejos de la realidad. Cualquier orden de nuestro organismo la manda el cerebro y en este caso no es una excepción. Sin embargo, puede que tengas la sensación de creer que es tu estómago, a veces a través de que te suenen las tripas, el que lleve la voz cantante.

La realidad es que estos borborigmos, de los que ya te hablamos en THE OBJECTIVE, no se generan per se en el estómago, sino que actúa como caja de resonancia de otro órgano: el cerebro. Es el cerebro el que manda las órdenes de tener hambre, razón por la que entendemos a este tipo de hambre como hambre fisiológica.

No obstante, nuestro cerebro también es el que nos va a mandar comer en episodios de hambre emocional. Entonces, ¿cómo se distingue una de la otra? Pues porque el hambre fisiológica aparece cuando el cuerpo necesita energía y nutrientes para mantener sus funciones. En ese momento, el cerebro emite distintas señales que pueden ser más o menos intensas y que van a depender de varios factores.

Puede ser la actividad física, nuestra actividad metabólica o la ingesta de otros alimentos, que será lo que varíe la fuerza de esta señal. De esta manera, el cerebro ‘ordena’ tocar a rebato y sentir hambre, estimulándonos para que comamos. Aparte de esa sensación de vacío en el estómago, el hambre fisiológica se percibe a través del deseo de comer, así como otras manifestaciones como el cansancio, la debilidad o una pérdida de la concentración. Además, conviene tener claro que el hambre fisiológica también puede, cuando es resuelta, acabar siendo placentera y reconfortante, como podemos evidenciar.

Cómo se identifica el hambre fisiológica

Las primeras sensaciones se producen en el propio estómago a través de esa sensación de vacío o de ligeras molestias, a veces acompañadas de ruido. A partir de ahí, la persona que tiene hambre fisiológica puede sentir un bajo nivel de energía o cierto nivel de cansancio, ya que le faltaría, en determinada manera, combustible.

Un hombre con hambre fisiológica
El hambre juega un papel fundamental en la intervención de las emociones. ©Freepik.

Lo curioso es que el hambre fisiológica puede ir también acompañada de determinados patrones de conducta como los cambios de humor o la irritabilidad, lo cual también va condicionado por la secreción de ciertas hormonas. Una realidad que también altera a nuestro desempeño intelectual, pues el hambre fisiológica puede condicionarnos en este sentido. Por poner algún ejemplo, habría que hablar de una menor concentración o de un empeoramiento del rendimiento cognitivo. Dos patrones habituales cuando hay hambre fisiológica.

Cómo se diferencia de otros tipos de hambre

También nuestro cerebro tiene la culpa, como motor, de que sintamos otros tipos de hambre. Es el caso de lo que conocemos como hambre emocional, a la que seguramente identifiquemos con facilidad cuando comemos sin hambre. Este caso puede provenir por razones muy diversas, pero las más frecuentes tienen un perfil psicológico.

Por eso, el hambre emocional se suele dar en episodios de estrés, ansiedad o depresión, donde el cerebro palia sus ‘problemas’ con alimentos. Razón por la que también se suelen preferir alimentos grasos o dulces, pues generan una respuesta hormonal que seduce a nuestro cerebro, en contraprestación con otro tipo de alimentos. La diferencia evidente con el hambre fisiológica es que este tipo de hambre no va precedida de una necesidad real de nutrirnos, como explica este estudio.

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