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Nunca podrás adelgazar si no identificas el tipo de hambre que sueles tener (hay siete tipos)

En el primer mundo, solemos comer por muchas razones y muy pocas veces tienen que ver con hambre ‘real’

Nunca podrás adelgazar si no identificas el tipo de hambre que sueles tener (hay siete tipos)

Adelgazar | Gtres

Muchas veces, abandonamos nuestro proyecto de adelgazar porque pasamos hambre o no resistimos las ganas de comer, bien sea por ansiedad, problemas psicológicos o ataques de apetito que nos boicotean, impidiéndonos perder peso y haciendo que fracasemos en nuestro plan.

Y no solo ello, sino propiciando también la aparición de trastornos alimenticios, los cuales han ido aumentando en las últimas décadas, como la bulimia, la anorexia o el llamado síndrome del atracón (el deseo incontrolable de ingerir excesivas cantidades de comida en un solo momento), y que no se puede generalizar.

Sin embargo, y aunque no padezcamos este tipo de trastornos, los psicólogos advierten: todos deberíamos reflexionar sobre nuestras dinámicas de alimentación, y ya no solo para adelgazar, sino para determinar qué tipo de relación tenemos con la comida. «La razón es que el qué comemos, el cómo comemos y el cuánto comemos nos pueden dar pistas de nuestro estado mental, de cómo estamos pensando y sintiendo, tanto en un momento determinado, como a lo largo del tiempo», afirman desde Clínicas Origen.

Los siete tipos de hambre que existen

El equipo de psicólogos mencionado recomienda que nos preguntemos a nosotros mismos si comemos porque tenemos hambre de verdad o si, por el contrario, queremos llenar otro vacío o sentimiento. Para ello, hemos de saber distinguir el tipo de hambre:

  • Hambre visual: se produce cuando ‘la comida entra por los ojos’. Nos enamoramos de una presentación bonita, del color de los alimentos o incluso del entorno en el que se sirve. La belleza del producto y la que le rodea sirven de estímulo a la hora de comer.
  • Hambre olfativa: abrimos la puerta de casa, por ejemplo, y lo que se está elaborando en la cocina nos abre el apetito. También puede suceder lo contrario, un aroma fuerte que se prolonga por mucho tiempo  —como el de una sopa que puede llegar a cocer horas— nos produce sensación de saciedad.
  • Hambre bucal: está relacionado con el deseo de la boca de experimentar sensaciones placenteras, tenerla llena, o experimentar determinadas sensaciones y sabores en la misma.
  • Hambre estomacal: solemos sentir ‘un agujero’ en el estómago, pero no tiene por qué deberse al hambre. «Si el hambre estomacal es una constante en nuestra vida, deberíamos consultar a los expertos, tanto a los especialistas en digestivo como a los profesionales de la salud mental; la sensación podría encubrir distintos tipos de problemas».
  • Hambre celular: este tipo de apetito tiene que ver con nuestra necesidad fisiológica de nutrientes y se satisface mediante la ingesta de los elementos esenciales que precisan nuestros distintos sistemas orgánicos: agua, sal, proteínas grasas, hidratos de carbono, minerales, vitaminas y oligoelementos como el hierro y el zinc. Se habla de este proceso en el denominado mindfull eating, el comer consciente, que lleva aparejado un proceso de escucha en la alimentación.
  • Hambre mental: se basa en pensamientos  tipo ‘debería comer’ o ‘no debería comer’, y tiende a crear absolutos, polos opuestos que diferencian lo malo de lo bueno; ‘alimentos malos’ y ‘alimentos buenos’. La mente se relaja cuando se calman las voces y cesan las contradicciones.
  • Hambre emocional: cuando la comida se utiliza para rellenar vacíos emocionales; cuando nos sentimos solos, abatidos, en caso de pérdidas, rupturas y contratiempos.
Alimentación intuitiva

Según los expertos, todos hemos pasado en algún momento por estos distintos tipos de hambre, ya que culturalmente es muy habitual utilizar el efecto de calma que reportan ciertos alimentos para regularnos cuando tenemos estrés, ansiedad o preocupaciones.

El problema se agrava cuando van pasando los años y no conseguimos distinguir el tipo de hambre que solemos tener, y es lo que no solo nos pone la zancadilla a la hora de adelgazar, sino también a la hora de conocernos a nosotros mismos.

Así, mientras que hay personas que saben diferenciar entre los distintos tipos de hambre y de las maneras de comer, la dificultad para otros reside en decidir de manera consciente si se quieren dejar se llevar o no por el impulso del hambre emocional, el más común.

El hambre emocional, el que más zancadillas nos pone a la hora de poder adelgazar

El hambre emocional, como hemos visto, es un trastorno que genera una creciente necesidad de comer en la persona que la sufre, pero no porque esté buscando el factor nutricional. Tampoco porque realmente tenga hambre, sino porque hay un motivo evidentemente vinculado a las emociones detrás. Ajeno a una circunstancia meramente fisiológica, pero sí vinculado a carencias internas —somáticas y mentales—, el hambre emocional apunta a llenar determinados vacíos.

Pueden ser ejemplos especialmente perjudiciales como la depresión, la ansiedad o episodios de estrés, todos ellos patologizados. También puede tratarse de casos más puntuales como el simple aburrimiento o episodios de tristeza, pero en cualquier caso obedece a un mismo patrón: comer por comer.

La cuestión es comprobar cómo identificar el hambre emocional y, sobre todo, cómo llegar a controlarla. En este sentido, conviene ser conscientes de que comemos sin sentir hambre fisiológica, como hemos visto anteriormente.

Por ello, para ponerle remedio, hemos de ser conscientes de que padecemos este tipo de hambre, o cualquier otro. La clave es sincerarnos con nosotros mismos y observarnos, para ver por dónde flaqueamos en lo que a alimentación se refiere. Una vez tengamos algunas pistas, lo mejor sería buscar apoyo profesional, para así poder elaborar un plan nutricional y/o psicológico adecuado, para poder ser más felices y, por qué no, adelgazar.

Una mujer sujeta unos cubiertos ante un plato con un reloj
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