La gula
«Gruñía cuando yo movía y ajustaba la cadera persiguiendo el gusto de su tacto»
Levantó la mirada del plato y me observó a través de sus gafas. La imagen de su barbilla untada en la grasa del marisco que acababa de devorar me recordó que un rato antes el plato había sido yo y que me había zampado con la misma falta de elegancia y pudor. Un rato antes se había agarrado a mi coño con el pretexto aceptado de un «no puedo contener mis ganas de comerte, tu sabor me vuelve loco».
Había contemplado cómo Saúl desmembraba gambas y langostinos con la yema de sus dedos. Los objetos, cualesquiera que fueran, parecían perder entre sus manos una dimensión objetiva para pasar a convertirse en versiones minúsculas de ellos mismos. Saúl transmitía hambre de vida y eso convertía en naderías todo aquello que no fuera unas botas para el monte, una navaja multiusos, frescos del mercado, un libro de filosofía y un rotulador. Era mi forma de resumirle, de dibujar un esbozo de quien era cuando, con gran afán por hacerse entender, me hablaba y hablaba mientras yo le miraba sus piernas de gladiador y atendía a sus palabras quijotescas.
Aún no sabía cuánto de él había en él cuando una lamida de su lengua fresca me sacudió el clítoris con un espasmo de buenos días, como un rayo de sol en plena cara te contrae los párpados de forma inesperada. Me deslumbró su cabeza ahondando en la mullida carne de mis muslos cerrados para hozarme sobre la vulva aún no despierta y allí, allí mismo, comenzó a gruñir.
Gruñía cuando yo movía y ajustaba la cadera persiguiendo el gusto de su tacto. Me restregaba contra su boca y él, abriéndola aún más, expelía un aire caliente que entibiaba el frío propio del amanecer. Incrusté a Saúl en mi coño adormilado agarrando su cabeza con las dos manos y retirándole el pelo de la cara. Lo empujé hacia mí para alentarle a abismarse en la profundidad de mi grieta, a incrementar su gula, a comer con más fervor.
No sabía aún cuánto de él había en él cuando le agarré de las muñecas que apoyaba sobre mi vientre y respondió agarrando fuerte las mías; o cuando de las muñecas resbalamos hasta las manos que se entrelazaron como si llevaran mucho tiempo perdidas, buscándose. Tampoco lo sabía todavía cuando me así a sus brazos para sostener un caída imposible a ras de suelo y él, sin suspender su banquete sobre la cama, los tensó como diciendo «clávame fuerte las uñas, no te voy a dejar caer».
Me comió así, de buena mañana, durante todo el tiempo que pude y quiso para empacharse de mí y en mí; para poder desvelar también él quién era la mujer que desde hacía unos días plañía al penetrarla despacio en su cama. Quién era esa que con espasmos brincaba sobre él mojándole el vientre una sobre otra vez con sacudidas de santera intoxicada.
Buscaba mi jadeo con el batir de su lengua agitada y quedaba a la espera de mis siguientes gemidos, meneos de cabeza y tensión muscular. Al amasar sus labios con los míos me presionaba la vulva con una lengua rápida que dejaba un rastro de saliva caliente de delante a atrás. El frenesí de mi cintura guiaba la cabeza de Saúl y ni con la violencia de las olas de mi cuerpo tempestuoso desistía de su gobierno. Capeaba la tormenta con caricias en la cara más suave de los muslos y los estrujaba con ternura para intentar mantener el rumbo.
En ninguna de las tres comidas que Saúl trajo para desayunar esa mañana me corrí. Sin saber quién era, mis orgasmos se esconden a la espera de un brillo que salude con un hola cómplice nuestro hacer. Ahora es cuando me corría, mientras se limpia la cara, me llena la copa de vino y mira su plato con la misma gula con la que me acababa de devorar.
Saúl y yo no sabíamos quiénes éramos cuando nos follamos de postre, de merienda y de cena; de víspera de noche y madrugada hasta que un nuevo rayo de sol nos dio en plena cara, uno de esos que te contrae los párpados de forma inesperada mientras… una lamida de lengua fresca me sacudió el clítoris con un espasmo de buenos días… su cabeza ahondando en la mullida carne de mis muslos cerrados para hozar … gruñía cuando yo movía y ajustaba la cadera persiguiendo el gusto de su tacto… contra su boca y él… expelía … en mi coño adormilado agarrando su cabeza… para alentarle a abismarse en la profundidad de mi grieta… a incrementar su gula.. no sabía quién era cuando…ni cuando… sin cesar de desayunarme… Saúl.