Jesús Duva: «No hay que poner en el titular la nacionalidad del asesino, pero sí en el texto»
Ha contado en las páginas de sucesos la historia reciente de nuestro país y sus circunstancias.
Debutó en la crónica de sucesos con la matanza de los abogados laboralistas de Atocha (enero de 1977) y desde entonces ha seguido relatando algunas de las historias más truculentas de los últimos 40 años. Jesús Duva, nacido en Tordesillas (Valladolid) a mediados de los años 50, recuerda en esta entrevista concedida a Fuera de Micrófono que, en las vacaciones de 1975, unos meses antes de la muerte de Franco, se presentó en la delegación vallesolitana del diario Pueblo a pedir trabajo. Le dijo a su responsable que estaba estudiando Periodismo y que le dejara ir por la redacción para «ver cómo funciona esto».
Unos meses después, hizo lo propio en la calle Huertas de Madrid, donde estaba la sede central de ese periódico vespertino y puso en marcha la sección de Laboral, que no existía como tal, aprovechando el resurgir de la lucha sindical, con Marcelino Camacho, Nicolás Redondo y José María Zufiaur. Periodista de raza, reportero y autor de siete libros relacionados con el mundo del crimen y la delincuencia, confiesa que volvería a hacer lo mismo si retrocediera en el tiempo.
Posee el Premio de la Guardia Civil y la Medalla al Mérito Policial, y defiende su idea de un periodismo sin horarios. Un periodismo que busca las noticias en la calle y las publica con todo lujo de detalles. Cuando le pregunto por el crimen que más le ha impactado, no duda un instante: el asesinato y la violación de las tres niñas de Alcàsser en noviembre de 1992. «Me afectó mucho. Fue un crimen brutal. Mis hijos —añade— tenían entonces la edad de aquellas niñas».
Acostumbrado a narrar sucesos, y a empatizar con las víctimas de ellos, el periodista vallisoletano considera que se puede entrevistar a un asesino —y así lo ha hecho en alguna ocasión—, pero dando también la palabra a sus víctimas. «Siempre he procurado recoger las declaraciones de víctimas y verdugos. Nunca solo las del verdugo. Quizá ese fue el problema que surgió con el libro sobre José Bretón, que asesinó y quemó a sus dos hijos, de seis y dos años».
Tras su paso por Pueblo, el diario Ya, El País y la dirección de Comunicación del Ayuntamiento de Madrid, durante la alcaldía de Manuela Carmena, el periodista sigue con interés la actualidad y el devenir de la profesión. «Los periodistas —se lamenta— nos hemos vuelto más comodones, más burócratas, más funcionarios».
PREGUNTA.- Empezaste en el diario Pueblo.
RESPUESTA.- En el verano de 1975. Estaba estudiando Periodismo en Madrid y me fui a pasar las vacaciones a Valladolid, donde vivía con mis padres. Un día, me presenté en la delegación de Pueblo, donde se hacía una edición para Castilla y León. Pueblo fue pionero en la creación de ediciones regionales. Era un trabajo tremendo, porque todo se imprimía en Madrid, en plomo. Me presenté allí y le dije al responsable: «estoy estudiando Periodismo y quería venir por aquí para ver cómo funciona esto». Iba todos los días y cada día escribía algo. A la vuelta de las vacaciones, en octubre, me presenté en la sede central del periódico, en la calle Huertas. Como ya me conocían, me dijeron: «quédate por ahí». Me inventé la sección de Laboral, que no existía.
P.- Un periódico del Movimiento…
R.- Dependía del Ministerio de Relaciones Sindicales, pero no tenía nada que ver con el Movimiento.
P.- Entonces solo funcionaban los sindicatos verticales. ¿Tuviste problemas?
R.- Tenía que buscar las vueltas. Llegué a hacer dos páginas diarias de información laboral. Fuimos pioneros, porque no existía la sección de Laboral en la prensa española. Lo que se daba de laboral se hacía bajo el epígrafe de orden público. Lo único que se publicaba era si detenían a unos sindicalistas, si había una huelga y la policía entraba en una fábrica a porrazos… Yo convencí a los compañeros de Pueblo de que eso no era un tema de orden público, sino conflictos provocados por la lucha obrera. Pero, acababa de morir Franco y estábamos en plena Transición. Fuimos los primeros en poner el rótulo de Laboral en la prensa. Luego, el resto de los medios lo utilizaron también.
«Debuté en la sección de sucesos con la matanza de los abogados laboralistas de Atocha»
P.- ¿Por qué te pasaron a sucesos?
R.- En Pueblo la sección de Sucesos era muy dura. No incluía solo sucesos, sino también terrorismo y orden público. Todo aquello en lo que estuviera de por medio la Policía y la Guardia Civil era de Sucesos. En el año 1976, me llamó el director y me dijo: «si quieres entrar en plantilla y tener un sueldo fijo, tienes que pasar a Sucesos». Dije: «de sucesos no sé nada, yo sé de laboral». Además, Laboral era un juguete que yo había creado. Conocí a figuras como Marcelino Camacho, Nicolás Redondo, José María Zufiaur, Nicolás Sartorius o Matilde Fernández. Me dijeron eso y dije: «vale, así logro tener un sueldo fijo». De esa forma entré en Sucesos. Éramos los mejor pagados de Pueblo. En aquella época no había convenios colectivos; cada uno negociaba su propio convenio. Era una sección muy dura porque había muchos atentados terroristas de ETA y también del Grapo. Debuté en la sección de Sucesos, así llamada en Pueblo, con la matanza de los abogados laboralistas de Atocha. Alguien de aquel despacho de Comisiones Obreras, al que yo iba prácticamente a diario, porque allí se manejaba mucha información laboral, me llamó desde una cabina telefónica que había en la plaza de Antón Martín y me dijo que fuera corriendo; que había pasado algo muy grave. Una semana antes de que se produjera el atentado, el director de Pueblo me había cambiado de sección. Eso, posiblemente, me salvó la vida. Los pistoleros asesinos de ultraderecha me habrían pillado en aquel momento porque, cuando ocurrió el atentado, era la hora a la que yo solía ir allí muchos días. La hora en la que acudían a ese despacho los líderes sindicales de la Construcción, Químicas, Correos… Nunca he sabido quién me llamó, pero como el diario Pueblo estaba muy cerca del despacho de Atocha, me fui para allá con Miguel Garrote, un fotógrafo del periódico, en su coche. Llegamos en un minuto. Subimos al despacho y vimos aquel triste y sangriento panorama. Acababa de llegar un coche de la Policía. En el descansillo nos encontramos a los policías con las armas en la mano. Nos obligaron a bajar, claro, porque la situación era tremenda, con gente muerta y con heridos.
«Me he llevado bien con las Fuerzas de Seguridad, pero también ha habido fricciones»
P.- Fue la Semana Negra de Madrid, en enero de 1977.
R.- Una semana negra porque un ultraderechista también mató a un estudiante, Arturo Ruiz, en la Gran Vía. Al día siguiente del asesinato de Arturo, se convocó una gran manifestación. La policía disparó botes de humo —entonces se disparaban botes de humo— y uno de los botes le reventó la cabeza a Mariluz Nájera. Yo estaba muy cerca en aquella manifestación.
P.- En 2014 te concedieron la Medalla al Mérito Policial. ¿Por colaborar con la Policía? ¿Por tu trayectoria?
R.- Quizá por mi trayectoria. Tengo el Premio de la Guardia Civil, la Medalla al Mérito Policial, con distintivo blanco, y distinciones de la Policía Municipal de Madrid. Me he llevado bien con las Fuerzas de Seguridad, pero también ha habido fricciones, como es lógico. Algunas veces, he considerado que la Policía o la Guardia Civil no habían realizado una buena actuación, o no tenían la eficacia que se requería para un asunto, y los he criticado. Siempre, críticas razonadas, constructivas y sin mala fe. Las relaciones han sido generalmente buenas, aunque, a veces, han existido discrepancias y se han perdido amistades en el camino. Como ocurre en otras secciones de los periódicos.
«Los años 80 fue una época muy dura en Madrid, porque coincide con la irrupción de la heroína»
P.- En el diario Ya, donde coincidimos, te escuché decir: «voy a tener que ir esta noche de patrulla con la policía para sacar noticias». ¿Eso cómo lo conseguías?
R.- Echándole muchas horas. A base de horas y horas. Los años 80 fue una época muy dura, porque coincidió con la irrupción de la heroína. La heroína es un fenómeno que se carga a toda una generación, sobre todo en Madrid, aunque en Galicia también afectó mucho. En la década de los 80, una generación de chicos jóvenes muere por sobredosis, en incidentes callejeros o tiroteados por la policía. Fue tremendo. La época de los 80, hasta los 90, fue muy dura. Entonces, pasábamos muchas horas y muchas noches con la Policía, la Guardia Civil y la Policía Municipal. Hablo de gente de aquella época: Francisco Pérez Abellán, ya fallecido; Ricardo Domínguez, de ABC; Carlos Aguilera y Ángel Colodro, que son un poco más jóvenes, Manuel Marlaska padre… Echábamos muchas horas. Pasábamos noche enteras por ahí, con la policía.
«El crimen de Alcàsser marca un antes y un después en la historia de la criminalidad española»
P.- Has vivido historias truculentas, pero ¿cuál ha sido la que más te ha impactado?
R.- Si tengo que quedarme con una que me haya impactado especialmente, me quedo con el asesinato de las tres niñas de Alcàsser (Valencia). Fue un crimen brutal. Tres niñas quinceañeras que estaban haciendo autoestop en Picassent (Valencia) para a ir a una discoteca; se detiene un coche, las recoge y ya nunca más se volvió a saber de ellas. Eso ocurrió un mes de noviembre (1992) y hasta enero, casi tres meses después, no hay rastro de ellas. Hay un movimiento de la sociedad enorme buscando a las niñas, básicamente en TVE. Tú, que eres especialista en el tema, recordarás que Paco Lobatón hacía diariamente un programa, ¿Quién sabe dónde?, dedicado a las niñas de Alcàsser. Toda la sociedad estaba conmocionada. Tres quinceañeras que desaparecen y las encuentran asesinadas, enterradas en una montaña, cerca de la presa de Tous. Después, la autopsia demuestra que fueron violadas y torturadas de forma salvaje y brutal. El crimen de Alcàsser marca un antes y un después en la historia de la criminalidad española. Es un crimen del lumpenproletariado, de la marginalidad de las grandes ciudades, del extrarradio. En este caso, los asesinos eran de Catarroja, de los suburbios de los pueblos de Valencia. Gente relacionada con la heroína. Gente muy pasada de vueltas. El principal sospechoso era Antonio Anglés, un auténtico psicópata. Ese crimen, como digo, marca para mí un antes y un después.

«Antonio Anglés sigue siendo uno de los criminales más buscados por Interpol»
P.- Has citado a Antonio Anglés. ¿Crees que puede estar vivo?
R.- Mientras no encuentren su cadáver, lo tengo por vivo. Y no yo, también la policía.
P.- Se dijo que se había subido a un barco.
R.- Sí. Huyó de España, se subió de polizón a un barco en Lisboa, llegó a Dublín en ese barco y ahí se esfumó. La policía lleva muchos años queriéndole dar por muerto. Pero es un caso que sigue abierto. Nunca se ha cerrado. Juzgaron a uno de los asesinos, a Miguel Ricard, pero con él estaba Antonio Anglés y, posiblemente, alguna persona más. Claro, a la policía no le gusta tener casos abiertos, le gusta los casos cerrados, juzgados y sentenciados. Y este es un caso abierto y además muy duro: tres niñas quinceañeras asesinadas, violadas y torturadas de forma atroz. Lo quieren dar por cerrado, pero miras ahora en las páginas de Interpol y uno de los criminales más buscados sigue siendo Antonio Anglés, con ficha roja, que indica prioridad absoluta. Las policías de los 170 países que pertenecen a Interpol lo tienen en sus bases de datos. Si algún policía de esos países encuentra a Anglés, inmediatamente, tiene que proceder a su detención e ingreso en prisión.
«El crimen de Alcàsser me afectó mucho; mis hijos tenían entonces la edad de aquellas niñas»
P.- Después de tantos años haciendo sucesos, ¿acabas asimilando con cierta normalidad las situaciones dramáticas?
R.- No. Se pasa mal. Porque ves un área muy real, muy auténtica. Te tropiezas de frente con el sufrimiento, con el dolor, con la desgracia ajena. Es imposible no sentirte solidario y afectado. Ves a los padres y a los hermanos de una víctima destrozados por el dolor y hay que ser un miserable para no sentirse afectado. A mí el caso de las niñas de Alcàsser, por ejemplo, me afectó mucho. Además, en aquella época mis hijos tenían, más o menos, la edad de ellas. Sin querer, te afecta mucho.
P.- De tu etapa en el Ya, recuerdo las exclusivas que diste sobre el caso de la Dulce Neus.
R.- Se cargaron al cabeza de familia. Antes de irme a El País, di una exclusiva, una primicia, en el Ya, que entonces dirigía Fernando Ónega. Sacamos en portada una carta de la Dulce Neus dirigida a mí, anunciándome que iba a huir de España. Y, efectivamente, huyó de España.
P.- En el diario El País hiciste sucesos, pero también otro tipo de informaciones.
R.- Fui muchos años corresponsal de Interior. Llevaba los temas de narcotráfico, terrorismo, cárceles, manifestaciones, incendios, inundaciones. Todo lo que dependía del Ministerio del Interior era competencia mía. También fui jefe de información de Madrid, cuando todavía se daba información local. Ahora, desgraciadamente, ningún medio escrito se ocupa de ella. Es una pena. Nosotros llegamos a dar hasta 10, 12 y 13 páginas de información de Madrid.
«He dictado muchas crónicas y reportajes desde una cabina de teléfonos»
P.- ¿Los sucesos se hacen ahora de otra manera? No me imagino a periodistas en los coches patrulla de la policía.
R.- Los periodistas nos hemos vuelto más comodones, más burócratas, más funcionarios. Miramos más el horario. Mi familia se enfadaba conmigo porque no tenía horario. Me iba y a lo mejor tardaba dos, tres o más días en volver a casa. Y no había móviles ni había nada. Como mucho, si tenías tiempo, llamabas. Porque te metías tan de cabeza y tan de lleno en una investigación o en un asunto que te olvidabas de todo. Comunicar con la familia era difícil. No había más que cabinas de moneditas. No existían los móviles, ni había nada. Tampoco internet. Trabajábamos a base de cabinas. He dictado muchas crónicas y reportajes a través de las cabinas telefónicas: metiendo moneditas y dictándole a las taquígrafas o taquígrafos que había en los periódicos. Así dicté, por ejemplo, la crónica de la liberación del doctor Iglesias Puga, padre de Julio Iglesias, al que liberaron los GEO en Trasmoz (Zaragoza), donde no había ni una cabina.
P.- ¿Existe el crimen perfecto?
R.- No es fácil decir sí o no. Hay veces que se hace una estupenda investigación, pero, a pesar de ello, no hay una pista, un dato de dónde tirar. Hay asesinatos o atracos que no se resuelven porque no hay ninguna pista. En la época de la que hablábamos antes —años 80—, con la irrupción de la heroína, estando de delegada del Gobierno en Madrid Ana Tutor, entre enero y mayo del año 1983 hubo 15 personas asesinadas, acuchilladas por yonquis en atracos callejeros. Muchos de esos atracos, y de esos asesinatos, nunca se esclarecieron. Y la investigación se hizo bien. ¿Por qué no se resolvieron? Que me diga alguien cómo resolver un asesinato cometido por un yonqui con síndrome de abstinencia y una navaja, que le clava en el corazón a un ciudadano por la calle. ¿Cómo averiguabas quién es el asesino? ¿Qué pista tienes? ¿La descripción vaga de alguien? Con eso no llegas a ningún lado. ¿Es ese un crimen perfecto? No.
P.- También hay condenados por crímenes que no han cometido. Como el caso que cuentas en tu libro El crimen de la niña Melchora.
R.- El crimen de la niña Melchora, en el que trabajé mucho, es un crimen que ocurre en Cigales (Valladolid) a principios del siglo XX, en el año 1905. Un día la niña desaparece y alguien sospecha que se la ha cargado su madrastra, poco apreciada en el pueblo. Empiezan a decir que ha sido ella y se convierte en vox populi. Claro, el juez se siente presionado por la opinión pública, detienen a la madrastra y dicen: «pero no va a ser ella sola, la habrá ayudado su marido, el padre de la niña». A todo esto, no había aparecido ni cadáver ni nada. Detienen al padre de la niña, a la madrastra, a una amiga de la madrastra y a otro que pasaba por allí. Llegan a detener a cuatro o cinco personas sin causa. Lo único que se encontró fue un par de huesos en medio del monte, pero nunca se pudo precisar si aquellos huesos eran de la niña. No había pruebas, ni testigos. Nada de nada, de nada. Y al padre de la niña Melchora y a su madrastra les dieron garrote vil.
«Toda la delincuencia utiliza internet, hasta para contratar a sicarios»
P.- Algo parecido al Crimen de Cuenca.
R.- Muy parecido. Pero en el Crimen de Cuenca no hay muertes y aquí dos personas son agarrotadas. En el Crimen de Cuenca dos hombres pasan 15 o 16 años en prisión y el, supuestamente, asesinado estaba vivo y coleando.
P.- Las nuevas tecnologías, los móviles, ayudan al esclarecimiento de los delitos. Sin embargo, también se cometen otros muchos a través de la red.
R.- Internet es una revolución. Ahora mismo, toda la delincuencia utiliza internet. Es la principal herramienta para llevar a cabo estafas, fraudes, tráfico de drogas, etc. Hasta para contratar sicarios. Todo pasa por internet. Como dices, es una herramienta de doble filo. Es buena para la policía, porque permite rastrear todos los movimientos. Ahora la policía detiene a un sospecho y, con cogerle el teléfono, sabe los movimientos que ha hecho, con quién ha hablado, dónde ha ido, dónde ha venido, las búsquedas que ha hecho a través de Google. Si un tío está buscando venenos y aparece luego una persona envenenada, pues oye, blanco y en botella.
«He ganado todas las demandas que me han puesto asesinos, mafiosos y traficantes»
P.- Supongo que habrás tenido amenazas. ¿Alguna vez has pensado que estabas jugándote el tipo?
R.- Sí. Los que informábamos sobre terrorismo, éramos objetivo de ETA. De ETA y del Grapo. Teníamos que tener cuidado. Aparecíamos citados en papeles y más que en papeles. Nos sometían a vigilancia y había instrucciones. De hecho, cuando ETA decide poner en marcha lo que se llamó la «socialización del sufrimiento», fueron asesinados algunos compañeros, como José Luis López de Lacalle. A Gorka Landaburu le mandaron una bomba. Los periodistas estábamos en el punto de mira. Demandas de asesinos, mafiosos y traficantes he tenido muchísimas. Gané todas porque eran infundadas. La información que di era correcta.
P.- Alguna vez has subrayado la importancia que tiene ofrecer todos los detalles en las crónicas de sucesos. ¿Eres también partidario de dar la nacionalidad de los delincuentes?
R.- Es un dato objetivo que puede darse, siempre que no se ponga en el titular, como se hacía antes: «Un rumano asesina a una mujer». La nacionalidad es un papel, un accidente. No es básico. En este país, nos hemos pasado años titulando: «un rumano hace no sé qué, un filipino hace no sé cuántos». En cambio, no decíamos: «un español mata a no sé quién». Los españoles cometemos muchos delitos. Las cárceles están llenas de españoles. Si damos la nacionalidad, demos también la de los españoles.
P.- ¿No hay algo de autocensura en el periodista?
R.- He informado siempre con la máxima libertad. Pero, sin convertir la nacionalidad en titular. Sí decir en el texto: «ha sido detenido Pepito Pérez, uruguayo, japonés o español». ¿Por qué no? Es un dato objetivo. No me lo estoy inventando. Pero no hay que llevarlo a los titulares. Mucha gente lee solo el titular y se queda con que el uruguayo, el pakistaní o el indio ha hecho no sé qué. Nunca hemos puesto en un titular que un español atraca un banco.
P.- ¿Eres partidario de entrevistar a un asesino, o de que se publique un libro sobre José Bretón?
R.- Se puede entrevistar a los asesinos. Lo que no se puede hacer es darle solo voz al asesino. En algunos de mis libros han hablado los asesinos o los atracadores. Me he puesto en contacto con ellos y les he dicho: «¿quiere usted hablar y dar su versión?» Porque yo voy a dar la versión de las víctimas y lo que se recoge en los sumarios. He procurado recoger siempre sus declaraciones y las de las víctimas siempre. Víctimas y verdugos. Solo verdugos, no. Quizá este sea el problema del libro sobre José Bretón.
«Sigue faltando apoyo a las mujeres maltratadas que denuncian a su agresor»
P.- ¿Qué se está haciendo mal para que no disminuya la violencia de género en nuestra sociedad?
R.- No hay más casos que antes. Lo que ocurre es que ahora nos impactan mucho porque se dan a conocer. Hace muchos años se despachaba el asunto como ‘crimen pasional’. Y, casi, casi, estaba perdonado. El asesino decía: «esta mujer me ponía los cuernos, yo estaba celoso, discutimos…». El Código Penal casi lo perdonaba, porque era como los viejos crímenes de honor. En esos casos se decía: «se le fue la olla al pobre hombre en un ataque de celos y se cargó a la mujer o a la novia». Es algo, afortunadamente, ya superado. ¿Qué ocurre ahora con la violencia de género? Pues, que sigue faltando mucha red de apoyo a las mujeres. Todo el mundo dice: «que denuncien, que no se callen». Muy bien. Presentan la denuncia por maltrato, la policía toma nota de eso, pero falla el siguiente paso.

P.- ¿Hace falta más seguimiento?
R.- No hay un seguimiento, ni una estructura de apoyo. Hacen falta pisos, apoyo psicológico, alimentos… En fin, arropar a esa mujer que ha denunciado al maltratador. Está bien denunciar, pero luego tiene que volver a su casa. Y en cuanto el maltratador se entera que lo ha denunciado, le pega una cuchillada o le da una paliza. Hay muchas mujeres que, además, no tienen medios de subsistencia y se ven obligadas a convivir con el agresor. Como en la película, Durmiendo con el asesino. Después de denunciar, tendría que haber una red de apoyo, de pisos, que les dieran acogida. Protección y seguridad para ellas y sus hijos para evitar que sean víctima del maltratador. Fallamos mucho en esto. Hay todos los años miles de denuncias, pero ¿cuánta red de apoyo hay? No hay porque eso cuesta mucho dinero.
«Manuela Carmena buscaba un jefe de Prensa y un amigo suyo le habló de mi»
P.- Fuiste director de Comunicación en el Ayuntamiento de Madrid, con Manuela Carmena. ¿La conocías de cuando ejercía de abogada o de jueza?
R.- No nos conocíamos, hasta que me llamó. Algún amigo suyo le habló de mí. Estaba buscando un jefe de prensa y me llamó. Ella trabajó en el despacho laboralista de Atocha, pero no coincidimos. Quizá porque ella iba más a otro despacho que estaba en el número 59 de la misma calle. Luego, cuando fue juez, tampoco nos vimos. Me sorprendió cuando me llamó, porque nunca habíamos cruzado una palabra, aunque yo sí había publicado algunas sentencias suyas interesantes o motivo de polémica.
P.- ¿Volverías a ser periodista de sucesos, si retrocedieras en el tiempo?
R.- Seguramente, sí. Soy reportero y me da igual lo que me echen. Menos en Deportes, he escrito en todas las secciones. Cuando Fidel Castro estuvo enfermo y le operó un médico de Madrid, logré hablar con ese médico y llegué a la conclusión de que no se iba a morir, como se decía, sino que iba a durar todavía un rato.
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