Viernes negro, gilipollas todos
«Tirar de largo es haber pensado en corto, porque el clavel hay que dejárselo a alguien, hasta la bandera tiene ya agujero»
«¿Por qué Black Friday y no Viernes negro? Puestos a ser gilipollas, seamos gilipollas en castellano», escribió Arturo Pérez-Reverte presa de esta cólera de rebaño y grey que nos atenaza. La americanada llegó despacio y en zapatillas, descalza y sin meter ruido, pero ya, hoy, es rutina de mucho vuelo. El Black Friday es americanada, pero al inflar los precios, le damos toque español, picaresca nuestra, timo social, burle y brillo.
Empezó el cachivache con un día, luego fue un fin de semana y ya, en todas partes, es una semana entera de ofertón y billetes recién planchados. Sabemos el número, a fecha de 2023, que el personal gasta en este día: 237 euros. «A ver si pillamos un nuevo gobierno en Black Friday», dicen algunos pirados por las esquinas dobladas y amarillas. Los 200 pavos por persona del 2016 suben a 237 y los poetas lo cuentan por las almadrabas sociales: «Quiero conocer ya al que se va a gastar 400 euros por él y por mí, que miraremos juntos el catálogo». Bajo el mandato de Merkel escribían: «Con la apertura de una cuenta en Suiza te regalan una bandera española. Aprovecha». Viernes negro, barra libre gratis.
Polanyi, el húngaro, filósofo más analógico que digital, en contra del coreano Byung-Chul Han, lo resumió en una frase sin rival: «Los objetos bellos hacen la vida mejor». Los españoles somos coseros, que diría Trapiello, el pobre quiere comprar. Objetos bellos o feos, trapos viejos o nuevos, cosmética pura de la felicidad capitalista, como cuando le preguntaron a Eduardo Arroyo qué sentía al saberse burgués, y dijo que era algo cojonudo, fuera bohemias, colillas y cucarachas. La pasta larga corre como un galgo por las ciudades, ríos de gente y los ricos no salen y lo escriben a ciegas: «Si no compráis nada en Black Friday, ahorráis un 100% en cada producto».
Los armarios están llenos de nada («No tengo nada que ponerme, chati») y el viento nuevo es quemar la Visa y la vida. Los hay inteligentes que esperan a este viernes por una compra grande (un ordenador, un teléfono, una lavadora) pero el mogollón está en esos 237 pavos, calentitos y un poco huérfanos, porque igual son de nadie, porque el dinero prestado no tiene dueño. Los empresarios ríen con la risa cariada de la Trotaconventos en La Celestina, con la risa piojera de las viejas putas: «El precio es el mismo pero tienes que comprarlo porque es Black Friday». Legolas, ¿qué ven tus ojos de elfo? Cuéntame. Una horda gigantesca de orcos hacinada en las puertas del Abismo de Helm. ¿Estás haciendo cola para las ofertas del Black Friday? Cuéntame, buen amigo. Chin, chin, chin.
Todos quieren volverse locos y millonarios: «Fui a comprar una blusa, pero vi unos zapatos tan maravillosos, sí, que me compré una cartera». Llegan a los portales cargados de bolsos y todavía tienen jeta para disculparse: «Sólo fui a ver, no a comprar nada». Ninguna mujer sensata sabe lo que quiere hasta que lo ve en oferta. Todo dandy escucha a la ropa hablar y decir cómprame, cómprame, cómprame. Todos están listos para las compras del Black Friday, a algunos solo les falta el dinero, como Mafalda en aquella célebre viñeta, pero no pasa nada. Lo propio del pobre son los gustos caros y los del rico al revés. El punto G en las mujeres lo conocemos bien: Gucci, Giorgio Armani, Guess, Gabanna. Sube la hostelería una barbaridad con todos los maridos en los bares esperando por sus señoras. Nadie llora, nadie.
Comprar sin dinero es lo mismo que llorar sin lágrimas. Una cruz o tajo va por dentro, y hay alguna esquirla en sonrisas torcidas, en ojos muy vidriosos, pero hay que darle a la mano baraja, billete frío, naipe caliente. La muda es la compra. Tirar de largo es haber pensado en corto, porque el clavel hay que dejárselo a alguien, hasta la bandera tiene ya agujero. Jaime de Mora y Aragón, que nunca se quitaba el monóculo para follar, siempre dijo que había que dejar un pufo, mínimo de cien mil pesetas, para que se acordaran de uno al volver. Vivió un Black Friday eterno por el que entraba a los hoteles con una corte de catorce maletas vacías y escapaba de allí con lo suyo en una bolsita pequeña y verde de El Corte Inglés. Gertrude Stein se lo contó a Picasso mientras se peinaba el rape de bollera en un espejo oval lleno de sombras: «Quien dijo que el dinero no puede comprar la felicidad, Pablo, simplemente no sabía dónde ir de compras». Mucho más barato que un psiquiatra: Black Friday, viernes negro y alegría.
Me hacen gracias los tocones, los sobones, que dicen que se liga una barbaridad en este viernes de atascos: «La fórmula más rápida de conocer a una mujer es ir de compras con ellas». El español averiado come, bebe o va de compras. Imelda Marcos se lo contó a su pueblo absorto: «Ganemos o perdamos, iremos de compras tras las elecciones». Nosotros ya tenemos Gobierno, para qué esperar. Gastar, gastar, gastar… y no pensar. Marilyn Monroe, que fue otra Imelda en guapo, lo tuvo claro: «La felicidad no está en el dinero sino en las compras». El que vive dentro de sus propias posibilidades —ya lo dijo Wilde— no tiene imaginación. Las ovejas en manada y rebaño, repletas de bolsas, borrachas y sobrias, ríen frente a escaparates luminosos, ríen en las barras abarrotadas del breve descanso comercial para seguir luego, ríen en la fiesta de sí mismas, gastizas y postizas, sueltas y ciegas. Una bacanal americana que nos mola mazo. Qué guay. Uf.