THE OBJECTIVE
Viento nuevo

Quiero un tractor

«Grita el sector primario, agricultores y campesinos de la España reventada, y todo será sordera»

Quiero un tractor

Marcha de tractores convocada en Castelló. | Europa Press

Lo cantó Loquillo, con tupé insolente y botas de caña casi hasta la rodilla: «Yo para ser feliz, quiero un camión/ yo para ser feliz, quiero un camión/ llevar el pecho tatuado/ en camiseta mascar tabaco». En la Barcelona del Loco, sí, hoy habrá colapso de tractores, porque yo para ser feliz quiero un tractor: «Escupir a los urbanos/ a mi chica meter mano/ quiero un camión/ quiero un camión». La tractorada será ruido y más chimpún, porque esto está empezando, solo empezando. 

Al segundo día de movilizaciones, arde una tractorada norte/sur, que corta carreteras y pacta o no con los aceitunos, Castilla León y Castilla La Mancha; y otra tractorada este/oeste, mucho más punk, más Loquillo, que lo que busca son puertos fronterizos, Castellón y los atraques lusos, donde la cosa ya no es cortar el riego de vehículos sino tirar al mar lo de los otros, que es lo que nos jode, porque aquí el mondongo y el mogollón están en la competencia desleal: el tomate egipcio, el tomate marroquí, el tomate latino, y la ensalada de rábanos y peinetas con las que el Gobierno se hace el sordo, a pesar de que prometa aranceles, fortalecer la cadena alimentaria, no trabajar a pérdidas, que no vengan otros a comernos el camión ni el tractor ni las viñas ni las piñas. 

Yo para ser feliz quiero un tractor. Yo para ser feliz quiero un camión. Escupir a los urbanos y a mi chica, en el pescante, meter mano. Otros tractores invisibles forman una caravana mayor que la de amantes del poeta (clon, clan, clon, clan, clon, clan). Una riada de tractores y camiones invisibles desalojan a Podemos de sus despachos en el Congreso de los Diputados, porque las hordas bravas de Sumar llegan a por todas, y no respetan, parecen, ni los ordenadores personales, ni los bolis personificados, ni las fotos con los cuñados por los corchos de las paredes flotantes. A golpe de tractor, a pitido de camión, los han echado de los sillones giratorios, de las poltronas de peluchín, de las caobas tan apacibles, algunas con olor a velas y porros, como los peores cafetines de Lavapiés. Están indignados, porque este desalojo de la pasta fina es muy agropecuario. Es lo que hay, chatis.

Otra caravana de tractores invisibles, de camiones enfadados, circulan entre las misivas de los togados, algunos en la reserva, y es gracioso eso que le dice Martín Pallín a García Castellón, que no hay terrorismo en el Tsunami porque en su auto habla de una verbena, un concierto musical y no sé cuántas cosas más de simples bohemios. Los tractores y camiones del lenguaje van más rápido que los de verdad, porque aquí cuenta más el tiovivo, dar vueltas y vueltas sin alcanzar ningún puerto, el juego de los platos en el circo, mantener el máximo posible en alto porque nadie cuenta los que se caen al suelo. De plazos, de tiempos, de demoras, sí, va lo que promete Sánchez a Puigdemont, acortar a los jueces con sus lupas y sus bolis, a lo que Yolanda Díaz dice no, otro frenazo, mientras la caravana sigue junto al mar y es larga como un beso con lengua y los ojos muy cerrados (clan, clon, clan, clon, clan, clan).

Otra música trae el recuerdo, Zapato Veloz: «Hay que comprar un tractor/ ya lo decía mi madre/que es la forma más barata/ de tener descapotable». Causa sonrojo, bochorno, la melena al viento de los calvos oficiales, la barba marxista al aire sin el menor sonrojo. Dice Antonio Maestre que solo un cuatro o cinco por ciento de los agricultores son pequeños, que el setenta por ciento está en manos de algo así como terratenientes o grandes empresarios, cuando lo único que vemos por todos los partes de esta guerra son minifundistas hasta los bemoles de trabajar a perdidas y que lo que les obligan a cumplir lo que otros se pasan tres veces por el arco de triunfo (egipcios, latinos, marroquíes). La misma miopía de los finos, ya anticipada por Zapato Veloz: «Moda fina y de buena familia/ tu prefieres un chico de carrera/ que tenga un automóvil extranjero/ buena paga y un chalé en las afueras./ Pero yo como vivo en el campo/ solo puedo vacilar con mi tractor/ nunca pincha y tiene aire acondicionado/ y un meneo que te pone juguetón».

«Todo son malabares menos las cuatro ruedas grandes con rumbo cierto, sin nieblas políticas»

Subestiman la guerra sobre las cuatro ruedas cuando algunas pancartas encabezan las mejores tractoradas: «Nuestro fin es vuestra hambre». Grita el sector primario, agricultores y campesinos de la España reventada, y todo será sordera. Es una lucha digna, una revolución hermosa, basta ya de supermercados españoles repletos hasta la bandera de productos extranjeros. Sigue Maestre, qué risa, con que en Jaén más de tres millones de jornaleros de la aceituna y la oliva cobran en negro. Al final del cuento, el mapa entero de Rusia, la clasificación marxista (estalinista) del campesinado y esa moraleja en el aire, como platos a punto de romperse, de que podríamos ser rusos e intervencionistas, digo yo. Todo son malabares menos las cuatro ruedas grandes con rumbo cierto, sin nieblas políticas. Hasta eso quisieron preguntarle a los jornaleros, qué votaban: «Aquí cada uno es de su padre y de su madre; esto solo va de poder comer a las horas». Nuestro fin es vuestra hambre. Yo para ser feliz quiero un camión con destino a las promesas cumplidas. Yo para ser feliz quiero un tractor de aquellos que, en los años 60, encabezaban el PIB nacional. El principio del fin o el final del saqueo. Nuestro fin es vuestra hambre. ¿Qué siembran esos chicos malos por la Diagonal? El caos. Quiero un tractor. 

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