Shakira, Álvaro de Luna y Laura Escanes: diferentes formas de procesar la ira
«La ira no es siempre una emoción negativa, tiene el propósito de informarnos sobre algo a lo que debemos prestar atención»
Shakira y Laura Escanes han sido noticia esta semana por dos razones parecidas pero diferentes. Shakira ha lanzado un disco lleno de dardos contra su ex. Laura está enfadada porque su ex ha lanzado una canción llena de dardos contra ella. Shakira está enfadada, y con razón, porque Piqué le fue infiel. No sé exactamente la razón del enfado de Álvaro, pero le ha escrito una canción a Laura en la que dice: «Yo te deseo mucha suerte / Que a ti te guarde la vida / Pero en el mundo no hay nadie / Que gane dos veces la lotería / Yo a ti te quise pa’ siempre / Pero tú no lo veías / Descuidaste lo nuestro / Y solo cuidaste lo que se veía / Yo no tengo tiempo pa’ todas esas mierda’ / Te di mi corazón y lo pusiste en venta / Cansado de tus mentiras y lo que inventa’ / Tú quieres volver, pero eso no me renta«.
Y Laura le ha respondido a Álvaro con tres tweets demoledores, uno de los cuales dice: «Amor, basta, tú no eres la Shakira de esta historia». Y a partir de ahí se abren el intenso debate sobre si uno tiene derecho o no lo tiene a escribir una canción llena de dardos contra su ex después de una ruptura.
¿Es Shakira era una amargada? ¿Es Álvaro de Luna un oportunista? No se preocupen porque, como siempre, la psicología tiene la respuesta.
¿Qué sentido tiene la ira?
Nuestros cerebros procesan y asignan una emoción a cada experiencia que tenemos. Desde el desayuno de la mañana hasta el programa de televisión que vemos por la noche. Es una de las funciones principales del cerebro, la de otorgar significado a cada experiencia. Esa es la razón por la que que ciertos olores pueden hacer que nuestro corazón se acelere (¿quién no ha pegado un respingo cuando en el metro le ha llegado una vaharada del mismo perfume que usaba su ex? ). O la que consigue que, en el momento que escuchamos determinada canción, visualicemos perfectamente la barra del bar en la que solíamos escucharla o el color de los ojos del la persona con la que salíamos entonces.
Pero, para que el proceso funcione y podamos sentir emociones saludables, necesitamos expresar los sentimientos de la manera correcta. Necesitamos reconocer qué estamos sintiendo, expresarlo y seguir adelante. Y eso se aplica también a la ira.
La cuestión es: ¿sabemos expresar nuestras emociones de manera productiva?
Cuando sentimos emociones, a menudo respondemos de dos maneras: la primera es concentrarnos en el motivo de la emoción en el motivo de la emoción: «¿Cómo ha podido mi jefe decirme esto? ¡Estoy cabreadísima!». La segunda suele ser inhibir esa emoción: «No voy a pensar en esto y dejar que me arruine el día». Ninguna de estas son formas productivas de expresar emociones. Necesitamos sentir los sentimientos y dejarlos ir, para afrontarlos de forma saludable.
Expresar una emoción no tiene por qué ser algo externo como dar un portazo, golpear un almohadón contra la pared, o incluso contárselo a alguien. A veces es algo tan simple como no culparle de nuestra emoción a otros o no intentar inhibir esa emoción. Simplemente, saber que estamos enfadados. Que el enfado es nuestro. Sí, vale, mi jefe me ha dicho algo que me ha hecho enfadar. Pero el enfado es mío.
Con solo hacer eso, aflojamos el control de la emoción sobre nuestro bienestar. Si culpamos a otros de nuestras emociones o intentamos inhibir esos emociones perdemos el control de nuestra emoción. Mientras que una buena expresión de la emoción hubiera supuesto poder controlarla.
Expresar nuestras emociones también aporta muchos más beneficios. Ayuda a ver los problemas desde una nueva perspectiva. Facilita la toma de decisiones y la resolución de problemas. Reduce la ansiedad. Alivia la depresión. Nos tranquiliza, en suma.
Cuando no logramos expresar nuestras emociones, nuestro cerebro a menudo entra en un estado de lucha o huida (fight or flight). Es decir desencadenamos una corriente de cortisol, la hormona del estrés. Esta es una reacción física al estrés que desencadena una cadena de eventos en todo nuestro cuerpo. Aumenta nuestro ritmo cardíaco, ralentiza las funciones digestivas, eleva la sudoración y nos hace sentir ansiosos o deprimidos.
Johann Friedrich Herbart, filósofo y psicólogo, introdujo el término «represión» para designar la inhibición de ideas por parte de otras ideas en su lucha por la conciencia. Freud adaptó la noción de represión a la inhibición defensiva de contenidos mentales «insoportables». Por ejemplo, la represión que yo encuentro más a menudo en las personas que acuden a mis talleres: la represión del odio hacia el padre o hacia la madre o hacia ambos.
En muchísimos casos existe un odio profundo hacia los padres y ese odio está más que justificado. Lo encuentro en víctimas de abuso sexual que no precisamente fueron abusadas por sus padres, sino por otro miembro de la familia, pero que sienten que sus padres no las escucharon ni las protegieron. Lo encuentro en hijas de padres alcohólicos o abusivos o maltratadores. Y en hijas de madres narcisistas, hiperexigentes o controladoras. En todos los casos el odio está, pero hay un intento de reprimirlo.
Suelen decir «yo no quiero hablar mal de mi madre», «yo intento olvidar todo eso», «mi madre no es mala del todo», «prefiero ni siquiera acordarme»… frases por las que se intenta reprimir una emoción, pero una emoción que está ahí, debajo de todas esas frases, y que aparece en cuanto les pides que escriban un texto.
La inhibición
Inhibición, en psicología, es la restricción, consciente o inconsciente, de un proceso o comportamiento, especialmente de impulsos o deseos. La inhibición cumple funciones sociales necesarias, disminuyendo o impidiendo que se actúe sobre ciertos impulsos (por ejemplo, el deseo de golpear a alguien en el calor de la ira) y permitiendo retrasar la gratificación de actividades placenteras. La inhibición consciente es algo común en la vida diaria y está presente siempre que se experimentan dos deseos en conflicto (por ejemplo, el deseo de comer un postre rico versus el deseo de perder peso).
La ira, por ejemplo, es una de las emociones más difíciles de expresar de manera constructiva. Muchas veces se considera una emoción «negativa» o «peligrosa». Y esta particularmente mal vista en mujeres. Por eso, una mujer como Shakira, que está enfadada con su expareja, es una amargada o una resentida en el imaginario popular.
Pero la ira no es siempre y por definición una emoción negativa. La ira tiene un propósito y se manifiesta por una buena razón. Es una emoción desagradable que nos informa sobre algo a lo que debemos prestar atención. Por ejemplo, que nos sentimos heridos, que estamos en peligro o en una situación amenazante, que nuestros derechos han sido violados o que nos han faltado el respeto. Por lo tanto, la ira nos dice que debemos establecer algunos límites para sentirnos seguros y protegernos. Bloquear, ignorar o malinterpretar emociones fuertes como la ira nos impide experimentar una salud mental y un bienestar psicológico óptimos, tomar decisiones de vida inteligentes, formar y disfrutar relaciones íntimas y vivir una vida plena y significativa.
Síntomas de ira no reconocida
La ira no reconocida y no expresada suele convertirse en emociones y comportamientos internos desadaptativos. La ira no reconocida puede aparecer de dos maneras. Interiorizada y exteriorizada.
La ira interiorizada puede conducir a una autocrítica excesiva, a la autocompasión, al desprecio por uno mismo, a la baja autoestima, a la impotencia, a la negatividad , a la ansiedad, a la depresión y a todo tipo de manifestaciones psicosomáticas, como dolores de cabeza o articulares y problemas gastrointestinales.
Yo no soy de la opinión de que por definición la era interiorizada conduce al cáncer (existen miles de millones de motivos por los que una persona puede desarrollar un cáncer), pero sí sé que la ira interiorizada crea problemas del no liberación del cortisol y que esos problemas sí que podrían, en algunas ocasiones determinadas, favorecer la aparición de enfermedades graves.
La ira exteriorizada puede conducir a comportamientos desadaptativos como culpar, criticar, arremeter o criticar a los demás, incluso en respuesta a contratiempos menores. La ira exteriorizada supone un escaso control de los impulsos, y promueve la irritabilidad; la agresión pasiva (ser terco, cínico, hostil o desagradable); la rumiación obsesiva ( darle vueltas una y otra vez en la cabeza una idea como si fuera una lavadora), o las agresiones directas. Tanto la ira exteriorizada como la era interiorizada constituyen una expresión no adaptativa de ira. Para evitar que se produzcan estas respuestas, es necesario identificar, procesar y expresar la ira de manera constructiva y eficaz.
Como la emoción poderosa que es, la ira puede ser una fuente de energía positiva y motivación que puede impulsarte hacia adelante, si se expresa de manera adaptativa.
Entonces, ¿escribir o componer una canción es una forma adaptativa de canalizar la ira?
Sí, absolutamente, sí. Imaginemos que Shakira se hubiera dedicado a escribirle cartas a toda Barcelona contándole a los amigos de Piqué detalles íntimos de su relación con la nueva novia. O que Álvaro Luna hubiera hecho lo propio en el grupo de WhatsApp de los amigos de Laura Escanes. O que hubiera hecho una pintada en el portal de Laura. Eso hubiera sido ira exteriorizada.
Imaginemos que tanto a Shakira como a Álvaro les hubiera dado por interiorizar la ira. Se podrían haber deprimido, haberse culpado a sí mismos de todo, haberse dado a la bebida o a los porros o a la cocaína, haberse encerrado en su cuarto con las persianas bajadas para pasarse el día llorando y autocompadeciéndose. Eso en el fondo es ira interiorizada porque se reprime la ira y se vuelca todo lo malo contra uno mismo. Por eso uno acaba odiándose a sí mismo en lugar de odiar a la persona que te hizo daño.
¿Qué ha hecho cada uno de ellos? Shakira ha hecho una canción que le ha vuelto a enviar al top de Billboard y le ha hecho rica. Más rica de lo que ya era, que ya es decir.
Álvaro ha escrito una canción que no le habrá hecho tan rico, que tiene todo el derecho de escribir. Él se siente así. ¿Quien es nadie para negarle lo que puede sentir? Al fin y al cabo, «en este mundo traidor nada es verdad ni mentira y todo seguro el color del cristal con que se mira», ya lo decía Ramón de Campoamor.
Dejando al margen el valor artístico que pueda tener cada una de las canciones, lo cierto es que son expresión productiva de ira. Shakira y Álvaro han transformado su rabia, su dolor y su frustración en algo con lo que los demás podemos identificarnos, o no. Pero han hecho arte.
Y me dirán ustedes «pero Shakira y Álvaro Luna no hacen arte». Y yo les responderé con una cita de Marshall Duchamp: «Arte es lo que cada uno decide identificar como arte». El arte es un crisol a partir del cual cada persona intenta reinterpretar o plasmar las experiencias que vive. Lo de decidir que una persona es artista y la otra no lo es, es simplemente una cuestión de jerarquía. Esa jerarquía es la que durante años nos haya llevado a pensar que una cerámica de Hitomi Hosono es arte, pero un botijo de Talavera solo es artesanía.
Desde el momento en el que Álvaro de Luna y Shakira son sinceros en lo que cuentan, y desde el momento en que encuentran a gente que se identifica con lo que cuentan, están haciendo arte. La cuestión de si hay arte con mayor calidad que otros se la dejo a los críticos. Pero yo no puedo negar que sus canciones son manifestaciones artísticas y que ambos tienen todo el derecho del mundo a cantar lo que les dé la gana, les guste esto más o menos a sus exparejas o no. Y desde luego probablemente para su salud mental ha sido muchísimo mejor escribir esas canciones que adoptar otro tipo de estrategias para manejar su ira.
Desde aquí yo le animo a usted que me lee que ante cualquier contratiempo de su vida recurra a la expresión productiva de la ira, esto es, a la manifestación artística. Pinte, componga, escriba, dibuje. Oscar Wilde dijo algo así como que no quería estar a merced de sus emociones y que prefería utilizarlas para explotarlas y dominarlas. Usted puede hacer exactamente lo mismo. Y siempre va a ser mejor que pegar portazos o gritos o que encerrarse en la cama con una botella de whisky.