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Cultura

Mad Cool: una feria de pueblo con orquesta de lujo

El festival de música de Madrid dejó actuaciones mediocres y otras espectaculares

Mad Cool: una feria de pueblo con orquesta de lujo

Michael Shuman en el Mad Cool. | Europa Press

El Mad Cool ha sido un abrevadero de gente desde su pistoletazo de salida el jueves 6 de julio. Unos 200.000 pares de patas y más de 100 artistas han machacado el césped artificial del recinto situado en Villaverde Alto. El festival ha sido tildado de pifia por muchos motivos, pero hay que romper una lanza, antes de descorchar la bilis, en varios puntos positivos.

El primero, y más importante, el transporte. Tras el éxodo bíblico de citas anteriores como el Primavera Sound, en la Ciudad del Rock de Arganda del Rey (que bien podría haberse llamado el Quinto Pino), la localización del Mad Cool a tiro de metro línea 3 o Cercanías fue de mucho agradecer. La afluencia de los trenes era ágil y, a pesar de las marabuntas, las colas no eran infumables. Quien diga lo contrario, se pasa de pijo.

Lo segundo, los puntos de recarga estaban estupendamente atendidos y las barras, para la cantidad de gente (unas 70.000 por jornada), no agotaban existencias, ni te dejaban a merced de conciertos perdidos por unas gotitas de brebaje. El personal, por lo general, estaba bien organizado, destacando la alta presencia de seguridad, así como de policía dentro, pero sobre todo fuera del recinto. Quien sabe, de no ser por tanta luz azul, más de un despistado sale de Villaverde en gayumbos.

«El staff exterior era como un border collie»

Sin entrar todavía con la música, vayamos a algunas metidas de gamba estructurales del Mad Cool. Si bien acabo de decir que el personal estaba al quite, conste que hablo de aquel asociado al interior de las instalaciones. El staff exterior era como un border collie, sólo tenía una misión; guiar al ganado a la entrada. No fuese nadie a preguntarles por otra cosa.

En cuanto al público, destacar que el vip lo vistieron demasiados rubios. Demasiados pibes recién salidos de American Pie, Alerta Cobra o un Peaky Blinders posmoderno. No diré que vienen a violar a nuestros caballos y a matar a nuestras mujeres (u hombres, vaya), pero sí que el norte europeo se dejaba ver mucho fundiendo tarjeta por encima del poder adquisitivo local. Verdad como un templo que, además, eran considerablemente más bordes, y si se iban a lo contrario, al cariño, lo brindaban tanto que alcanzaban lo incómodo. Había ocasiones en las que el Mad Cool parecía un Benidorm con música en directo para el guiri dipsomaniaco. El clásico british flow etílico de la Costa del Sol.

El cantante inglés Samuel Frederick Smith, más conocido como Sam Smith, en el MadCool / EuropaPress

Un rollo circense que culminaba en ese tendencia creciente a hacer de los festivales cada vez más a una feria de pueblo con alcohol muy caro. Un coliseo plagado de atracciones como tómbolas patrocinadas por Mahou, chupitos patrocinados por Johnny Walker y cojines hinchables patrocinados por Disney. Por poder, podías mandar a escapar la música en vivo (que eso ya es de puretas) y pasarte la jornada en unos 20 metros cuadrados bailando una playlist de electrónica en la minidisco promocionada por Seat, hacerte una sesión de maquillaje y hasta probar rizadores de pelo. Imprescindible un alisado japonés entre Queen of Stone Age y The Black Keys. Y, para rematar, acoplarte un arnés para convertirte en el gancho humano de Toy Story suspendiéndote sobre una piscina de bolas dentro de una caja de metacrilato. ¿El objetivo? Honestamente, me dio tanta vergüenza que ni me acerqué a preguntarlo. Como digo, un circo. Un parque de atracciones en el que Javier Zurro acertó diciéndome que sólo faltaban los pulpos y los camellos. Aunque, realmente, no. No faltaban tampoco ninguno de los dos. A veces, incluso, diría que había quien pertenecía a las dos especies en un mismo cuerpo.

«La resaca del Orgullo de Madrid se coló en el festival con las actuaciones altamente reivindicativas de lo LGTBIQ+ de Lizzo y Lil Nas X»

Dicho todo esto, hablemos de música. Las jornadas se dividieron, grosso modo, en 3 conceptos. El jueves 06 fue el día del Pride Festival. La resaca del Orgullo de Madrid se coló en el festival con las actuaciones altamente reivindicativas de lo LGTBIQ+ de Lizzo y Lil Nas X, así como Robbie Williams, que sin ir tan descaradamente de eso siempre ha contado con el respaldo del colectivo. Un concierto, el de Robbie, que fue brillante en su ironía, su conexión con el público, su descaro y calidad. Por lo general, una jornada que funcionó muy bien en espectáculos como el de Machine Gun Kelly, que puso vociferantes a traperos y adolescentes (servidor inclusive), o los de Paolo Nutini o City and Colours para los indie fans.

El viernes 07 fue el Rock Festival. Los amantes del viejo arte pudieron deshacerse con los directos impecables de Queens of Stone Age y The Black Keys. Y, aunque si bien los primeros sí tuvieron algo de mejor mano de cara al público que los segundos, ambos resolvieron la papeleta con la profesionalidad que los caracteriza, dejando un poso de temazos épicos que muchos recordaremos hasta la jubilación. Tampoco despistar a los moñas de Mumford & Sons, que seguro hicieron que más de una pareja tuviera un flechazo al son de su folk y que también dieron un espectáculo muy digno para sus fans. O a los más alejados de la cabecera; Kaleo, espectacular verlos en directo, o Tash Sultana, que demostró que existe la mujer orquesta y que el concepto de Juan Palomo en música se puede llevar al directo.

El sábado 08 fue el Stars Festival. El día X, el día de mañana, El Día. La discreta presión que se sintió los dos días anteriores teniendo en cuenta que se trataba de un festival masivo, se fue al traste con la embutida sardinera del sábado. Las grandes estrellas, Liam Gallagher y Red Hot Chilli Peppers, demostraron, una vez más, que ser grande no significa brillar mucho. El de Manchester, más barrilete que nunca, igual de petardo, se saltó temas como Everything’s Electric y aparcó para el final Once, sus dos canciones más sonadas en solitario, antes de cantar, casi como trámite burocrático para seguir sobre el escenario, los himnos del viejo dúo: Wonderwall y Champagne Supernova. Porque Oasis, lo que es Oasis, sigue despertando el estímulo del britpop original. Cosa que, por cierto, hasta el bueno de Robbie Williams sabe y por eso deleitó al público el jueves con Don’t Look Back in Anger. En cuanto a los Red Hot Chilli Peppers… Flea en su impresionante línea de desquicia musical. Es bueno a rabiar y lo demuestra. Lo mismo para John Frusciante. Ambos salvaron con su genio lo que fue un pastelón de concierto plagado de temas de sus últimos dos discos, que han salido bastante torcidos, y un Anthony Kiedis con la pata chula y la voz blandita. Vale que Snow, Californication y By the Way pusieron al respetable a tono, pero es que no se puede esperar menos de una banda tan mítica y pistonuda como los RHCP. Quizás por eso supo a poco. Ahora, si el rock tuvo esperanzas ayer, estás tuvieron por nombre Primal Scream. Un grupo mítico que pasó más desapercibido de lo que su estelar directo merecía, plagado de himnos y una devoción espectacular.  

«Gloria a los zurumbáticos británicos y a su big beat hardcore techno»

El batería Jamiel Blaketage durante el concierto de Sam Smith en el Mad Cool / EuropaPress

Por fortuna, para salvar el fiasco de las stars, el Mad Cool hizo gala de una ley que Gabriel García Márquez estableció para sus reportajes: lo importante es el sabor de boca que se deja al final, y The Prodigy sirvió en bandeja uno de los finales festivaleros más pistonudos que se pueda pedir. Demostrando que el poderoso recuerdo del fallecido Keith Flint no hace menguar el valor del conjunto, Maxim Reality monopolizó la voz y Rob Holiday se dejó los dedos y la espalda atizando la guitarra sin mesura. The Prodigy fue excesivo, sádico con la abulia, haciendo despertar al caníbal hambriento de ritmo que habita en todos nosotros y pariendo los, no sé si únicos pero seguro mejores, pogos del festival. Gloria a los zurumbáticos británicos y a su big beat hardcore techno.

Para acabar, y yéndome otra vez de lo musical, cabe aplaudir la genialidad estructural del apañado al que se le pasó por la cabeza hacer una única zona de baños, y una única entrada y salida. Decisiones que fueron objeto de agobios y asaltos, por ejemplo, a la salida de prensa con las consiguientes tensiones con el staff, que también se vivieron de cara a los Nilos de orines que acabaron rodeando la mediocre zona de alivio con overbooking constante.

Resumiendo; circo desestructurado con actuaciones variopintas, desde clásicos decepcionantes hasta sorpresas emocionantes, que han hecho del Mad Cool una cita a la que, si bien le quedan asignaturas pendientes, deja con ganas de más el próximo año.   

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