Dos noches, dos estilos, una sola alma: Morad y Dellafuente arrasan en Madrid
El trapero barcelonés y el cantante granadino llenan dos veces el WiZink Center en un formato colaborativo novedoso
Son dos de los nombres más emergentes de la escena musical española. Aunque parecen pertenecer a dos realidades y generaciones distintas, una más tradicional basada en la andaluza Granada y que mezcla estilos que van desde el flamenco al trap y otra más joven que, sin abandonar el eclecticismo, conecta Barcelona y Marruecos desde el hip-hop, Morad y Dellafuente tienen mucho en común. Y es que a ambos artistas les une una relación de amistad, pero, sobre todo, de admiración y respeto que ya les hizo colaborar antes de la pandemia con la canción «Dineros» y este 2023 en el EP Zizou, una conexión musical y personal que se ha dejado ver y sentir dos noches consecutivas en Madrid, abarrotando el WiZink Center y demostrando por qué son dos de los mayores ídolos de los más jóvenes.
De hecho, las entradas para los dos días del espectáculo RedBull Soundclash (12 y 13 de diciembre) en el antiguo Palacio de los Deportes de Madrid se vendieron muy rápidamente (unas 12.000 por jornada). Y ni Dellafuente ni Morad decepcionaron a nadie: durante casi dos horas de espéctactulo, estos dos artistas fueron entretejiendo canciones propias con ajenas, versiones con homenajes y un buen puñado de invitados de lujo —de C. Tangana a Lola Índigo pasando por Rels B— que hicieron que la pista fuera un hervidero y que además no hubiera prácticamente nadie sentado en las gradas: todo el mundo, del palco al gallinero, bailaba y cantaba de pie.
El ambiente, entre la generación Z y la millenial, era desde luego curioso, como si fuera un partido en vez de un concierto. Gente vestida de chándal pero de lujo —lo que alguna gente ha dado por llamar athleisure—, camisetas de fútbol, bufandas y banderas, influencers posando en las gradas, selfies por doquier e incluso algunos padres acompañando a sus hijo. Eso sí, había muy poca cerveza y mucha bebida energética, y como mucho alguna tirada del vaper a escondidas. La única droga que de verdad hacía falta para la mayoría de los chavales reunidos en torno a un particular ring de boxeo alargado era la musical.
Y es que el espéctactulo que tenían ante sí era por lo menos original y definitivamente especial: con la colaboración de Red Bull, el show partía de la premisa del SoundClash, un evento que bebe de los choques sonoros que copan la escena musical de Jamaica desde hace décadas: ya sea con reggae o dancehall como base, el formato consiste en dos equipos enfrentándose entre sí con todas las armas musicales que tienen a su alcance —versiones, invitados, colaboraciones— para declararse vencedores según a quien aplauda más el público.
En este caso, no había tanto enfrentamiento como esa colaboración y respeto mutuo que caracteriza a la relación de los dos artistas, pero el formato dejaba espacio para la interpretación: hablamos de dos escenarios opuestos, conectados por una pasarela que cortaba en dos el WiZink Center. En cada uno de los dos lados, había diferentes decoraciones y extras inspirados en los barrios de Dellafuente y Morad en Granada y Barcelona con motos en movimiento, andamios, mobiliario urbano y amigos de ambos entre bastidores. Incluso hubo espacio para una pequeña discomóvil improvisada y una persecución entre un par de ladronzuelos y un guardia de seguridad.
El concierto se dividió en varios actos: uno inicial más tradicional, donde cada uno de los artistas interpretaban algunas de sus canciones en solitario más conocido. Luego llegó el tiempo de las versiones y los remixes, con canciones inspiradas en el rock andaluz y el flamenco que mostraron la capacidad tanto de Morad como Dellafuente para saltar entre diferentes registros sin perder frescura. Ambos se alimentaban de la energía del otro, demostrando el granadino muchas tablas pero, sorprendentemente, respondiendo Morad con un carisma sobre el escenario que a veces llegaba incluso a hacer sombra a su más experimentado amigo. Entre medias iban saliendo los invitados y asomaban temas del pasado y el presente, bailando todo el rato entre el hip-hop, el trap, el reggaeton y ritmos electrónicos más atrevidos como el drum n bass o incluso algo de techno.
El directo como vídeo
Entre buenos temas y una en general bonita ejecución en directo, hubo sin embargo algo que igual sorprendió a los espectadores más tradicionales. En concreto, que todo el directo estuviera más pensado para las dos gigantescas pantallas que se elevaban amenazantes todo el rato sobre el delgado escenario que partía la pista en dos que para el público que se amontonaba ante él. Había interacción, por supuesto, e incluso momentos emotivos, pero los artistas interpretaban sobre todo para varias cámaras que no paraban de revolotear a su alrededor como moscardones.
Esto provocaba un efecto extraño: aunque las imágenes que se proyectaban sobre las pantallas tenían una factura técnica impecable y daban la sensación de provocar un efecto inmersivo en el directo que tenía su aquel, cualquiera que mirara sobre todo al escenario no podía dejar de ver dos artistas que actúaban para unos tipos que llevaban cámaras delante de ellos. No es algo malo en sí: el público estaba en general extasiado —aunque grabando y grabándose casi en tiempo real todo lo que pasaba en sus teléfonos móviles— y entregado a lo que ofrecían Morad y Dellafuente. Pero es quizás un síntoma más de que ahora todo, especialmente los espectáculos tan bien pensados como este, debe quedar, ante todo, bonito en pantalla.