‘Cartas al amor’, la correspondencia íntima de los grandes nombres de la historia
Nicolas Bersihand completa su trilogía epistolar con un compendio de misivas desgarradoras y desconocidas
Tienen la capacidad de bajar a la tierra a las glorias de la historia, la política, el arte, la literatura. A través de las cartas se hacen corpóreas y mundanas las grandes mentes; se hacen carne y también huesos débiles y quebradizos. Como todos cuando enfrentamos el amor romántico, ese tan pendiente de un hilo, aquel por el que nos sacamos el corazón de la caja del pecho y lo exponemos a un igual tan diferente, dejándolo a merced de sus veleidades.
Y de eso van exactamente las Cartas al amor de Nicolas Bersihand (Editorial Somos B), un compendio de misivas de amor y desgarro firmadas por nombres tan dispares como Marie Curie, Verdi, Sorolla, Oscar Wilde, Stendhal, Isabel II o Napoleón, entre muchísimos más. El volumen cierra la trilogía epistolar compuesta por Cartas a la madre y Cartas al erotismo y confeccionada con mimo por el autor y editor francés. Bersihand está afincado en España -la tierra de sus sueños- desde hace veinte años y , bromea, es por todos conocido en la Biblioteca Nacional, donde tanto rebusca.
«El amor es la única temática epistolar que se trabaja en cada país, y es muy fácil montar un libro de cartas al amor en una semana, así que eso aumentó la dificultad porque repetir lo que ya se ha publicado no tenía sentido», comienza explicando a THE OBJECTIVE. Para lograr que este título fuera verdaderamente novedoso, tomó varias decisiones editoriales: incluir cartas escritas por autores de los cinco continentes, que estos ejercieran las disciplinas más insospechadas («Señora, sois el coeficiente de mi ser», le escribe el matemático Michael Faraday a su mujer Sarah) y rebuscar entre los clásicos de la correspondencia amorosa, como Balzac o el romanticismo alemán, aquellas perlas que nunca hubiera visto la luz.
«Pero la clave fue encontrar lo que llamo el triunvirato sagrado: las mujeres, el amor y las cartas. Así que me centré en las cartas de mujeres desde el siglo XVI al XX yendo país por país, y ahí encontré el foco. Además soy muy feminista y creo realmente que las mujeres tenéis una afinidad con el amor que no tienen los varones en la misma medida». Bersihand, además, eligió fundamentalmente las epístolas escritas en nuestra lengua: «Se dice de que el francés es el idioma del amor, pero no estoy de acuerdo para nada, creo que la lengua castellana es el idioma natural del amor porque tiene todos los matices. El cariño no es el querer, por ejemplo, tiene muchas más capas, y eso no se puede traducir a otro idioma».
Amores tóxicos
Aunque estas Cartas al amor son un canto principalmente a la esperanza, también hay en estas páginas espacio para el tormento, los celos, el mal querer e incluso los suicidios por amor: «Sí, sí. Por ejemplo Heinrich von Kleist, como buen atormentado romántico, consideraba que el mayor regalo que le podía hacer una mujer era su vida, así que a una novia de juventud le pidió que se suicidaran juntos. Y la escritora católica andaluza Fernán Caballero tuvo tres maridos, los tres murieron, y cuando murió el último le pidió a la iglesia que le autorizaran a entrar al convento y morir allí. Eso me parece tremendo: el amor o la muerte».
Observamos, también, que palabrejas como el ghosting, que aún no han encontrado su equivalente en castellano, reflejan sin embargo fenómenos añejos. Así, Miguel Hernández le escribe despechado a María Cegarra: «Ya hace mucho tiempo que no me escribes, que me dedico yo a escribirte a ti. No sé los motivos del silencio tuyo. Supongo que serán muchas tus ocupaciones». Por ahí hemos pasado media humanidad, al parecer, y hasta las plumas más brillantes han sucumbido a llamar con insistencia a las puertas cerradas.
«Esto es ghosting puro», comienza diciendo Bersihand, «y además es que no le contestó jamás. Me gusta porque descubrimos ahí a otro Miguel Hernández, no es el poeta de la guerra. La época de la correspondencia escrita prácticamente se acabó, pero en todo el tiempo que duró desde el 2200 antes de Cristo hasta hace muy poco, no contestar era lo peor que se podía hacer. Entre países, en las relaciones diplomáticas, incluso en plena guerra se hablan. Esa práctica del ghosting contemporánea es un suicidio antropológico», reflexiona el autor. Sí, y además ahora no podemos acogernos a la excusa de que la correspondencia no llegó.
Más toxicidades: le escribe Napoleón a Josefina de Beauharnais: «¡Ah, malvada, cómo has podido escribirme esa carta! ¡Qué fría te muestras! (…). Mi alma está triste, mi corazón está esclavizado, y mi imaginación me espanta… (…). Adiós, mujer, tormento, felicidad, esperanza y alma de mi vida, a quien amo, a quien temo, inspiradora de tiernos sentimientos que despiertan en mí la llamada de la Naturaleza y de movimientos tan impetuosos como el trueno». Da miedo leerlo, máxime sabiendo cómo se las gastaba el personaje. Y, sin embargo, revela el autor que ante el amor se subyugaba: «Ella también le hace ghosting, y fue la única persona que dominó al hombre que hizo temblar al mundo entero».
En los apegos dependientes cayeron también grandes nombres de la literatura. Y de algunos jamás hubiéramos sospechado su falta total de romanticismo: «Stendhal, que se supone que es el más enamorado de todos los hombres, le acaba escribiendo a la baronesa de Lacuéé: ‘¿Aceptaría un compañero de viaje, una especie de mayordomo, que se hiciera cargo de los caballos de posta y, si se diera el caso, los montara?’. Le proponía una especie de apaño amoroso y me encantó descubrirlo porque se cayó mi imagen del autor», dice Nicolas durante la charla.
Capaces de lo mejor
También hay en Cartas al amor sobradas muestras de cómo este sentimiento despierta nuestra mejor cara. Entre las misivas más nobles destaca el autor la de dos monjas (¡dos monjas!) inglesas que, en el siglo XII, dejaban así por escrito su amor prohibido: «A C., más dulce que la miel o que un panal de miel, B. te manda todo el amor que hay para su amor. (…). Careces de la hiel de la desfachatez de la deslealtad, eres más dulce que la leche y la miel, sin igual entre miles, te amo más que a nadie».
«En la literatura, en el pasado y el presente hay muchas mujeres y hombres felices en su amor y creo que esa es la meta, ése es el sol», reflexiona Bersihand al respecto, mencionando también a la cantante de ópera María Malibran, que le escribía así a su pareja: «¿Es preciso que le diga otra vez cuánto significa para mí? Lo sabe mejor que yo. A usted le debo mi felicidad de ahora y la que he gozado en París». El músico Enrique Granados, por su parte, le decía a Amparo Gal ‘me tienes robado el corazón, vidita mía’».
Más cosas que suceden con el género epistolar en este libro: aparece Lorca, por ejemplo, pero es un Lorca que no vemos tan desvelado en toda su obra literaria. En Cartas al amor figura por ejemplo la misiva que le escribe a Eduardo Rodríguez Valdivieso: «¡Cómo me gustaría gozar contigo el aire de la primavera granadina, el olor pagano de los templos, las ráfagas verdes que manda la Vega vestida de novia por los habares». «Ésa es la meta», dice Bersihand, «¿cómo no enamorarte de Lorca leyendo esta carta? A veces la poesía puede ser difícil, Lorca puede ser difícil, pero aquí caes ante él. La carta bien elegida creo que es la mejor introducción a la obra de un autor».
También Bersihand recoge algunos fragmentos de las cartas que intercambiaron Henry Miller y Anaïs Nin: hasta 900 cartas en un solo año. ¿Cómo les daba tiempo a escribir tanto y a sacar su obra adelante? «Es que está todo mezclado con su obra literaria. Nadie se suele ocupa de lo epistolar, pero cuando entras al género te das cuenta de que la carta es la antesala de la creación literaria. Las canciones que son un éxito mundial, como la de Shakira a Piqué, son también cartas. De desamor en ese caso».
Por último, le lanzamos una pregunta más al autor: ¿qué tiene una carta que no tenga un whatsapp? Piensa sólo un segundo antes de responder: «Tiene otra materialidad, otra temporalidad y pertenece a otra época. Y también el ritmo. El whatsapp tiene mil ventajas: la rapidez, la inmediatez, no hace falta saber escribir bien porque hay un corrector…». Aunque, quizás eso, nos planteamos antes de cerrar la conversación, no sea del todo una ventaja.