La maldición de los acorazados españoles
Hace un siglo, el 24 de noviembre de 1924, el acorazado España, orgullo de la Armada, se partió en dos durante un violento temporal
Los acorazados fueron los reyes del mar hasta que en la Segunda Guerra Mundial aparecieron los portaviones, que cambiaron el concepto de guerra naval en el Pacífico, pues ya no eran barcos contra barcos, sino aviones contra barcos. No obstante los viejos acorazados seguían siendo las armas más formidables que había conocido el hombre.
Para hundir al acorazado Bismarck, el más poderoso buque de la Kriegsmarine (Marina de guerra alemana), que amenazaba las rutas de suministros de Norteamérica a Inglaterra, el Almirantazgo inglés tuvo que mandar de cacería a toda la Home Fleet, la Flota metropolitana que defendía la Islas Británicas, un total de 42 buques de combate, desde acorazados a destructores.
Cuando al fin consiguieron acorralar al Bismarck, después de que los ataques aéreos lo inmovilizaran, cuatro acorazados ingleses le dispararon 2.800 proyectiles de enorme calibre sin conseguir hundirlo. Tuvieron que recurrir a rematarlo con torpedos, siendo la única vez en la Historia naval en la que un acorazado torpedeó a otro acorazado. De los 2.200 tripulantes que iban a bordo del buque alemán, sólo quedaron con vida 114.
La capacidad de supervivencia que demostró un arquetipo de acorazado como el Bismarck hace aún más extraño el triste destino del acorazado España, el orgullo de la Marina española, pues se perdió en una guerra colonial en la que el enemigo no tenía ni barcos, ni aviones. El España había nacido a consecuencia de una gran catástrofe, el Desastre del 98, la pérdida de Cuba y Filipinas, es decir, el final definitivo de aquel imperio español en el que no se ponía el sol. Con este punto de partida no es extraño que una maldición persiguiese al acorazado España y a sus hermanos.
Uno de los episodios peores de la guerra de 1898 contra Estados Unidos fue la destrucción de las flotas españolas de Cuba y Filipinas. De la noche a la mañana España, que por su tradición se creía una potencia naval, descubrió que no lo era. Al iniciarse el siglo XX el gobierno del veterano político liberal Antonio Maura decidió recomponer la Armada española. Le favoreció la contingencia política internacional, porque en 1905 se produjo un enfrentamiento en Marruecos entre Alemania por una parte y Francia e Inglaterra por otra. Estuvo a punto de estallar la Primera Guerra Mundial con una década de anticipación, y los franco-británicos buscaron la alianza con España.
Londres y París estaban dispuestos a impulsar la reconstrucción de la Armada española a cambio de que España apoyase en el Mediterráneo a la flota francesa frente a las de Austria e Italia, aliadas de Alemania. La Compañía Española de Construcciones Navales manufacturaría tres acorazados modernos en astilleros españoles. En realidad la Compañía Española sólo lo era de nombre, sus principales accionistas eran empresas británicas navales y de armamento, que aportarían la tecnología avanzada de los ingleses.
El primero de los buques de la proyectada serie de tres sería el España, entregado a la Armada en los astilleros de Ferrol en 1913. Llegaba a tiempo para la Primera Guerra Mundial, pero cuando estalló el conflicto Italia cambió de chaqueta, y Francia no necesitó del apoyo español para controlar el Mediterráneo, por lo que nuestro país pudo mantenerse neutral pese a su compromiso anterior.
A falta de guerra un buque de guerra hace cruceros por puertos del mundo, para exhibir su poderío ante amigos y potenciales enemigos. La primera misión del España fue de este estilo, pues en 1915 asistió a la inauguración del Canal de Panamá en representación de nuestro país. Como casi toda Europa estaba enzarzada en la Primera Guerra Mundial, nuestro acorazado fue prácticamente la única presencia europea en uno de los momentos más trascendentales de la Historia de la navegación, la unión entre el Atlántico y el Pacífico después de la obra ciclópea que fue el Canal de Panamá. Luego seguiría con este tipo de viajes de buena voluntad, dada la falta de conflictos bélicos, pero en 1920, en una gira por América del Sur, el España encalló accidentalmente. Es el mayor error que se puede cometer en la navegación y un aviso de su aciago destino.
El España era un barco formidable, como nunca había tenido la Marina española: medía 140 metros de eslora (largo), desplazaba 16.000 toneladas, y estaba armado con ocho enormes cañones de 305 milímetros de calibre, y otros 20 cañones de 105 mm, sin embargo con la Gran Guerra de 1914-1918 se había desarrollado muchísimo la tecnología y el barco español quedó desfasado frente a los de otras grandes marinas. Pero cuando le llegó la hora de la verdad, una guerra, no tuvo que enfrentarse a nuestros tradicionales enemigos, las marinas inglesa, francesa, holandesa o, más recientemente, la norteamericana. Ni siquiera tuvo que enfrentarse a un estado, sino a las tribus rebeldes del Rif norteafricano.
La Guerra de África de 1921 respondía al esquema de guerra colonial de una metrópoli europea frente a pueblos indígenas mucho más atrasados, pese a lo cual resultó llena de desgracia y muerte para los españoles. Al principio de la campaña el Desastre de Annual, en el que murieron 12.000 soldados españoles, marcaría la dureza en la que se iba a desarrollar el conflicto. El España fue enviado, junto a su gemelo el Alfonso XIII, al teatro de operaciones para apoyar con su imponente artillería a las fuerzas terrestres.
Tuvo su bautismo de fuego el 17 de septiembre de 1921, bombardeando las posiciones de los rifeños al sur de Melilla, para apoyar a la Legión, que había acudido en salvación de Melilla tras el Desastre de Annual. Pero dos años después, el 26 de agosto de 1923, mientras realizaba una misión similar bombardeando a los moros en las cercanías de Melilla, cuando navegaba entre una densa niebla embarrancó a la altura del Cabo Tres Forcas.
Esta vez no pudo rescatarse como había pasado cuando encalló en América del Sur. Tras varios intentos fallidos se decidió desmontar prácticamente el acorazado, para aligerarlo de su imponente peso. Retiraron los enormes cañones, los depósitos de municiones, la maquinaria e incluso gran parte del blindaje, que en algunas zonas tenía un grosor de 254 milímetros. Luego se selló el casco y se drenó. Estaba todo preparado para reflotarlo, pero tenía que llegar de Italia una maquinaria especial para esta tarea cuando se desataron unas violentas tormentas, que perjudicaron el casco hasta el punto de que se partió por la mitad y la Armada lo dio por definitivamente perdido.
Pero como en la Marina no se tira nada, sus potentes cañones de 305 mm se instalaron en tierra como artillería de costa, para defender la Bahía de Cádiz. Hasta 1999 estuvieron en servicio en Cádiz los cañones del España, y todavía hoy se conserva uno, ya inoperante, como recuerdo.
Los hermanos menores
El España era el primero de una serie de tres acorazados. Le seguirían el Alfonso XIII, que entró en servicio en 1915, y el Jaime I, que no pudo hacerlo hasta 1921, debido a los problemas de suministro de materiales derivados de la Primera Guerra Mundial.
Cuando se proclamó la República en 1931 hubo que cambiarle el nombre al Alfonso XIII, y lo rebautizaron España, como el hermano mayor perdido. Pero se diría que, con el nombre, el nuevo España heredó la mala suerte del anterior. En todo caso, los marineros, que son supersticiosos, le llamaban “el Abuelo”, por ser el buque más antiguo y venerable de la flota española en los años 30.
En julio de 1936 ese mal fario tuvo una primera manifestación trágica. Los oficiales de la Armada suelen ser conservadores en todas las marinas del mundo, y en España apoyaron casi unánimemente la sublevación contra la República. Los marineros y los suboficiales, en cambio, eran de izquierdas en buena parte, lo que traería situaciones explosivas. En el momento que se produjo el Alzamiento del 18 de julio, el Abuelo se encontraba en dique en Ferrol, incluso tenía los cañones inoperantes, pero la tripulación se amotinó -una situación rarísima, un motín naval producido en tierra- y asesinó a cuatro oficiales. Sin embargo Ferrol estaba en manos de los alzados y la infantería de marina asaltó el Abuelo. Los amotinados se rindieron a los sublevados, y como represalia por el asesinato de los oficiales fueron fusilados 37 miembros de la tripulación.
Pese a que el Abuelo era ya un buque obsoleto, su imponente artillería, que tenía mayor alcance que la de cualquier otro buque español, lo convertiría en la estrella de la Marina franquista durante la Guerra Civil… por poco tiempo, pues de nuevo funcionó la mala estrella de los acorazados de la clase España.
A principios de 1937 el Abuelo estaba dedicado al bloqueo de los puertos del Norte todavía en manos de la República, Gijón, Santander y Bilbao. Era una misión de poco riesgo, pues no había ningún barco republicano que pudiese amenazar al antiguo Alfonso XIII, sin embargo el 30 de abril chocó contra una mina colocada por el bando franquista. Puede decirse que el Abuelo fue hundido por fuego amigo, lo que es el colmo de la mala suerte.
El tercer acorazado de la serie, el Jaime I, que entró en servicio en 1921, tuvo un principio de carrera que parecía más prometedor que el de sus hermanos mayores, pues en 1922 fue enviado a Turquía para proteger los intereses españoles, dado en duro enfrentamiento greco-turco que se produjo después de la Primera Guerra Mundial. Era una misión arriesgada en un conflicto internacional, sin embargo lo que prevaleció fue esa mala suerte casi ridícula que sufrieron el España y el Alfonso XIII, porque chocó accidentalmente con un buque mercante austriaco que le produjo serios daños, y tuvo que retirarse.
El Jaime I intervino también en la Guerra de África y lo que es más curioso, en la Revolución de Asturias, pues bombardeó Gijón, en manos de los mineros socialistas sublevados. Sin embargo al estallar la Guerra Civil la tripulación se amotinó, matando a una docena de oficiales. El Jaime I se puso a las órdenes de la República y su primera misión fue impedir “el paso del Estrecho”, es decir que las tropas franquistas cruzaran de Marruecos a España, misión en la que fracasó.
La maldición de los tres acorazados españoles persiguió también al Jaime I durante toda su participación en la Guerra Civil. Además de los asesinatos de la oficialidad, sufrió varios bombardeos aéreos que le causaron un centenar de bajas, y embarrancó. Logró llegar al puerto republicano de Cartagena en muy malas condiciones, y cuando estaban reparándolo, por causas que se desconocen, el 17 de junio de 1937 sufrió una terrible explosión que causó 300 muertes y hundió al Jaime I.