Cultura

La alegría de la lucidez

La alegría de la lucidez

Decía el personaje de Federico Luppi en la película Lugares comunes de Adolfo Aristarain que existe algo así como “el dolor de la lucidez”, el daño y la responsabilidad que conlleva saberse dueño de una cierta verdad. En el caso de Marta Peirano hay, más bien, una “alegría de la lucidez”.

¡Dios santo, Widmerpool!

¡Dios santo, Widmerpool!

En una de sus novelas, Julian Barnes se burlaba de las coincidencias un tanto inverosímiles que poblaban la gran saga de Anthony Powell, “Una danza para la música del tiempo” –escrita entre 1951 y 1975-, en la que los personajes –muchísimos, casi quinientos- se encontraban fortuitamente a lo largo de los años en fiestas de debutantes y en cantinas militares y en hoteles solitarios y en congresos de literatura celebrados en Venecia. Y para ello, Barnes se inventaba la historia de doce comensales que coincidían en una cena y que al poco rato descubrían que todos ellos acababan de empezar a leer “Una danza para la música del tiempo”.

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