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'She Said', la investigación periodística que destapó los abusos de Harvey Weinstein y sus consecuencias casi cuatro años después

En este libro las periodistas de The New York Times Jodi Kantor y Megan Twohey cuentan cómo demostraron que el productor de Hollywood llevaba décadas abusando sexualmente de algunas actrices y trabajadoras de sus empresas, pero también analizan por qué este caso, y no otro, desató una oleada de solidaridad femenina que terminó cristalizando en el #MeToo, cuáles han sido las consecuencias del movimiento, en particular, cómo ha cambiado la percepción de las denuncias de las víctimas, y qué queda por hacer

‘She Said’, la investigación periodística que destapó los abusos de Harvey Weinstein y sus consecuencias casi cuatro años después

Jodi Kantor y Megan Twohey | Martin Schoeller

En 2017, cuando Jodi Kantor y Megan Twohey comenzaron a investigar a Harvey Weinstein para The New York Times, las mujeres habían alcanzado las mayores cotas de poder de la historia. Pero tal y como explican en el prólogo de She Said (Libros del K.O.), en todo tipo de entornos laborales, en cualquier escalafón profesional, se las acosaba sexualmente, con demasiada frecuencia y con total impunidad. Porque cuando hablaban eran ignoradas, denigradas, aisladas o silenciadas con unos acuerdos de confidencialidad leoninos que prácticamente las hacían desaparecer, permitiendo a los agresores seguir con sus vidas como si nada hubiera pasado. Lo que no podían imaginar es cómo cambiaría todo gracias a su trabajo y al tsunami provocado por el #MeToo.

She Said narra los entresijos de la investigación que demostró cómo durante décadas el productor de Hollywood había abusado sexualmente de algunas actrices y trabajadoras de sus empresas por todo el mundo, un complejo trabajo con el que Kantor y Twohey ganaron un premio Pulitzer. Casi en clave de thriller, las periodistas explican cómo pasaron meses indagando, buscando documentos que probaran sus sospechas y tratando de que las víctimas hablaran a sabiendas del perjuicio que la exposición pública podía causarles, destacando la valentía de aquellas primeras voces que se atrevieron a denunciar. 

También revelan cómo durante todo el proceso Weinstein trató de sabotearlas, a ellas y a todos los periodistas que habían intentado indagar en las acusaciones de abusos sexuales. El productor se rodeó de un ejército de abogados para hacer desaparecer cualquier denuncia. Contrató los servicios de Kroll, una de las compañías de seguridad e inteligencia más grandes del mundo, y Black Cube, una compañía dirigida por ex agentes del Mossad, para vigilar a las actrices que acosó sexualmente y controlar los movimientos de las periodistas. Personalmente, Weinstein persiguió a algunas de sus víctimas más célebres, como la oscarizada Gwyneth Paltrow, tratando de evitar que hablara. Pero a pesar de sus esfuerzos, no consiguió frenar el testimonio de las valientes mujeres que decidieron jugárselo todo para que se conociera su historia.

Laura Madden, antigua asistente de Weinstein, madre y ama de casa en Gales, habló en medio de una situación de inestabilidad por su divorcio y por una inminente cirugía mamaria tras un cáncer. En un periodo en el que se apartó de la industria cinematográfica para reflexionar sobre la igualdad de género, la actriz Ashley Judd puso en riesgo su carrera. Y habiendo firmado un acuerdo la productora londinense Zelda Perkins decidió hablar a pesar de las posibles represalias legales y económicas. Además, otras mujeres ayudaron a las periodistas confidencialmente, como la actriz Rose McGowan, pues la mayoría solo se atrevió a hablar de sus terroríficas experiencias cuando descubrieron que no estaban solas, que lo que les había ocurrido solo tenía un responsable, Weinstein, y que no eran las únicas víctimas.

Casi cuatro años después de la publicación del primer reportaje de Kantor y Twohey, en octubre de 2017, resulta importante recordar lo improbable que parecía entonces un movimiento global como el #MeToo, donde las mujeres alzaron la voz para denunciar, pero, además, el mundo dejó de creer a los agresores para prestar atención al relato de las víctimas. Como las periodistas señalan, la propia Twohey venía de investigar las acusaciones vertidas contra Donald Trump por acoso sexual en mitad del escándalo por la publicación del vídeo de Access Hollywood. Hablando de las mujeres en términos denigrantes y soeces, el magnate presumía de que «cuando eres una estrella, te dejan hacerles cualquier cosa, agarrarlas por el coño». Pero por muchas críticas que recibiera, unos meses más tarde se convirtió en el presidente de los Estados Unidos. 

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Imagen vía Libros del K.O.

Las consecuencias del #MeToo

Más allá de la investigación, la segunda mitad del libro abunda, precisamente, en las consecuencias del #MeToo: la caída en desgracia de otros popes de los medios de comunicación, como Louis C.K., Kevin Spacey, los presentadores de televisión Charlie Rose y Matt Lauer, el director de Amazon Studios Roy Price, el presidente de CBS Leslie Moonves o el célebre chef Mario Batali. Pero también políticos, como el ministro británico de defensa Michael Fallon, o directivos de infinidad de empresas. Según publicó el mismo The New York Times, en un año 201 hombres poderosos dimitieron de sus cargos y la mitad de sus reemplazos fueron mujeres.

El #MeToo también llegó a puestos menos cualificados, como las trabajadoras de McDonalds que, lideradas por activistas como Kim Lawson, celebraron una huelga de costa a costa para protestar por las débiles políticas de la empresa en materia de acoso sexual. «Los historiadores dijeron que se trataba de la primera huelga contra el acoso sexual de la historia», señalan las periodistas en She Said. 

La proliferación de casos en todo tipo de esferas profesionales, y en el caso de la política estadounidense, entre republicanos y demócratas, favoreció que el examen fuera más allá de la política de partidos. Como Kantor y Twohey explican en el libro, los delitos eran universales y mucha gente se vio obligada a reconsiderar su conducta. Incluidos los lectores del New York Times.

Cuando Christine Blasey Ford acusó al juez Brett Kavanaugh de abuso sexual, proceso que Kantor y Twohey también repasan en el libro, el periódico preguntó a sus lectores si alguna vez se habían comportado hacia las mujeres de maneras que se arrepintieran. Cientos de personas respondieron que sí, narrando transgresiones que iban desde los manoseos a las violaciones en grupo. 

«La clave para el cambio era un nuevo sentido de la responsabilidad: a medida que, entre las mujeres, aumentaba la confianza en que el relato de sus historias conduciría a la acción, eran más las que optaban por sincerarse. Alzar la voz y denunciar, por fin, tendría consecuencias no para las víctimas, sino para los agresores. La magnitud y el dolor de estos relatos eran una señal de la escala del problema y del modo en que había tumbado vidas y minado progresos en el lugar de trabajo», aseguran las periodistas en el libro sobre el impacto del #MeToo. Pues aunque ambas reconocen que todavía queda mucho por hacer a nivel empresarial, legislativo y judicial, la condena de Harvey Weinstein a 23 años de cárcel por sus delitos sexuales, con la que concluyen el libro, y el hecho de que el jurado creyera a las víctimas y no al productor indicaba que «el cambio cultural que había iniciado su camino en el periódico se estaba abriendo paso en los juzgados».

Esta ola de solidaridad entre mujeres no evitó que todas las víctimas pagaron su peaje por hablar, insultos y amenazas incluidas como relatan Kantor y Twohey. A pesar de todo, en un encuentro organizado por las periodistas en 2019 en el que participaron 12 mujeres que habían formado parte de sus investigaciones, todas se mostraron orgullosas de haber hablado. «No somos las primeras personas en alzar la voz. Tampoco somos las primeras mujeres en alzar la voz. Nunca va a haber un final. La cuestión es que la gente siempre va a tener que alzar la voz y no tener miedo a hacerlo», afirmó la citada Madden.

En resumen, «nadie podía predecir qué pasaría al dar un paso al frente. Cuando una historia se contaba públicamente por primera vez, no había forma de saber qué consecuencias tendría. Los resultados podían ser desgarradores, empoderantes o ambas cosas. Pero todas estaban de acuerdo en que si la historia no se compartía, no cambiaría nada. Uno no puede abordar los problemas que no ve», señalan las periodistas en She Said. «En nuestro mundo del periodismo, un reportaje era el fin, el resultado, el producto final. Pero a ojos de mundo entero, la aparición de nuevas informaciones es solo el principio de la conversación, de la acción, del cambio», concluyen.

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