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Cultura

Cómo al-Ándalus y el islam han configurado la Europa moderna

Para romper mitos, prejuicios y alguna que otra sensibilidad –siempre en pos del conocimiento y la verdad–, te traemos algunas curiosidades sobre la historia de al-Ándalus que han influido en la Europa moderna

Que era la ‘Nueva York’ medieval, que el castellano lo propulsó el islam, que la primera novela del mundo nació en la Península y que conceptos como el antropocentrismo o la solidaridad surgieron en la aventajada al-Ándalus, son algunas de las verdades sobre nuestra historia que no te han contado –hasta ahora– y que han configurado nuestro pensamiento a lo largo del tiempo.

Porque lo cierto es que acostumbramos a ver el pasado con los ojos del presente y la suspicacia del futuro, pasando por la historia a trompicones, especialmente por aquella que no entendemos o no apreciamos. Y eso es lo que ha sucedido con la antigua ‘conquista’ árabe en la actual España, que algunos la desprecian, otros no la comprenden y muchos la desconocen.

Así que, para romper mitos, prejuicios y alguna que otra sensibilidad –siempre en pos del conocimiento y la verdad–, te traemos algunas curiosidades sobre la historia de al-Ándalus y sobre las verdaderas bases sobre las que se ha construido el pensamiento de la Europa moderna. 

El antropocentrismo: islam, Robinson Crusoe y Tarzán

Lo primero que debemos comprender es que no hay un entendimiento aislado de al-Ándalus per se, no sin su relación con el islam, con esa cultura mundial que hubo durante los 800 años de la historia andalusí, tal como ha explicado a The Objective el islamólogo Emilio González Ferrín.

Señalado esto, debemos remitirnos a una novela –la primera verdadera novela del mundo–, llamada El Despertar de la Vida y escrita por un tal Abentofáil en la España medieval, en al-Ándalus. Sería de aquí desde donde se proyectaría el concepto de antropocentrismo al resto del mundo y de la historia. 

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Imagen: Anna Jahn | Unsplash

Se trata de una creación tan especial porque Abentofáil decide romper con el sobreexplotado tópico del ciclo de aprendizaje basado en el maestro y su alumno y, a un estilo previo a lo Robinson Crusoe, cuenta a modo de relato la historia de un joven que, por sí mismo y sin la presencia de un profesor que le enseñe, es capaz de comprender el mundo desde una perspectiva cientificista y experimental.

En una línea ficticia muy parecida al moderno Tarzán, un niño es criado por una gacela tras ser abandonado en una isla. Así, nos encontramos no solo ante la primera novela del mundo, sino también ante la primera vez que se representa la evolución de una persona de manera completamente autodidacta, sin ayuda y rompiendo anticipadamente con el renombrado ‘monomito’ o periplo del héroe de Joseph Campbell. 

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Imagen: Disney+

Concluye, asimismo, con una profunda comprensión sobre la existencia de un primer motor inmóvil, el concepto de Dios. «Es la primera vez en la que, en vez de Dios creando al hombre, aparece el hombre creando a Dios», revela el también escritor. Asimismo, explica que «el teocentrismo es hablar de Dios para comprender el mundo. El antropocentrismo es partir del ser humano para comprenderlo. Lo tenemos en Abentofáil y es la primera vez que ocurría».

Por tanto, nos encontramos frente a un concepto atribuido erróneamente a la Italia del siglo XIV, pues sería esta primera novela andalusí la que influiría después en grandes filósofos y escritores europeos que han modelado el pensamiento moderno, tales como Jonathan Swift, Tomaso di Campanella, Tomás Moro o Rousseau.

Como aclaración, cabe mencionar que, aunque sí existieron obras previas a El Despertar de la Vida, nunca fueron ficciones de entretenimiento, sino mitos cubiertos con la tela de la verdad, creyéndose como certezas, por lo que no podrían ser considerados como tal. Así sucede con Gengi Monogatari, una historia japonesa considerada erróneamente la primera novela del mundo. 

De al-Ándalus a ‘Buscando a Nemo’: el concepto de solidaridad

Emilio González Ferrín es islamólogo, pero también es padre y, por ello, es capaz de utilizar un símil universalmente popular y familiar para explicar animadamente esto: Buscando a Nemo. Para aquellos que no hayan podido ver la película de un joven pez que se pierde en manos de los humanos, a continuación se lo explicamos.

Se trata de una escena en concreto que, aunque en apariencia banal e infantil, refleja perfectamente el concepto de solidaridad que propugnaban los árabes. Cientos de peces se ven atrapados en la misma red de pesca, presa del pánico y el miedo y, tras un momento de caos y confusión, empiezan a gritar una frase cargada de significado: «¡Nadad todos juntos hacia abajo!». Finalmente (spoiler), consiguen romper la red nadando conjuntamente en la misma dirección.

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Imagen: fotograma ‘Buscando a Nemo’ | Disney+

«¡Esa es la idea!», dice el profesor de la Universidad de Sevilla. Y se trata de un concepto que ya aparece reflejado en el Bagdad del año 900 (aproximadamente), cuando se crea la Enciclopedia de los Hermanos de la Pureza (mucho antes que la francesa de Diderot y D’Alambert). 

«Son los primeros enciclopedistas», afirma González. Y, es entonces en esas epístolas donde se concibe primordialmente la Solidaridad, «el sentido de labor en común, por un bien que es la humanidad. Esa idea de que la solidaridad no entiende de jerarquías o dinero, sino de seres humanos», añade. 

Por lo tanto, ese concepto no nació en al-Ándalus, pero sí que se reprodujo y, en definitiva, lo adoptan por influencia y pertenencia a la comunidad árabe en una pequeña ‘historieta’ llamada El Collar de la Paloma, que se crearía como homenaje a la anterior. 

Como consecuencia, «esos juegos de palabras entre oriente y occidente demuestran que hay una permanente conectividad cultural y lo que pretenden hacer ver es que el sujeto de la historia es el género humano, no una persona concreta», defiende Emilio González Ferrín.

Globalización medieval

Emilio González Ferrín asiente, divertido, ante el término de ‘globalización medieval’ cuando lo escucha y asegura que, ciertamente, se podría utilizar, puesto que los árabes dejaron tras de sí una larga estela de influencia. En cierto modo, sería al-Ándalus la principal promotora de esa suerte de ‘Aldea Global’ o, al menos, uno de los agentes que lo hicieron. No en vano, el legado árabe no se ha quedado estancado –como muchos piensan– en unas sevillanas en el sur de España, sino que ciudades como Zaragoza o incluso Barcelona fueron parte de ello.

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Imagen: Palacio de la Aljafería de Zaragoza | Turismo de Aragón

En este sentido, es el comercio el que realmente le confiere a al-Ándalus ese gran poder durante el medievo, alimentando esa rueda globalizadora, que ya «conectaba Oriente y Occidente», apunta el experto. Esa unidad intercontinental entre Oriente y Occidente a través de al-Ándalus favorecía inmensamente el traslado de ideas, prácticas y conceptos desde la otra punta del mundo.

Por ejemplo, que Inglaterra quisiese acuñar monedas en árabe porque era «el peso bueno de oro» o que se impusiese la moneda «maravedí» (que es del árabe «marabutí») por la misma razón, demostraban la inmensa fuerza comercial que ejercía en el resto del mundo. En cualquier caso, nada tendría que ver esto con la extensa idea de que la presencia árabe en la Península y en el mundo formaba parte de una especie de imperio musulmán, pues no existía una centralización de poder como sucedía en el Imperio Romano. 

Al-Ándalus, en definitiva, ha sido denominada en múltiples ocasiones como «La Joya del Mundo», y no ha sido porque sí, sino porque era una pieza fundamental en ese engranaje de conectividad global. Igualmente, sus aventajadas ciencias y tecnologías, así como su mencionado comercio, le confirieron una gran riqueza material e inmaterial.

El castellano moderno es resultado del árabe antiguo

Para comprender esta afirmación sería necesario un amplio proceso de aclimatación mental, pues la imagen preconcebida que impera en las personas es -habitualmente- generalista e insuficiente. En este sentido, deberíamos imaginarnos en una especie de Nueva York del siglo XII, pues así era al-Ándalus por aquel entonces. Una civilización profundamente aventajada, como asegura González Ferrín. Quizá no con androides inteligentes o coches automáticos, pero sí a su particular modo de prosperidad.

Un ejemplo claro que te ayudará a comprender esto es el perfeccionamiento que se implementó al astrolabio. Para aquellos que lo desconozcan, el astrolabio era un antiguo aparato que se utilizaba para diversas mediciones, calcular distancias, la posición respecto a las estrellas… para lograrlo, contaba con una serie de láminas, cada una para un parámetro diferente. 

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Imagen: astrolabio | Ángel M. Felicísimo | Flickr

Sin embargo, un cierto andalusí de nombre Azarquiel, adaptó el engorroso sistema obsoleto sustituyéndolo por una ‘azafea’: «Una única lámina universal» que sintetizaba todas las mediciones antes contenidas en varias, afirma el islamólogo.

Así, podemos comprender que el nuevo astrolabio era casi como «una calculadora de 17.000 funciones», que más tarde acertó a encontrar Alfonso X –quien quizá nos suene más–, profundamente impresionado por aquellos descubrimientos y dispuesto a comprenderlos. La famosa Escuela de Traductores que se encargaba de traducir todos los avances tecnológicos era en realidad «todo un ambiente entero», que promovió el desarrollo del lenguaje precisamente para acceder a ese conocimiento. 

Y como la azafea, había muchos avances que los andalusíes acometieron y que permitieron que su propia lengua mejorase gracias a ellos, a los nuevos vocablos que los designaban y a las formas de expresar esas ciencias. 

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Imagen: The Dancing Rain | Unsplash

Por tanto, el profesor explica a The Objective que «el árabe era una lengua cultural, pero en castellano no había terminología para esos libros de astronomía», por lo que fue necesario potenciarlo para poder comprender el arsenal erudito adquirido en la toma de poder por los cristianos. 

«El mayor empujón que se le da a la lengua castellana, el momento en el que el castellano se convierte en una lengua culta, es por traducir estos libros de la ciencia árabe».

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