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Si los libros y películas no pertenecen a nuestra realidad, ¿por qué muchas veces nos afectan como si lo fueran?

Si los libros y películas no pertenecen a nuestra realidad, ¿por qué muchas veces nos afectan como si lo fueran?

Cedida por el autor

Abrimos un libro, comenzamos a leerlo y, de repente, vivimos las mismas experiencias que los protagonistas. Algo que ocurre de manera similar cuando damos al play ante una película o cuando nos enfrentamos a un cuadro. Se produce un clic en nuestro cerebro que consigue que nuestras emociones se vuelquen en la obra, que amemos, que riamos, que lloremos… podemos llegar a reproducir toda la gama de sentimientos. O quizá no, quizá no sintamos nada y nos quedemos con la sensación de haber perdido el tiempo. 

Ante esta forma de relacionarnos con el arte, surgen una serie de preguntas. ¿Cuánto de reales son esos personajes que nos acompañan durante la experiencia? ¿Son más auténticos para nosotros que ese vecino con el que casi no nos relacionamos? ¿Por qué las obras son capaces de despertarnos sentimientos tan fuertes? ¿No es raro que, sabiendo que son ficción, nos afecten?

Todas estas cuestiones son las que ha intentado responder el profesor de literatura y escritor Pablo Maurette en su último ensayo titulado ¿Por qué nos creemos los cuentos? (Clave Intelectual). Según el autor, estos sentimientos se despiertan porque nos relacionamos con ellos de una manera muy íntima y personal, «en ellos ponemos toda nuestra historia, nuestro anterior bagaje. Nos exponemos nosotros mismos», sostiene.

Y nos afectan incluso siendo conscientes de que son ficciones, sabiendo que tienen límites que no pueden traspasar. «Eso es muy interesante. Nadie que esté en su sano juicio confundiría realidad y ficción», apunta Maurette, «nuestro mundo no deja de existir, y el de la ficción tampoco llega a ser real del todo», sostiene el escritor, pero existe entre ambos una intermitencia, como una nueva esfera de la realidad a la que podemos entrar cuando nos enfrentamos a la obra. 

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Imagen vía Clave Intelectual.

La compenetración, el proceso de unión con la ficción

La compenetración es el término que usa el escritor para describir el proceso que nos une con las obras. Una palabra que se utiliza en el sector de la química orgánica y que hace referencia a la mezcla de materiales. «En sentido más vulgar, sería cuando nos engancha una obra de arte, cuando la aceptamos como verdadera y ponemos en ella nuestras emociones. Ahí es cuando nos divierte, nos asusta… cuando pasa eso, hablo de la compenetración», defiende.

Un proceso que Maurette liga directamente al de evidencia. Evidencia entendida como una verdad de la que no hay posibilidad de duda. O, dicho de otra forma: aceptamos la ficción como un mundo autosuficiente que es capaz de involucrarnos afectivamente y que es independiente del real. «Para explicar la evidencia me gusta usar el ejemplo de una silla. Vemos y nos sentamos en ella, no desconfiamos de su verdad. Igual que con ese asiento, cada vez que nos compenetramos con una serie, un libro o una película los aceptamos como algo verdadero, aunque sepamos que hay muchas diferencias con la realidad», apunta.

Un proceso que se entiende muy bien cuando nos referimos a las obras de terror o de crímenes. Y es que, aunque nos gusten las obras de este género, no significa que disfrutemos con una escena de asesinato en la vida real. Un abismo enorme que desmonta a su vez la censura que muchas veces sufre el arte. «Esta distancia entre realidad y ficción se vuelve obvia cuando se censuran obras por su contenido violento e inmoral». Y añade: «En el fondo todos aceptamos que la diferencia es abismal. Incluso la gente que promueve la censura de ciertos contenidos».

Crear ficción del juego de la ficción

Cervantes es considerado el primer escritor en hacer ficción del juego de la ficción. Hasta ese momento, la literatura únicamente contaba historias, pero él rompió esa regla y transformó a la propia historia en el hecho de contar historias. Una forma de narrar que hizo que desde entonces las posibilidades se volvieran infinitas. Opciones que han explotado diferentes creadores, como es el caso de Julio Cortázar y Quentin Tarantino. Tanto el escritor como el director de cine han jugado a lo largo de su carrera a romper las normas narrativas. 

Por ello no es de extraño que Maurette haya dedicado los últimos capítulos del ensayo a diseccionar parte de sus obras. En el caso de Cortázar, el ensayista analiza el cuento Continuidad de los parques, donde realidad y ficción se mezclan hasta confundirse. Una narración que invita al lector a meterse en él y en la que le obliga a jugar diferentes papeles más allá del de espectador. «Al final del cuento el protagonista muere, un hecho que convierte al lector en testigo presencial y hace que se involucre en la obra. Es muy inteligente lo que consigue ahí Cortázar», sostiene.

Una forma de contar con la que también ha jugado Tarantino en sus últimas películas. Sobre todo en la de Érase una vez en Hollywood, donde el director cambia el final, lo amolda a la historia que le hubiera gustado que hubiera sucedido. «Juega con la ficción y la realidad en el mismo plano. Es el final feliz más triste de la historia del cine», sostiene el ensayista. «Con esta cinta Tarantino desafía de manera muy deliberada las diferencias entre realidad y ficción y cómo nos relacionamos con ellas».

Quizá sea en este juego donde resida el mayor atractivo de la cultura: en poder rehacer la historia, mejorarla y darle una segunda oportunidad al menos dentro de la ficción. «Reformularla completamente, corregirla. Es una forma de magia, una posibilidad casi natural que tiene el ser humano al poder producir cultura. Cambiar la realidad, aunque sea en otra dimensión, pero cambiarla», finaliza.

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