Putin no sufre por las sanciones, pero tampoco asistimos al renacimiento del imperio soviético
Rusia ha sustituido fácilmente a sus clientes y proveedores occidentales y el año pasado cerró con un superávit récord en su balanza por cuenta corriente
«Por lo general», escribe el historiador Paul Kennedy, «el triunfo de una gran potencia […] o el colapso de otra ha sido la consecuencia de prolongadas luchas de sus fuerzas armadas, pero también de la utilización más o menos eficiente de los recursos productivos del Estado».
La derrota de los Habsburgo en el siglo XVII se decidió en los departamentos de Tesorería antes que en los campos de batalla.
«En la última década de la Guerra de los Treinta Años», sigue Kennedy, «se puso de manifiesto que ninguna alianza podía abastecer a ejércitos tan grandes como los mandados por Gustavo [Adolfo de Suecia] y [Albrecht von] Wallenstein», que llegaron a tener hasta 100.000 hombres bajo su mando. Y si al final prevaleció el bando antiimperial fue porque, «por un escaso margen», preservó mejor la «base material» que sustentaba su esfuerzo bélico.
Esta estrecha vinculación entre economía y capacidad militar es el fundamento de las sanciones que Estados Unidos y la Unión Europea han impuesto a Rusia. Pretenden socavar la «base material» en la que se apoya el asalto de Putin a Ucrania. ¿Se está consiguiendo?
Dos recientes reportajes de The Economist revelan que no tanto.
Matar se ha vuelto más barato
Por el lado de los gastos, la invasión le cuesta a Rusia unos 62.000 millones de euros al año, el 3% de su PIB.
«En términos históricos», dice la revista, «se trata de una suma insignificante». La URSS llegó a comprometer el 61% de su riqueza en la fase álgida de su enfrentamiento con la Alemania nazi. La propia campaña de Corea (1950-1953) le salió bastante más cara a Estados Unidos: el 4,2% del PIB.
El motivo de este relativo abaratamiento hay que buscarlo en «la enfermedad de los costes» que William J. Baumol y William G. Bowen describieron en 1966.
Estos economistas se dieron cuenta de que los salarios que cobraban los miembros de un cuarteto de cuerda habían mejorado notablemente a lo largo del siglo XX, a pesar de que seguían produciendo los mismos conciertos que en el XIX. ¿Por qué? Porque de haberse mantenido su remuneración mientras la de otros profesionales aumentaba, nadie habría querido dedicarse a la música.
A partir de esta observación, Baumol y Bowen postularon que las actividades intensivas en mano de obra tendían a encarecerse respecto de las intensivas en tecnología.
Su previsión se ha revelado cierta y explica por qué la sanidad o la educación demandan una proporción creciente del PIB, mientras que la defensa consume cada vez menos. Gracias a los avances de la industria militar, los soldados se han vuelto muy eficientes y matan muchos más enemigos per cápita.
El apocalipsis que no fue
Y si por el lado de los gastos la presión no es excesiva, por el de los ingresos tampoco afronta Putin dificultades insuperables.
Como cuenta The Economist, una semana después de la invasión de Ucrania, Anthony Blinken, el secretario de Estado de Estados Unidos, anunció muy ufano que a consecuencia de «las sanciones masivas y sin precedentes» que los aliados habían decretado, el rublo se había desplomado, la Bolsa de Moscú había tenido que cerrar y la calificación crediticia de Rusia se había degradado a la categoría de bono basura.
Los servicios de estudios no tardaron en rebajar sus previsiones y anticiparon una caída del PIB ruso de entre el 10% y el 15%.
Nada semejante ha sucedido. El rublo se recuperó, la Bolsa de Moscú volvió a operar y, aunque la economía acabó contrayéndose en 2022, no lo hizo el 10% ni el 15%, sino el 2,1%. Y para este año el FMI espera que crezca el 0,7%, lo mismo que la francesa y la italiana, y bastante más que la británica (-0,3%) o la alemana (-0,1).
Los oligarcas no están sufriendo
«No serían tan masivas y sin precedentes las sanciones», me dirán.
Quizás, pero amplias sí que lo eran. Abarcaban desde la incautación de bienes a los oligarcas hasta la limitación de transacciones financieras, pasando por la prohibición de suministrar a Rusia determinados artículos y de comprarle prácticamente cualquier cosa. ¿Y qué ha sucedido en cada uno de estos ámbitos?
Empecemos con los oligarcas.
Pese a las noticias sobre superyates inmovilizados, lo cierto es que las autoridades occidentales han hecho una mella relativa en el patrimonio de estos potentados. Los 100.000 millones de dólares congelados suponen una cuarta parte de todo lo que acumulan fuera de Rusia. Peor todavía, las sanciones están contribuyendo a ampliar sus fortunas, porque al retirarse del país las compañías occidentales, han dejado tras de sí miles de millones en activos que Putin puede ahora repartir como botín de guerra entre sus leales.
Burla, burlando…
El acoso financiero ha tenido también un impacto limitado.
Nada más producirse la invasión se contempló expulsar a las entidades rusas de SWIFT, la organización que opera la mayor red de pagos trasfronterizos, pero en seguida se vio que habría que hacer alguna excepción, porque necesitábamos pagar el petróleo y el gas que aún íbamos a seguir comprando. Y aunque es verdad que dos terceras parte de los bancos se han visto afectados por la exclusión, muchos se han refugiado en CIPS, la alternativa china, cuyo volumen de transacciones ha aumentado un 50% desde 2022.
¿Y qué ha pasado con la prohibición de exportar determinados artículos?
Rusia se ha buscado nuevos socios. China le factura ahora el doble que en 2019. También se han disparado las importaciones «paralelas», es decir, las que se realizan a través de países que no respaldan las sanciones. Por ejemplo, en 2022, las ventas serbias de teléfonos han pasado de 8.518 dólares a 37 millones. Y los envíos de lavadoras desde Kazajistán han pasado de cero unidades en 2021 a casi 100.000 el año pasado.
Rusia tampoco parece tener muchos problemas con el acceso a tecnología punta.
Las actualizaciones de software que necesita para mantener en el aire sus aviones civiles se las están facilitando sus hackers, que se las piratean a las firmas occidentales. «Los accidentes, aunque frecuentes para los estándares occidentales, no han aumentado», comenta The Economist.
Un balance magnífico
En el terreno de los hidrocarburos es donde más se está notando el castigo.
Los europeos hemos reducido drásticamente la compra de gas ruso y sustituirnos no es tan sencillo, porque no puedes coger un gasoducto, darle la vuelta y enchufárselo a China en lugar de a Alemania, como si fuera la manguera de un jardín. El gas se puede licuar y enviar en tanqueros, pero hacen falta plantas que incorporan tecnología sofisticada y tardan en construirse.
El petróleo, por el contrario, es menos complicado de reasignar.
En Asia están encantados de quedarse con la mercancía que Europa rechaza y, en marzo, casi el 90% de las exportaciones rusas de crudo se destinaron a China e India, frente al 25% de antes de la guerra. Entre esta nueva clientela y los altos precios de las materias primas, Rusia prácticamente duplicó en 2022 su superávit por cuenta corriente.
Las divisiones de Stalin
¿Significa esto que Moscú se está saliendo con la suya y va camino de reconstruir la antigua grandeza de la URSS?
No lo creo, por tres razones. La primera tiene que ver con la ideología. Cuando en 1935 el ministro de Exteriores francés Pierre Laval pidió a Stalin que relajara la presión sobre los católicos rusos para mejorar su relación con el Papa, el autócrata respondió: «¡Ah, el Papa! ¿Cuántas divisiones tiene el Papa?»
La capacidad militar del Vaticano se limita, efectivamente, a tres escuadras de alabarderos, pero su poder blando es considerable
También lo era el de Stalin en los años 30, cuando el prestigio de la Revolución de Octubre movilizaba a millones de personas en todo el planeta. Eso se ha acabado. Salvo en grupúsculos de la extrema izquierda, el atractivo de Rusia como referente político se ha volatilizado y, por más territorio que Putin se anexione, nunca dispondrá de esa leal y potente quinta columna que eran los partidos comunistas durante la Guerra Fría.
¿En qué es buena Rusia?
Un segundo motivo es que Rusia depende excesivamente de las materias primas.
En cuanto su precio cae, algo que ya ha empezado a suceder, su economía sufre, porque poco más tiene que ofrecer. Todos tenemos en mente marcas de coches alemanes, de electrodomésticos coreanos o de ropa italiana, pero ¿qué producto prestigioso de manufactura rusa hay aparte del kaláshnikov? Su industria es muy poco competitiva y por eso las está pasando canutas para doblegar a los ucranianos.
Lo que nos lleva a la tercera razón por la que no creo que asistamos al inminente renacer del imperio soviético.
«Putin podría mantener el actual esfuerzo bélico un tiempo», escribe The Economist, pero «ampliarlo es otra cuestión». Aunque ha resistido bien el tirón de las sanciones, va muy justa de fuerzas. Y para conquistar Ucrania, necesita un salto que difícilmente está en disposición de dar sin provocar el colapso de esa «base material» que, según Paul Kennedy, ha sustentado a los imperios a lo largo de la historia.