THE OBJECTIVE
La otra cara del dinero

«España tiene que renegociar las relaciones entre el Gobierno central y las autonomías»

Stephen Ansolabehere cree que España vive «un momento extremadamente difícil», como EEUU tras la Guerra de Secesión

¿Puede el dinero cambiar el resultado de unas elecciones?

El catedrático de Harvard Stephen Ansolabehere, en un momento de la entrevista en la Fundación Ramón Areces. | Fundación Ramón Areces

De todos los mitos sobre la política estadounidense, existe uno especialmente arraigado: que el dinero compra elecciones.

La lista de candidatos multimillonarios no es pequeña: John Kennedy, Michael Bloomberg, Steve Forbes, Ross Perot, Donald Trump… Es natural que mucha gente concluya que la economía influye demasiado en los comicios y que el gasto en las campañas es desmesurado.

Nada más lejos, sin embargo, de la realidad.

Por qué se invierte tan poco en campañas

«El funcionamiento de la democracia siempre me ha fascinado —me dice Stephen Ansolabehere en la Fundación Ramón Areces, donde dentro de una hora impartirá la charla ‘El mosaico americano’—. ¡Es todo tan caótico!»

Inicialmente en la Universidad de California-Los Ángeles (UCLA), luego en el Massachusetts Institute of Technology (MIT) y finalmente en Harvard, donde es titular de la cátedra Frank G. Thompson, Ansolabehere lleva décadas estudiando cómo de ese desbarajuste emerge el orden.

El primer asunto que captó su atención fue la financiación y su contraintuitiva conclusión queda resumida en el título del artículo que publicó en 2002: «¿Por qué se gasta tan poco dinero en las elecciones estadounidenses?».

«Si sumamos todo lo que las empresas de la lista Fortune 500 invierten, obtenemos una cifra inferior a la que cada una de ellas destina por separado a publicidad —dice Ansolabehere—. La explicación es que el retorno es muy bajo. De lo contrario, los CEO desinvertirían de la bolsa para invertir en política y comprar tantos favores como pudieran».

Y si la economía influye tan poco, ¿por qué el ganador de las elecciones suele ser el que dispone de más medios?

Importa quién eres, no cuánto gastas

Steve Levitt, uno de los alumnos de posgrado de Ansolabehere, resuelve el misterio en el prólogo de Freakonomics.

Levitt analizó qué sucedía cuando los mismos rivales competían repetidamente por un escaño en el Congreso (algo frecuente en Estados Unidos) y comprobó que si el vencedor recortaba su gasto a la mitad, apenas reducía sus votos en un 1%. Mientras tanto, un perdedor que duplicara su inversión, podía esperar una magra mejora del 1%. No es que un candidato tenga más probabilidades si complace a los ricos, sino que los ricos se vuelcan con el candidato que tiene más probabilidades.

«Lo que realmente importa en un político —concluye Levitt— no es cuánto gasta, sino quién es».

Aquella noche en Florida

Otra leyenda igualmente persistente es que George Bush robó a Al Gore las elecciones.

No sé si se acuerdan. A lo largo de la noche de aquel 7 de noviembre de 2000, los estados habían ido cayendo de uno y otro lado, sin que el empate se deshiciera. Gore se había impuesto en Pensilvania, Michigan e Illinois. Bush en Ohio, Tennessee y Misuri. Al final, todo quedó pendiente de Florida. El que triunfara allí sería presidente.

Entonces los estadounidenses descubrieron lo increíblemente rudimentario que era su sistema de escrutinio.

El Supremo rompe el empate

«Se seguían utilizando tarjetas perforadas, una tecnología de los años 60», recuerda Ansolabehere.

El votante debía taladrar la casilla del candidato, pero en muchas papeletas la casilla no se había desprendido por completo o estaba simplemente percutida. Para las máquinas esos sufragios no valían y Gore reclamó que se repitiera el recuento manualmente. Bush respondió exigiendo que el recuento manual se paralizara y estalló una fenomenal batalla legal.

El 12 de diciembre, casi una semana después, el Tribunal Supremo daba la razón a Bush.

«La tecnología electoral no era algo a lo que el mundo académico hubiera prestado hasta entonces mucha atención —dice Ansolabehere—. Era algo menor, burocrático, de escaso atractivo. Pero el presidente del MIT me llamó y me preguntó si me gustaría colaborar en un proyecto que determinara cómo había afectado al resultado».

PREGUNTA.- ¿Y a qué conclusión llegaron?

RESPUESTA.- Las elecciones son un proceso muy complejo. Se toman muchas decisiones en distintas fases y la tecnología es una pieza más del engranaje. El estudio que realizó un consorcio de medios liderados por el Washington Post y The New York Times listó todas esas decisiones, que iban desde el registro de votantes hasta el escrutinio, y planteó qué habría sucedido si se hubiera optado por esto en lugar de por aquello. Se formó así un árbol de decisiones y dos tercios de los resultados daban la victoria de Bush.

P.- O sea, que el resultado fue justo…

R.- Probablemente. Lo más divertido es que si se hubieran aceptado las reclamaciones de Bush, Gore hubiera vencido, y viceversa: si se hubieran atendido las exigencias de Gore, Bush se habría impuesto. Lo que pone nuevamente de manifiesto que ni los políticos entienden cómo funciona el sistema.

P.- ¿Existe un modelo electoral perfecto?

R.- Todos presentan inconvenientes. La mayoría de los países han adoptado el alemán, que es de representación proporcional. La ventaja del estadounidense es que se sabe quién manda en cuanto termina el recuento.

P.- El régimen presidencialista de Estados Unidos ha servido de inspiración a la mayoría de los países latinoamericanos. ¿Por qué les ha funcionado tan mal?

R.- Se ha escrito mucho sobre eso y no creo que tengamos aún una buena respuesta. Mi tesis es que en Estados Unidos asumimos desde el primer momento que el legislativo era el poder más importante. En América Latina el Parlamento nunca ha llegado a aceptarse como fuente de legitimidad, y es en parte comprensible, porque una cámara en la que las peleas son constantes inspira poca confianza. Los ciudadanos desean que haya alguien al mando. También es verdad que los estadounidenses llevamos cien años de ventaja, cien años que no han sido ejemplares: pasamos por una guerra civil.

P.- Una institución clave es su Tribunal Supremo. Todo el mundo acata sus sentencias.

R.- Tanto el Supremo como el resto del sistema judicial han procurado mantenerse al margen de los asuntos más políticos. Felix Frankfurter, que fue magistrado del Supremo entre 1939 y 1962, estableció esta filosofía restrictiva. Creía que involucrarse en la lucha partidista socavaría su legitimidad. Por otra parte, el Supremo no interviene de oficio, solo a instancia de parte, lo que lo convierte en un árbitro más aceptable. En Brasil, el Tribunal Federal puede incoar procesos por su cuenta y eso cambia por completo su percepción.

P.- También en España vivimos un enfrentamiento entre el Judicial y el Ejecutivo.

R.- Su problema de fondo es la organización territorial. El proceso de transferencias ha dado lugar a desigualdades entre las regiones y la disputa ha arrastrado al Gobierno central y a los tribunales. Es un momento extremadamente difícil, pero también muy interesante. Tal y como lo veo yo desde fuera, deben renegociar las relaciones entre las regiones y el Gobierno central, como hizo Abraham Lincoln tras la Guerra de Secesión.

P.- Así que necesitamos un Lincoln, pero tenemos un Sánchez…

R. Los personajes con visión surgen en coyunturas como esta.

P.- Dios le oiga. ¿Deberíamos ir a una estructura más descentralizada?

R.- Es algo en lo que deben pensar. Aquí tienen la dificultad añadida de las lenguas. La experiencia de otros lugares similares, como Flandes, no es alentadora… En Estados Unidos, como consecuencia de la inmigración, hemos desarrollado también una comunidad multilingüe. En el sur de Texas, el castellano es el idioma dominante, y probablemente medio Los Ángeles sea ya de habla hispana. Esto ha generado una tensión enorme en la educación. En California, en los años 90, se intentó cortar por lo sano. El Partido Republicano decidió exigir el inglés y probablemente eso le haya costado el estado para siempre.

P.- El colapso de Lehman Brothers y la recesión posterior han propiciado un auge del populismo. Mucha gente compara la situación con la que se dio en la década de 1930. ¿Diría usted que la democracia está en peligro?

R.- No en Estados Unidos. Sí creo que tanto republicanos como demócratas han desatendido a una porción considerable de la ciudadanía, la más afectada por la globalización, cuya vulnerabilidad puso de manifiesto la crisis de 2008-2009. Lo mismo ha pasado en el Reino Unido. Algunos estudios demuestran que las regiones que más apoyaron el Brexit fueron las más expuestas a las importaciones baratas de Asia.

P.- ¿Qué opina de la probable victoria de Trump?

R.- He aprendido que, a un año vista, es imposible anticipar nada. En 2007 Hillary Clinton iba muy por delante de Barack Obama. En 2011 Mitt Romney iba muy por delante de Obama. Y en noviembre de 2015 estábamos convencidos de que Jeb Bush ganaría la nominación republicana… Los sondeos no empiezan a ser fiables hasta pasado el verano del año de las elecciones. Ahora mismo, más que la impopularidad de Joe Biden, reflejan el malestar por la marcha de la economía y la inflación. Es prematuro preocuparse por una victoria de Trump.

P.- ¿Pero le parece una amenaza para la democracia?

R.- No. El asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 fue inaceptable. Trump tiende asimismo a usar el aparato del Estado para acosar a sus rivales. Todo eso es preocupante. Pero en el terreno político, no creo que haya sido un presidente tan terrible. No comparto muchas de sus iniciativas. Se ha mostrado demasiado complaciente con los activistas provida, algo en lo que él personalmente no creía. [En 1999 se proclamó «muy partidario del aborto»]. Y la construcción del muro en la frontera con México tampoco fue idea suya, era una clamor popular.

P.- La política migratoria de Biden no ha sido muy diferente.

R-. Por no hablar de la de Barack Obama. Deportó a más de dos millones de personas. Pregúnteles a los hispanos qué opinan de él. Estaban encantados con Bill Clinton, pero Obama y Biden han mantenido la mano dura, principalmente para arrebatar esa bandera a los republicanos, lo cual es lamentable, porque han creado una catástrofe humanitaria en Centroamérica.

P.- Si Trump gana, quizá detenga la ayuda a Ucrania.

R-. Esa es una pregunta interesante. Ha dicho que lo haría, pero tampoco se ha comprometido mucho. Pienso que, según es su costumbre, actuará de forma oportunista.

P-. En su opinión, la sociedad estadounidense no está particularmente polarizada.

R-. Llevamos dos décadas haciendo un seguimiento de este tema y no ha habido grandes cambios. Las ocasiones en que todos los congresistas cierran filas con su partido se mantienen estables.

P.- ¿Y no ve usted a los votantes más crispados?

R.- Todos los años les preguntamos sobre muchos temas, para ver hasta qué punto se han desplazado hacia los extremos, y tampoco aquí el panorama ha variado significativamente. Incluso quienes forman parte de grupos muy ideologizados, como los ateos o los evangélicos, se proclaman moderados y, llegado el caso, cambian de partido sin problemas.

P.- ¿Y qué opina del movimiento woke? ¿No es una amenaza para la libertad?

R.- Ron DeSantis intentó convertir ese asunto en una cuestión nacional y el fracaso de su candidatura revela que a la sociedad no le inquieta tanto.

P.- ¿No tiene problemas en la universidad con la cultura de la cancelación?

R.- Estamos en un momento de aprendizaje. Hay que enseñar a los estudiantes a hablarse respetuosamente, y la cancelación no es respetuosa.

P.- El cambio climático, por el contrario, se ha colado en todo lo alto de la agenda.

R.- Los votantes han cobrado conciencia de su gravedad.

P.- ¿Era un problema de mala comunicación?

R.- No lo creo. Es más bien que el ciudadano empieza a sentir las consecuencias del calentamiento global. Cada año hay más incendios forestales, más inundaciones, más olas de calor… En junio de 2017, en Phoenix (Arizona) hubo que cancelar más de 40 vuelos porque los aparatos no podían despegar debido a las altas temperaturas. Eso tiene una traducción económica muy concreta, que es algo que la gente entiende muy bien.

P.- ¿Y qué hacen los partidos al respecto? ¿No son los republicanos un poco negacionistas?

R.- Están divididos. A los más jóvenes les preocupa sinceramente el cambio climático y están empezando a dejar sentir su voz, pero a los mayores sigue sin importarles.

P.- La publicidad negativa reduce la participación electoral. ¿Por qué se empeñan los políticos en hacerla?

R.- Es la estrategia más estable. Todo candidato debe optar entre promocionarse a sí mismo o criticar al rival y ¿cuál es la peor combinación? Que el rival se meta contigo mientras tú le dejas en paz. De modo que, para curarse en salud, todo el mundo acaba atacando a todo el mundo.

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