THE OBJECTIVE
Juan Marqués

Discurso de aceptación del Premio Nobel

«Pero este querido editor no sólo publicó un primer título, sobrevalorando mis versos, sino que, aunque previsiblemente la operación fue deficitaria para él, perseveró y encargó la sucesiva traducción de otros seis libros más, perdiendo dinero, invariablemente, con todos ellos»

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Discurso de aceptación del Premio Nobel

Alexander Mahmoud | Nobel Prize

Altezas reales, miembros y miembras de la Academia Sueca, autoridades diversas, queridos amigos y amigas, adorados familiares, Juan Cruz:

Yo creo que no hace falta que dedique ni un solo segundo a algo que podemos dar todas y todos por consabido, y es que, como bien comprenderán, jamás pude imaginar que me vería algún día en esta privilegiada tribuna. No es falsa modestia, es sentido común. Uno pensaba que, tanto por la actitud de partida como por los escasos resultados literarios, había hecho todos los méritos posibles para mantenerse constantemente alejado de estos altos honores, y sin embargo […].

Perdonen, se lo suplico, que me haya alargado tanto, pero para terminar, por favor, déjenme apenas dos minutos para agradecer su presencia a mi editor canadiense, pues de veras que merece por mi parte una mención y un reconocimiento muy especiales. Como se ha repetido muchas veces, acaso demasiadas, durante estos últimos meses, ese veterano y vocacional editor fue prácticamente el único que decidió publicarme en América, y en esa América están incluidos, por cierto, los países que comparten mi idioma, donde jamás ha aparecido un solo libro mío. Pero este querido editor no sólo publicó un primer título, sobrevalorando mis versos, sino que, aunque previsiblemente la operación fue deficitaria para él, perseveró y encargó la sucesiva traducción de otros seis libros más, perdiendo dinero, invariablemente, con todos ellos. Yo mismo intentaba disuadirle, verdaderamente avergonzado de que una poesía claramente limitada, insuficiente, obviamente alejada del gusto del público… recibiera tanta atención por parte de alguien como él, a quien ni siquiera he conocido personalmente hasta hoy mismo. Me parecía no sólo heroico y emocionante por su parte, sino francamente temerario, incomprensible, casi irresponsable. Y sin embargo siguió apostando por mí, algo que ha alargado durante lustros mi mala conciencia. Cada vez que recordaba que una editorial independiente de Canadá, que ni siquiera está establecida en Toronto o Montreal, ni en Ottawa, ni en Vancouver ni en Quebec, sino en la ciudad costera de Valencennes…, creía en mí mucho más que yo mismo, o por supuesto más que las editoriales españolas de poesía, me entraba cierto vértigo, un malestar con un punto halagador o, al contrario, una alegría ensombrecida por cierto sentido de la responsabilidad.

De modo que hoy, en el momento de la gloria literaria, en esta suerte de canonización laica que es este premio para los escritores (como si nuestra obra fuese a ser mejor, o siquiera distinta, a partir de hoy…), quiero preguntarle a mi agente, que también merodea por aquí, que me diga cuánto dinero «le debo» a ese editor, para restituírselo multiplicado por diez. Si por algo me alegra este premio no es por el hecho de que de repente mis libros van a pasar de estar publicados en apenas cinco países a verse distribuidos por doscientos, traducidos a decenas de idiomas, codiciados por los sellos más prestigiosos… Al margen de los beneficios que, en términos crematísticos, eso va a suponerme, y como simplemente las coronas suecas que tan generosamente me entregan hoy (y que tan modestamente acepto) ya bastan para ver mi cuenta corriente incrementada en un 7.500%, si algo me alegra hoy, decía, no es esa «boyancia» futura sino poder pagar mis «deudas» pasadas, aunque nada, sino la vergüenza, me obligue a ello. Dado que el haber formado parte de ese valioso catálogo canadiense habrá contribuido, y tal vez más de lo que parece, a que hoy me vea aquí ante ustedes, quiero ser ya no noble, sino simplemente justo. Porque también querría mandar un mensaje a esos que han acusado a mi editor de «amateurismo», nada menos, por haberse retrasado no sé cuántos meses en pagar no sé qué pequeño puñado de dólares por no sé qué derechos, o en no haberme consultado no sé qué minúsculos detalles de la cubierta… Miren: mi editorial canadiense es una editorial pulcra en todos los sentidos, y de una seriedad y profesionalidad admirables, pero, siendo así, es, mucho antes que una editorial, una familia: quien no entienda eso no va a entender nada de todo lo que pueda tener que ver con este asunto, y por tanto debería guardar silencio, como hago yo cuando se habla de física cuántica o de apicultura. Estamos hablando de poesía, y tanto por la exigüidad de los beneficios económicos que ésta supone, como por la «filosofía» que en lo relativo a la poesía predomina, y debe predominar, es absurdo aullar o litigar en términos mundanos. Mi editor nació para editar, y lo hace impecablemente, no para pleitear: para eso ya está mi agente, que nació para las peleas, y nadie le ganará nunca en ese sentido, sobre todo porque además, con los contratos en la mano, puede que tenga razón, y todo juez se la concedería. Pero estamos hablando de poesía, insisto, y aquí no se trata de tener razón, sino de tener corazón; aquí no importa la exactitud, sino la verdad; ésta no es la hora de las letras, sino de su espíritu, de lo que las mueve.

Por todo ello, repito, quiero que mi editorial canadiense se beneficie directamente de esta alegría de hoy, a la que tanto han contribuido, y les agradezco su cariño, su valentía y su tenacidad al publicar año tras año, libro tras libro, una obra poética que además, si hay que decirlo todo, en absoluto merecía ni merece tanta atención.

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