THE OBJECTIVE
Gregorio Luri

¿Es mi muerte una enfermedad de mi imaginación?

«¿Habrá una generación que sea la última en morirse?»

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¿Es mi muerte una enfermedad de mi imaginación?

I

Pascal Bruckner, que anda por los 70, ha decidido tirar de un hilo que dejó suelto en la confesión que dedicó a su despreciable padre, Un bon fils: “El progreso de la medicina ha transformado la muerte en un contratiempo”. El resultado ha sido un libro que lleva por título un bello oxímoron, Une brève éternité y por subtítulo, una declaración de intenciones, Philosophie de la longévité. Es una oda a la posibilidad que tenemos los jubilados de entretener la espera. En 1750 sólo el 7% de los franceses alcanzaba a celebrar su sexagésimo aniversario. Hoy un francés de 70 años no tiene inconveniente en pasar todo el verano con pantalones cortos, chancletas y camiseta y, al llegar el otoño, ponerse un “gilet jaune”.

II

Tres historias de Montaigne.

Una. Un reo que era conducido al patíbulo, al entrar en una calle, comenzó a resistirse. Al ser preguntado por el motivo de su resistencia contestó que en aquella misma calle vivía un tendero con el que tenía contraída una antigua deuda y no quería caer en sus manos para no salir malparado.

Dos. Un condenado a muerte pidió agua de un jarro antes de morir. El verdugo, al pasársela, echó un trago. El condenado la rechazó entonces, por miedo a contraer la sífilis.

Tres. El juez le dijo a un condenado a muerte que se encontraba en el patíbulo que si se casaba con una mujer presente entre el público, salvaría la vida. El condenado la miró y al ver que cojeaba, se negó al trueque.

III

¿Habrá una generación que sea la última en morirse?

IV

Relata Pérez de Oliva las penalidades de la vejez en un pasaje del Diálogo de la dignidad del hombre que parece querer refutar toda la obra. Al anciano, dice, “el calor se le resfría, las fuerzas lo desamparan, los dientes se le caen, como poco necesarios; la carne se le enjuga; y las otras cosas se van parando tales cuales han de estar en la sepultura hasta que al fin” -concluye con un aldabonazo- llega la muerte volando con alas a quitarle “sus dulces miserias.”

V

Iliá Ehrenburg asegura en sus memorias que al final de sus conferencias, en los años 20, muchos soviéticos le preguntaban: “¿Descubrirá el comunismo la posibilidad de vencer a la muerte?”

VI

En los primeros años de la revolución rusa, Paul Nizan creyó ver en los soviets la oportunidad de hacer desaparecer “l’angoisse”, pero en 1934, tras un largo viaje por el país que comenzó en Moscú y lo llevó hasta Stalinabad, comprendió que “incluso en la Rusia soviética, los hombres continúan padeciendo la angustia de la muerte”. En 1977 Sartre recordó a Nizan con estas palabras: “Fue a Rusia porque quería averiguar si la gente, después de la revolución, ya no tenía miedo a la muerte, si la muerte se había convertido en algo secundario para ellos.”

VII

Félix María de Samaniego, sobre la vejez y la muerte:

Entre montes, por áspero camino,
tropezando con una y otra peña,
iba un viejo cargado con su leña,
maldiciendo su mísero destino.
Al fin cayó, y viéndose de suerte
que apenas levantarse ya podía,
llamaba con colérica porfía
una, dos y tres veces a la muerte.
Armada de guadaña, en esqueleto
la Parca se le ofrece en aquel punto;
pero el viejo, temiendo ser difunto,
lleno más de temor que de respeto,
trémulo la decía. y balbuciente:
«¡Yo…, señora.., os llamé desesperado;
pero…» «Acaba; ¿qué quieres, desdichado?»
«Que me carguéis la leña solamente.»

VIII

Amiel escribe en su diario el 23 de enero de 1881, cuando ya sabía que tenía a la muerte expectante a los pies de la cama: “En este momento me encuentro bien y me parece singular el que esté condenado a morir en término muy breve. La vida no se siente nunca unida a la muerte. Por esto, sin duda, una especie de esperanza maquinal, instintiva, renace en nosotros para turbar nuestra razón y hacernos dudar de la experiencia científica. La vida tiende a perseverar y repite, como el loro de la fábula en el momento en que le estrangularon: ‘No pasa nada, no pasa nada».

IX

Recuerdo a un niño de cinco años que iba saltando detrás del féretro de su padre porque se sentía el centro de todas las miradas del cortejo fúnebre. Aquel fue para él un día feliz. Hoy nada le parece más desolador que aquella felicidad ingenua suya. Cada vez que la recuerda se dice a sí mismo que la vida es una triste búsqueda de alegría.

X

‘Tis a fearful thing

to love what death can touch.

– Rabbi Chain Stern (1930-2001)

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