THE OBJECTIVE
Francisco Javier Hernandez

No hay peor ciego que quien no quiere ver

El debate (por así decirlo) entre dos personalidades políticas no sirvió nada más que para resaltar aspectos visuales. Los nervios de una, el manuscrito del otro, el eslogan de uno y el eslogan de la otra.

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No hay peor ciego que quien no quiere ver

El debate (por así decirlo) entre dos personalidades políticas no sirvió nada más que para resaltar aspectos visuales. Los nervios de una, el manuscrito del otro, el eslogan de uno y el eslogan de la otra.

Vivimos en la era de los medios de comunicación, de la interconexión y de la visibilidad; pero, a la vista de la última actuación de nuestros políticos parece que estemos en la sociedad de la invisibilidad. Todo está visible, pero todo está oculto.

Dicen que la mejor manera de esconder algo es dejarlo a la vista. Vivimos en un Estado acostumbrado a la visibilidad, pero cuando hablamos del poder político parece que hay una gran invisibilidad. El debate entre candidatos a las elecciones europeas del pasado jueves fue una demostración de esta gran paradoja.

La mayoría de los que nos dedicamos a la estrategia política estamos consternados ante el retrato presentado por los políticos. El debate (por así decirlo) entre dos personalidades políticas no sirvió nada más que para resaltar aspectos visuales. Los nervios de una, el manuscrito del otro, el eslogan de uno y el eslogan de la otra. Seguramente haya profesionales de la estrategia política que defiendan este tipo de formatos, porque son los que pactan este tipo de debates. Por alguna razón les debe interesar la existencia de la llamada “brecha” entre ciudadanía y poder político. Y, además, son este tipo de personajes políticos quienes se siguen preguntando por qué Europa está llena de euroescépticos. La respuesta es sencilla: al estar anclados en la invisibilidad, son los propios partidos tradicionales quienes les han invitado a Europa. Los grandes partidos no entienden que su trabajo está al servicio de las sociedades a las que siguen aburriendo en debates absurdos y sin contenido.

La cuestión aquí es si llamarles euroescépticos o europeístas, al rescate de unos ciudadanos cansados de ver cómo sus políticos no les comprenden.

Tras el debate, muchos compañeros politólogos se preguntaron si nuestra democracia estaba perdiendo calidad. Lo cierto es que estas elecciones, y seguramente las siguientes, servirán para crear un estado de continuo cuestionamiento. Preguntas en una sociedad que sabe y que ve mucho. Tanto que hasta es capaz de estar al corriente del largo proceso electoral que acaba de concluir en India, pero que no tiene motivaciones para ir a votar en Europa.  

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