THE OBJECTIVE
Javier Capitan

Presunto sentido común

Ni soy médico ni experto en epidemiología, lo cual me sitúa en un plano parecido al de la Ministra de Sanidad. De tal forma que mi acercamiento a lo que sucede con el ébola lo hago desde mi presunto sentido común, si es que lo tengo.

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Ni soy médico ni experto en epidemiología, lo cual me sitúa en un plano parecido al de la Ministra de Sanidad. De tal forma que mi acercamiento a lo que sucede con el ébola lo hago desde mi presunto sentido común, si es que lo tengo.

Ni soy médico ni experto en epidemiología, lo cual me sitúa en un plano parecido al de la Ministra de Sanidad. De tal forma que mi acercamiento a lo que sucede con el ébola lo hago desde mi presunto sentido común, si es que lo tengo. Lo primero que entiendo es que el riesgo cero no existe y que, a pesar de los protocolos de seguridad, se pueden dar contagios entre quienes estén en contacto directo con un enfermo. Para intentar minimizar ese riesgo, a los profesionales que van tratar a los enfermos repatriados, se les debería formar intensivamente en esos protocolos, entrenar en el uso del vestuario de protección y materiales, así como en la realización de sus rutinas de trabajo en esas condiciones. No me parecería suficiente con que quienes salen en los telediarios me recuerden la imagen de Dustin Hoffman en “Estallido”.

Lo segundo que imagino es que, una vez un profesional ha estado en contacto con un enfermo de ébola, se le debería someter a un control exhaustivo durante el periodo de incubación de la enfermedad. Ese seguimiento no debería depender sólo del propio profesional sanitario, sino que debería realizarse activamente desde el servicio de prevención correspondiente. Los profesionales de esos servicios de prevención también deberían recibir una formación específica para evitar que, por ejemplo, consideren la fiebre como “síntoma inespecífico” en una persona que ha estado tratando a un enfermo de ébola. La menor aparición de síntomas en esas personas debería llevar a actuar de inmediato, no a esperar unos días para ver si los síntomas se confirman ni a pensar que dos décimas arriba o abajo en la fiebre marcan la frontera entre actuar o no.

Lo tercero que pienso es que pueden aparecen casos de ébola que no tengan que ver con los enfermos repatriados ni con el personal sanitario que les atendió. Si, por ejemplo, alguien que estuvo en zonas de riesgo viaja a España y desarrolla la enfermedad, parece lógico pensar que no irá al Carlos III, sino que se acercará a los servicios de urgencias de cualquier hospital español. Por tanto, habría que realizar una decidida acción formativa en los protocolos que deben aplicarse cuanto menos entre los profesionales de los servicios de urgencias, así como dotarlos del vestuario de protección y materiales adecuados y tener previstas zonas de aislamiento ante la sospecha de un posible caso de ébola.

Mi presunto sentido común me hace pensar cosas como estas. Presuntamente, no estoy seguro de que el sentido común se haya aplicado.

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