THE OBJECTIVE
Alberto Ortiz

El Islam no era esto

Aprovechando la chapuza colonial de escuadra y cartabón, el grupo Boko Haram se dedica a robar bancos, asaltar comisarías, bombardear infraestructuras y quemar iglesias y escuelas.

Opinión
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Aprovechando la chapuza colonial de escuadra y cartabón, el grupo Boko Haram se dedica a robar bancos, asaltar comisarías, bombardear infraestructuras y quemar iglesias y escuelas.

Leo en THE OBJECTIVE que más de un millón de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares en Nigeria por sutiles presiones de Boko Haram. Otros medios disimulan y callan, pues este tipo de barbaries lejanas combina mal con los tonos pastel de la información nacional; París bien vale una misa pero Nigeria no merece siquiera que se nos caiga el cruasán en el café. No obstante, la escasa información es unánime: expertos que se afanan en recalcar que la religión islámica nada tiene que ver con esto. Sucede, en cambio, que esta versión oficial ya no resiste el peso de los hechos. La matanza de Charlie Hebdo, al haber tenido lugar en el vestíbulo de casa, ha servido para que la sociedad se percate de que se está librando una guerra entre dos formas encontradas de entender el mundo.

Boko Haram nació a finales de los noventa como un movimiento religioso que pretendía purificar el norte de Nigeria neutralizando la perniciosa influencia de la cultura occidental [sic]. Su verdadero nombre en árabe, Jama’atu Ahlis Sunna Lidda’awati wal-Jihad, significa “Gente comprometida con la propagación de las enseñanzas del Profeta y la yihad”, y el apelativo más manejable que conocemos, “Boko Haram”, en idioma hausa, se traduce como una indubitada declaración de intenciones: “La cultura occidental es pecaminosa” [sic]. En puridad y pese al denodado empeño de algunos por confundir, nos referimos a un movimiento salafista, esto es, a una rama ortodoxa del sunnismo cuyas aspiraciones más urgentes son de carácter religioso.

Para colmo, Nigeria se formó a partir de un matrimonio morganático entre dos protectorados británicos muy diferentes separados hasta 1914. Esta división se fundamenta nuevamente en una fractura religiosa, puesto que el 50,4% de la población del país profesa la fe islámica, sobretodo en el norte, frente a un 48,2% de cristianos, residentes en su mayoría -80 millones- en la mitad sur. Aprovechando la chapuza colonial de escuadra y cartabón, el grupo Boko Haram se dedica a robar bancos, asaltar comisarías, bombardear infraestructuras y quemar iglesias y escuelas. El gobierno nigeriano, por su parte, sabiéndose objetivo principal de los terroristas, trata de hacerles frente con recursos precarios. ¿Adivinan la confesión del presidente? Exacto, Goodluck Jonathan, presidente de Nigeria desde el 2010, es cristiano.

Mientras, aquí, seguimos abogando por el multiculturalismo, ese invento occidental cuya principal ventaja es que aligera el peso de los desayunos. Nos convendría que Boko Haram fuese simplemente una milicia mafiosa de enajenados -que también lo es- en lugar de un ejército islámico de conquista. Pero al fin y a la postre, forzados por la circunstancia, comenzamos ya a advertir que igual se ha declarado una guerra de civilizaciones… hace un par de décadas.

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