THE OBJECTIVE
Amando de Miguel

En todas partes cuecen habas

No es casualidad que la corrupción se haya detectado en Brasil a través de la empresa pública que controla la inmensa riqueza petrolera. No es una buena combinación un elevado gasto público con una administración poco eficiente.

Opinión
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En todas partes cuecen habas

No es casualidad que la corrupción se haya detectado en Brasil a través de la empresa pública que controla la inmensa riqueza petrolera. No es una buena combinación un elevado gasto público con una administración poco eficiente.

“Y en Brasil a calderadas”, se podría añadir. Lo grave quizá no es tanto la corrupción como la mala administración de los dineros públicos. Se diluye el sueño del gran país “emergente”. Siempre se dijo que “Brasil es el país del futuro”. Lo malo es que se sigue repitiendo y no se sabe por cuánto tiempo.

Brasil, donde todo es grande, representa también una gran paradoja. Se ha diseñado como una sociedad mestiza, pero los que mandan suelen ser de estirpe europea. Un país de dimensiones colosales y con tantas materias primas necesita de una fuerte inmigración de técnicos y profesionales. Pero predomina la idea nacionalista que contiene esa posible inmigración y le pone todas las trabas administrativas posibles. La corrupción se come el crecimiento económico. La única defensa que queda es que se trata de un problema mundial, otro más. Los españoles no somos ajenos al fenómeno. Resulta difícil encontrar una explicación para tal comportamiento de dimensiones oceánicas.

Cabe un primer reconocimiento de la codicia como una pasión universal. Simplemente, se desea ganar dinero por encima de cualesquiera otras consideraciones. Puede que haya una resistencia popular contra “los ricos”, pero al tiempo se valora extraordinariamente el hecho de “hacerse rico”. Si también se relajan los controles éticos, es lógico que aparezcan los fenómenos de corrupción política. Los cuales se refuerzan en la circunstancia de un Estado cada vez más gastoso. No es casualidad que la corrupción se haya detectado en Brasil a través de la empresa pública que controla la inmensa riqueza petrolera. No es una buena combinación un elevado gasto público con una administración poco eficiente.

En el pasado se podía echar la culpa de los males de las sociedades pobres a la explotación por parte de los países ricos. Este ya no es el caso de Brasil.

 

 

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