THE OBJECTIVE
Gemma Bargues

Azul, blanco y rojo

Francia sabía que ocurriría. No sabía cuándo, ni cómo ni tampoco cuántas vidas se llevaría por delante. Pero la realidad más cruda les ha sacado de dudas, al país galo y al mundo entero, después de que el ISIS pusiera fecha, nombre y apellidos a los 129 cadáveres que, de la noche a la mañana, protagonizaron uno de los peores apagones recordados por la Ciudad de la Luz.

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Azul, blanco y rojo

Francia sabía que ocurriría. No sabía cuándo, ni cómo ni tampoco cuántas vidas se llevaría por delante. Pero la realidad más cruda les ha sacado de dudas, al país galo y al mundo entero, después de que el ISIS pusiera fecha, nombre y apellidos a los 129 cadáveres que, de la noche a la mañana, protagonizaron uno de los peores apagones recordados por la Ciudad de la Luz.

Dejando de lado las políticas antiterroristas llevadas a cabo y puestas en el escaparate ante la sociedad mundial, la realidad es que Europa observa boquiabierta los ataques de uno de los grupos terroristas más sofisticados, organizados y consolidados de la historia. Mientras cerramos la boca, la sociedad se traga las consecuencias de una lucha antiyihadista que no es más que un escudo formado por miles de pedazos rotos y unidos entre sí con parches. Cuando una nueva masacre cae sobre territorio infiel, esos parches vuelven a unir todos los trozos, cada vez más resquebrajados.

Así que sí, dejando de lado estas políticas enclenques, lo cierto es que desde el pasado viernes 13, el azul-blanco-rojo ha teñido las redes sociales como señal de solidaridad con las víctimas y sus familiares, también los monumentos más emblemáticos de las principales ciudades del mundo. Todo tricolor. La Torre Eiffel se apagó como señal de luto y ha servido para ensamblar el símbolo de la paz en decenas de viñetas e ilustraciones compartidas en la red; el mismo símbolo por el que John Lennon cantaba en su ‘Imagine’.

Y lo que más asusta ahora es que el peligro está en cualquier parte; no es París, es cualquier café de Londres, cualquier plaza de Madrid o parque de Roma.

¿Cómo acabar entonces con la mancha negra y putrefacta del terrorismo? No basta con los filtros de color o las viñetas, no basta con alzar esos escudos llenos de parches ni tampoco con dejar de odiar al mundo islámico creyendo que así ellos –quienes forman el Daesh, ISIS o Estado Islámico, llámalo como quieras- dejarán de tener un motivo para odiarte a ti, occidental infiel. Pero tampoco sé si ha llegado el momento de clavar una estaca en el corazón de los yihadistas (el ojo por ojo, que dicen que no es muy sano), pero lo cierto es que tras lo vivido en París, las políticas de seguridad internacional deben dar un paso más y quitarse el pañal de una vez por todas.

Y sobre todo, que no se nos olvide algo: tú y yo solo somos dos cualquieras temporalmente a salvo; dos supervivientes de la yihad, pero no somos conscientes de ello hasta que ésta decida llamarnos a la puerta, de manera indiscriminada y aclamando que “Alá es grande”. Da igual que no lo entiendas, será cualquier día y a cualquier hora y entonces el ‘rojo-amarillo-rojo’ será igual de válido que el ‘azul-blanco-rojo’.

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