THE OBJECTIVE
Valentí Puig

Un europeísmo "aggiornato"

El paso de Donald Trump por Europa, la OTAN y el G-7 ha tenido algo del pistolero que llega al last chance saloon, marca territorio sin guardar las formas y acaba solo en la barra. La relación entre los Estados Unidos y Europa nunca ha carecido de tensiones pero en general se apostaba por mantener las formas, incluso a costa de abusar de la hipocresía geoestratégica. Al margen de otras consideraciones, Hillary Clinton hubiese llevado las cosas de otra manera, al igual que el viejo establishment republicano, los realistas de Bush padre o los republicanos centristas. El propio Obama, a pesar de su fase mortecina, mantiene en Europa una apreciación muy por encima de la del actual presidente de los Estados Unidos. Según un sondeo del Pew Center, el nivel de confianza europeo en Obama es del 77 por ciento mientras que su sucesor se queda en un 7 por ciento.

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Un europeísmo «aggiornato»

El paso de Donald Trump por Europa, la OTAN y el G-7 ha tenido algo del pistolero que llega al last chance saloon, marca territorio sin guardar las formas y acaba solo en la barra. La relación entre los Estados Unidos y Europa nunca ha carecido de tensiones pero en general se apostaba por mantener las formas, incluso a costa de abusar de la hipocresía geoestratégica. Al margen de otras consideraciones, Hillary Clinton hubiese llevado las cosas de otra manera, al igual que el viejo establishment republicano, los realistas de Bush padre o los republicanos centristas. El propio Obama, a pesar de su fase mortecina, mantiene en Europa una apreciación muy por encima de la del actual presidente de los Estados Unidos. Según un sondeo del Pew Center, el nivel de confianza europeo en Obama es del 77 por ciento mientras que su sucesor se queda en un 7 por ciento.

Desde luego, todo el mundo sabe que la mayoría de miembros de la UE no cumplen con la debida contribución a la defensa común y que el paraguas defensivo europeo va en muy buena parte a cargo del contribuyente norteamericano. Aun así, salvo para contentar a sus votantes del Midwest o reafirmar su ego, ¿de qué le sirve a Trump atropellar al presidente de Montenegro? La vieja Europa es un paraje complicado pero para eso existen unos mínimos escenificables del lenguaje diplomático y no consisten en actuar como un elefante en la cacharrería. ¿Qué aporta al frágil orden mundial que a Donald Trump se le note tanto su incomodidad –impostada o real- con el modus vivendi de la integración europea? Incluso para las contiendas comerciales –y las habrá- los escenarios han de ser los apropiados.

Dicho esto, es comprensible que para la Casa Blanca a veces cueste entender las formalidades enrevesadas de la UE. En verdad, en la propia Europa hay quien considera que el europeísmo oficialista debiera transformarse en un europeísmo aggiornato, tanto de puertas afuera –China, por ejemplo- como de puertas adentro –crisis de la inmigración-. El embajador Von Ribbentrop dejaba la embajada alemana en Londres para ocupar el ministerio de exteriores del Tercer Reich. Winston Churchill asiste al almuerzo que el primer ministro Chamberlain ofrece al embajador alemán. Pasan los años y Churchill escribe: “Fue la última vez que vi a Herr von Ribbentrop antes de que fuese ahorcado”. Lo fue en la prisión de Spandau, en 1946. En el entreacto, toda la Segunda Guerra Mundial. En aquella conflagración, como en la Gran Guerra, la intervención norteamericana es a la vez afortunada y decisiva. Ocurrió lo mismo con los primeros pasos de la Comunidad Europea, cuando el totalitarismo comunista se había impuesto en medio continente. Por entonces se perfilaba la Alianza Atlántica que ahora suena a armamento oxidado y a generales ociosos, siendo en realidad la única gran alianza militar victoriosa sin haber disparado un tiro.

Dos años después de la ejecución de Von Ribbentrop, Europa ya estaba buscando un mejor horizonte entre sus propios escombros, contigua a las divisiones de Stalin que dominaban 22 millones de kilómetros cuadrados. Frente a esa magnitud, los entendimientos entre Adenauer, Schuman y De Gasperi tienen la estricta consistencia de la razón y de una cierta esperanza impensable mientras el plan Marshall comienza a ejecutarse. Sesenta años después del Tratado de Roma, las tareas pendientes que tiene la Unión Europea parecen haberla llevada al colapso: atañen a recursos energéticos, credibilidad institucional, flexibilización de los mercados de trabajo, la grave crisis migratoria, defensa y seguridad común, el dilema turco, el Brexit y ahora –last but not least– los modos de Donald Trump. La retórica prometeica del europeismo ha generado europesimismo. Incluso en plena postcrisis y solo en apariencia, Europa se asemeja a veces a un perrito faldero que come con manteles de hilo. Eso es lo que piensa Trump.

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