THE OBJECTIVE
Juan Manuel Bellver

Sexo en el Elíseo

«Los residentes del Elíseo son, antes que hombres de estado, sencillamente hombres»

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Sexo en el Elíseo

¿Sexo en el Elíseo? ¡Todo y más! Desde que Jacques Chirac falleció en septiembre, se ha abierto la veda en Francia para airear las correrías sexuales de los presidentes de la República pretéritos. El dossier, que siempre ha sido un tema velado pero recurrente para la prensa rosa del Hexágono, es motivo ahora de un minucioso libro que está suscitando ríos de tinta en el país vecino. Se titula Una historia erótica del Elíseo: desde Pompadour hasta los paparazzi (Payot) y el autor no es un cualquiera. De ahí el revuelo. 

 

Jean Garrigues es conocido por el gran público como tertuliano de programas radiofónicos y televisivos de talante político, donde la escaramuza y el cotilleo se mezclan con el debate ideológico. Ocurre que es también profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Orleans y presidente del Comité de Historia Parlamentaria y Política, un organismo financiado por la Asamblea Nacional y el Senado. Así que, cuando un tipo así –votante declarado de Macron en las últimas elecciones– se decide a contar cosas, es como si todo el sistema sacara conscientemente la ropa sucia a airear… acaso para desviar la atención de otros temas que ponen en entredicho a la jefatura de Estado actual.       

 

Nuestro hombre tiene callo en esta clase de ensayos oportunistas, como atestiguan algunas de sus obras anteriores: Los escándalos de la República (2013), Historia secreta de la corrupción durante la Quinta República (2015) o Elíseo Circus (2016). Todas con un estilo narrativo similar, que entrelaza datos, investigación, rumores y especulación. Aquí le vuelve a sacar brillo al clásico de la erótica del poder y a las escenas lúbricas ambientadas en los salones dieciochescos de este palacio que llegó a ser definido siglos atrás como la “casa de recreo más bella de los alrededores de París” . ¿Se imaginan la serie televisiva que producirían Arte o HBO? 

 

Empezaríamos por Félix Faure, que murió allí mismo en 1899, rodeado de su devota familia, pocas horas después de que su amante oficial, Marguerite Steinheil, le practicase un servicio oral en el saloncito plateado. Y terminaríamos con las correrías del penúltimo inquilino del lugar, François Hollande, quien solía escaparse cada noche por una puerta lateral con un guardaespaldas que lo llevaba en scooter a reunirse con la actriz Julie Gayet en un apartamento muy cercano del 8ème arrodissement que les prestaba una amiga común. Del presidente actual, se sabe poco y se dice menos.    

 

“Todos los Presidentes de la República han tenido aventuras extramaritales. Las amantes deben de ir con el cargo”,  me comentó en 2014 el paparazzo Sébastien Valiela, responsable de haber difundido en la revista Closer las pruebas del amor furtivo entre Hollande y Gayet. Hasta entonces, la prensa del corazón francesa había tratado estos deslices cómo de índole privada. Pero al final el mismo semanario que publicó en septiembre de 2012 el topless de Kate Middleton, para horror de la corona británica, decidió tirar de la manta. 

 

Closer rompía así esa regla no escrita por la cual los medios galos han venido soslayando durante décadas las historias de amor de sus políticos. Una norma que estuvo más vigente que nunca durante la etapa de François Mitterrand (1981-1995), cuando el estadista socialista logró ocultar la existencia de Mazarine Pingeot, su hija secreta, hasta que Paris-Match publicó en 1994 una imagen de ella con su padre saliendo de un restaurante, en un primicia que luego se supo que había sido pactada.

 

¿A qué tantos miramientos? Como me dijo en su día Valiela, los residentes del Elíseo son, antes que hombres de estado, sencillamente hombres. Y ha habido siempre en el Hexágono cierta permisividad social respecto al adulterio, que se aplica a los altos dignatarios en mayor medida que a los ciudadanos de a pie.  

 

Pude constatar este peculiar laisser faire-laisser passer durante mis años de corresponsal en París. Y no parece haber cambiado radicalmente, aunque hoy se le exija a los dirigentes mayor seriedad y transparencia que en el pasado.

 

Aún recuerdo aquel sondeo realizado en 2011 por el portal Gleeden, especializado en relaciones extra-conyugales, en el que se relacionaba el nivel de infidelidad con el grado de estudios y la posición económica. De ahí que los grandes entrepreneurs, directivos del CAC 40 y cargos electos se hayan llevado proverbialmente la palma en promiscuidad, empezando por los moradores el Elíseo, que debe de ejercer sin duda algún hechizo libertino sobre sus moradores puesto que el palacio presidencial fue, en sus orígenes, residencia de la más célebre amante de Luis XV: Madame de Pompadour.

 

 “Francia es un país excepcional donde un Presidente puede tener dos mujeres, como en una República Polígama y eso no choca a nadie”, argumentaban Deloire y Dubois en su libro Sexus politicus (2006). Por su parte, para la sicóloga Maryse Vaillant, autora de Les hommes, l’amour, la fidelité (2009), el Hexágono está a la cabeza de las naciones desarrolladas en cuestión de adulterio, que allí se juzga benévolamente como “una práctica sana que combate la rutina marital de las elites”. ¡Toma ya!

 

“Salvo De Gaulle, la mayoría de los jefes de estado de la Quinta República han sido infieles a sus consortes, dedicándose a perseguir damas en vez de solucionar los problemas de Francia”, sostenía Renaud Revel, autor de Les Amazones de la République (2013), que trata de la fascinación que los dirigentes galos han ejercido proverbialmente sobre las periodistas.

 

Entre otros relatos de política y cama, el libro explica cómo Françoise Giroud, directora de L’Express en los 70, impuso la tradición de destinar a palacio y a las dos cámaras legislativas a reporteras guapas y ambiciosas que intimaran con los altos cargos. Eran los tiempos de la revolución sexual y Valérie Giscard d’Estaing (1974-1981) le dio al Elíseo un nuevo estilo que rompía con la austeridad impuesta por Georges Pompidou, a quien jamás se atribuyeron líos de faldas salvo un rumor sobre su querencia por las boîtes de intercambio.

 

Para estar más a sus anchas, Giscard se mudó allí sin la familia. En sus memorias dijo que, a su lado, el más concupiscente de lo monarcas, Enrique IV, era un angelito. Según las crónicas, por su lecho pasaron figuras del cine como Mireille Darc o la protagonista de Emmanuelle, Sylvia Kristel. Tras vencerle en las urnas, Mitterrand se dedicaría a emularle en sus devaneos amatorios. Así, amén de tener mujer y amante oficial, se divirtió persiguiendo artistas, reporteras y colaboradoras, a las que solía dar carpetazo tras varios encuentros carnales. Hubo quienes lo encajaron deportivamente, como la actriz Annie Girardot y quienes padecieron el abandono, como la cantante Dalida. 

 

Apodado en el Elíseo “Cinco minutos, ducha incluida”, por la brevedad de sus relaciones sexuales, Jacques Chirac (1995-2007) fue, como los demás, un auténtico depredador que, a espaldas de su esposa Bernardette, picoteó abundantemente en la sala de prensa y en los círculos políticos. “Con él, las mujeres desfilaban”, llegó a confesar Madame Chirac a su biógrafo. En cuanto a Nicolas Sarkozy (2007-2012), continuó discretamente con la tradición de sus mayores durante el breve lapso que tuvo entre su divorcio de Cecilia Attias y su rápida boda con Carla Bruni. Con la voraz ex modelo vigilante, el palacio se volvió insoportablemente monógamo. Hasta que la llegada de François Hollande (2012-2017) reinstauró las alegres intrigas cortesanas.

 

El penúltimo gran escándalo se destapó en julio de 2012 en el icónico Café de Flore de Saint-Germain des Prés. Un camarero que solía ganarse propinas dando chivatazos a los paparazzi sobre la presencia de famosos en su local llamó a Sébastien Valiela y Lorenzo Viers para advertirles de que Julie Gayet estaba sola en la terraza y parecía esperar a alguien. Hallándose cerca del establecimiento, los reporteros acudieron rápidamente para descubrir a la actriz subiéndose a un coche que conducía el guardaespaldas personal del presidente. ¡Así se escriben las exclusivas y así empezó en declive inevitable de la engañada Valérie Trierweiler y del adúltero Hollande!

 

Como Trierweiler, en el libro de Jean Garrigues, las primeras damas suelen llevarse siempre la peor parte. Algunas, como Bernadette Chirac o Anne-Aymone Giscard d’Estaing, recuerdan su paso por la rue du Faubour-Saint-Honoré como un auténtico suplicio. No es el caso, sin embargo, de la actual primera dama, Brigitte Macron, a quien el autor atribuye, en una entrevista reciente con el semanario Gala, un innegable “disfrute con el ejercicio del poder” que es para el historiador un “síntoma de modernidad”. Prueba de que, incluso en los pecaminosos salones de la Pompadour, los tiempos están cambiando.  

 

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