THE OBJECTIVE
Víctor de la Serna

Con "los nuestros", al despeñadero

«Una nueva forma de ver el mundo ha ido ganando adeptos y fuerza: de los oponentes ya no se quieren conocer las ideas, ni siquiera las maldades, sino solo vituperarlos»

Opinión
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Con «los nuestros», al despeñadero

De repente uno se da cuenta de que se ha alzado una barrera ideológica que uno desconocía y mira si los vejestorios tenemos larguísima experiencia de cuando los rojos y los azules se enfrentaban en la Facultad de Derecho de la Complutense del tardofranquismo y un futuro abogado de relumbrón en nuestra derecha irredenta me saludaba sardónicamente: “Hombre, De la Serna, el demócrata”.

 

Los enfrentamientos —a veces con mamporros— eran duros, pero defendíamos ideas y conocíamos las de nuestros rivales. Era necesario conocerlas para contrarrestarlas. Y de aquella promoción nuestra salieron hacia la Transición jóvenes que sabían, desde cualquier lado de las barricadas, lo que querían y lo que quería el contrario: Félix Tusell, José María Mohedano, José Luis Cuerda, Blas Piñar hijo, Vicente Aguillaume, Carmen Tagle, Santiago Varela pertenecían a aquella generación.

De los que no nos dedicamos después al Derecho sino a otras cosas, algunos en partidos políticos y otros lejos de ellos, nos esforzábamos por entender la realidad y buscar soluciones basadas, claro está, en nuestras ideas, pero también —y siempre— en esa misma realidad y en las fuerzas diferentes que en ella se movían.

En los últimos años, quizá desde un 11 de marzo de 2004 en España, quizá desde la guerra de Irak en Estados Unidos, una nueva forma de ver el mundo ha ido ganando adeptos y fuerza: de los oponentes ya no se quieren conocer las ideas, ni siquiera las maldades, sino solo vituperarlos y, si se tercia, acosarlos; de la realidad solo interesa lo que concuerda con nuestras propias ideas, aunque resulte ser una ficción. Y así se convierte la sociedad en un conjunto de núcleos inconexos, que lo soportan todo de los suyos —la corrupción, la violencia, la mentira— y nada de los de enfrente, que tampoco conocen en detalle ni les importa gran cosa.

Llega una tragedia como la que estamos viviendo y el estallido social se ahonda, en vez de suscitar solidaridades y restablecer unidades y tolerancias. Sí, hay miles de ciudadanos abnegados en todas partes que ayudan a atenuar la catástrofe, pero hay otros tantos que la aprovechan para ahondar las diferencias y acelerar el paso hacia sus soluciones finales. Algunas, uno se teme, tan finales como la que perseguían los nazis hace 80 años. ¿Queda fuerza en lo que fueron las democracias y se ha convertido en burocracias rodeadas de amigos aprovechados para unirse de nuevo contra el mal? ¿O seguiremos ignorando todo lo que no sea de “los nuestros” y quizá siguiendo a esos nuestros hasta el despeñadero, hacia una ruina que aceptaremos si arruina también a los “otros”?

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