THE OBJECTIVE
Joaquín Jesús Sánchez

El cerdo y la patria

«Está feo hablar mal de los paisanos en el extranjero, pero no tanto como manosear las declaraciones de un ministro para arrimar el ascua a tu sardina»

Opinión
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El cerdo y la patria

El ministro de Consumo, Alberto Garzón. | Lola Pineda (Europa Press)

El pizpireto Garzón ha ido donde el Guardian a rajar de las macrogranjas. Está feo hablar mal de los paisanos en el extranjero, pero no tanto como manosear las declaraciones de un ministro para arrimar el ascua a tu sardina. Lo que dijo el regente de Consumo es que encerrar a tropecientas cabezas de ganado en un redil diminuto da carne malucha y contamina una barbaridad. Razón no le falta, claro, pero a los ministros no se les paga para hacer mala propaganda en el exterior.

Ay, si nos dedicásemos a discutir lo que la gente dice realmente. Calculo que con la energía ahorrada en polémicas estériles se podría iluminar Soria quinquenio. Por supuesto, la oposición y los presidentes autonómicos concernido no se han ahorrado las declaraciones campanudas y el gobierno ha soltado el tradicional pescozón en la cocorota del ministrillo. La rutina de costumbre. Sin embargo, la entrevista de marras ha desatado una reacción pintoresca. Las redes se han llenado de filetes-protesta. Ha circulado (lo habrán visto) un desconcertante cortometraje en el que un chavalín iza la bandera, al compás de la marcha de granaderos, descubriendo un jamón ante la tropa familiar cuadrada y en posición de saludo. No sé cuáles serán los códigos de esa casa numerosísima de hijos en pantalón corto, pero untar rojigualda en tocino no parece lo más decoroso. No he visto yo a los cadetes de la escuela militar de Zaragoza enmarranando así la enseña nacional.

Los patriotas tienen una relación un tanto esquizoide con los símbolos del Estado: creen que sirven para darle en la mollera al adversario. ¿Que un ministro dice nosequé de la carne? Bandera sobre jamón. ¿Que los homosexuales se van a casar? Banderas sobre el varón y la hembra. Lo desternillante del banderín porcino es que el jamón es mejor si el cerdo no ha estado hacinado en un cuchitril. Pero venga, qué más dará. A los comunistas no les gusta la carne, ya se sabe. Si a Stalin le hubiesen dado un bocata de chorizo, millones de almas se hubiesen salvado del gulag.

De entre las perlas más preciosas de este festival de la proclama cárnica, quisiera destacar el mensaje de apoyo de Carlos Iturgaiz a los ganaderos locales: una primorosa fotocomposición de la península ibérica en forma de corte de vacuno. Viva el Photoshop y viva España. Confieso que llevo varias horas apretándome las entendederas y no termino de ver claro qué habrá querido decir el admirable presidente del PP Vasco. ¿Que España está cruda? ¿Que Murcia es todo grasa? ¿Que la patria le gusta poco hecha? ¿Que nuestra sociedad podría cohesionarse mediante un rico empanado?

Me intrigan los resortes mentales que llevan a alguien a postear imágenes de chuletas con la intención de afirmar su libérrima españolidad. ¿En qué creen que afectará su solomillito a la acción política del gobierno? Me los imagino al otro lado de sus pantallas, con la sonrisa brillante del alegre consumidor de torreznos, diciendo para sí: Pedro Sánchez está viendo el interné lleno de embutidos y cintas de lomo, ergo convocará un consejo de ministros extraordinario y, seguramente, elecciones anticipadas. ¿Será el churrasco el impulsor del cambio político que tanto necesita España? ¿Y si el pincho moruno es el verdadero sujeto de la revolución emancipadora? Confío en que los politólogos de las veintisiete tertulias de La Sexta nos expliquen pormenorizadamente este asuntillo. ¡Aún más! Espero que Ferreras inaugure próximamente un filetómetro. Un país está hablando y debe ser escuchado. Nuestro destino está en juego y no hay que cejar en la defensa de los valores de nuestra cultura occidental y cristiana. Los bolcheviques quieren que comamos tofu de pastoreo libre. ¡No lo permita Dios! Repetid conmigo, conciudadanos: viva la grasa animal, viva el rey, viva el capital.

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